Luz de Navidad

Capítulo 1

Recorro con la mirada el interior de la joyería. 

Inmediatamente, una joven muy solícita y sonriente se me acerca.

—Buenos días, bienvenido. ¿En qué lo puedo ayudar?

—Busco un anillo de compromiso. —respondo rápidamente.

Noto la desilusión en su rostro. No es que me considere un Adonis, pero sé que llamo mucho la atención en cualquier lugar por mi talla, complexión física y ¿por qué negarlo? Un rostro de galán de telenovela.

—Claro, sígame. —contesta con seriedad.

¡Vaya! Se terminó la amabilidad.

La sigo sonriendo para mis adentros, no es fea, sin embargo, no llama mi atención. Además, tenía prisa por cumplir con aquella compra para dar gusto a mi familia.

Me conduce hacia una de las vitrinas de la tienda donde se exhiben muchas joyas, se pone detrás del mostrador y saca una bandeja con varios anillos que supongo son de compromiso.

Mientras me explica las características de cada uno de ellos, mi mente está en otro lado.

Tengo que casarme con Alexa, a quién conozco desde niña, pertenece a otra familia adinerada del país que, si bien no lo es tanto como la nuestra, es lo suficientemente buena como para que mis padres la acepten.

No la amo, es más, no creo en el amor, pero ¿quién necesita amor cuando se tendrá la vida solucionada?

Solo debo casarme y nunca más tendré que preocuparme por que me falte algo en la vida. 

No estoy escuchado la explicación de la dependienta, no me interesa saber de cuántos quilates son los anillos, ni si son de oro o de plata. Simplemente, apunto al que me parece más grande, vistoso y, por lo tanto, costoso.

­—Me llevo ese. —digo cortando su explicación.

—Claro, ¿en qué medida la desea?

¿Medida? ¿Los anillos tienen medida?

—Pues… —empecé a decir mirando a mi alrededor.

Es entonces que mis ojos se topan con unos brillantes ojos color miel que me miran expectantes e ¿impacientes? Son tan límpidos y brillantes que me quedo sin palabras.

—Joven… —llama mi atención la voz de la otra joven.

Vuelvo la mirada a la dependienta.

—No importa, supongo que pueden modificarlo en caso sea necesario.

—Por supuesto, pase por la caja, mientras preparo el anillo. —menciona indicando en dirección a la caja registradora.

¡Qué novedad! Primero el dinero.

Me dirijo a realizar el pago, no sin antes echar un último vistazo a la dueña de aquellos ojos que me dejaron mudo. ¡Era una niña!

Bueno, no exactamente. Tendrá 18 como mucho, lo cual para mí se traduce en que es una niña. Aun así, quedo atento escuchado parte de la conversación que inicia con la empleada.

—¿Ya lo tienes listo?

—Sí, déjame que termino con este cliente y te atiendo.

—Está bien, tómate tu tiempo.

Estoy intrigado, ¿qué podría comprar una niña como ella en una tienda tan cara como esta? Mientras efectúo el pago, veo que ponen el anillo que acabo de elegir en una pequeña cajita cuadrada de terciopelo negro, y luego la caja en una pequeña bolsa con el logo de la tienda.

Una vez que me dan la bolsa no tenía nada más que hacer ahí, pero la curiosidad me gana, así que finjo ver las estanterías y vitrinas. Me intriga tanto esa joven que hasta he olvidado mi impaciencia por salir de ahí.

—Aquí está, quedó precioso.  —escucho que menciona la empleada que me atendió. 

Veo que ponen una caja alargada en el mostrador. La niña de ojos color miel mira embobada el fondo de la caja abierta.

—Quedó perfecto. —le oigo decir. —¿Crees que le guste?

—Estoy segura de que le encantará. Además, te costó mucho conseguir el dinero para pagarlo.

—Sabes que eso no me importa.

—Lo sé. Le gustará. No te preocupes.

—Bien, me lo llevo.

—Lo envuelvo mientras pagas.

—Gracias.

Observo su recorrido hasta la caja, saca su billetera y paga en efectivo. Seguro esa joya le estaba costando más de lo que puede pagar. ¿Para quién sería? Y ¿por qué me importaba?

Quedo un poco perdido en mis pensamientos, hoy me está pasando mucho, lo voy a atribuir al sermón que me dio mi madre antes de salir de casa.

Tan ensimismado me encuentro en mis propias reflexiones que no me doy cuenta de su salida con una pequeña bolsa igual a la que yo tengo en la mano. La observo salir distraída de la tienda y no se fija por dónde va hasta que se estrella con un grupo de personas que en aquel momento cruzaban por la entrada.

El choque fue brusco y ella al ser tan delgada, cae sentada al piso.

Sin detenerme a pensar en lo que hago, corro a ayudarla. Me pongo en cuclillas, dejo por un momento mi bolsa depositándola en el piso cerca a la otra que llevaba la joven, y me acerco para ayudarla a ponerse de pie.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, gracias. No fue nada.

Se levanta rápidamente, recogiendo su bolsa que había soltado al caer.

—Lo siento. —sonrió levemente y se marcha casi corriendo. 

Aquello había sido tan extraño. Generalmente, las chicas no salen corriendo de mí, algunas se quedan embobadas y otras tratan de conquistarme. Pero nunca salen huyendo. 

Me levanto y tomo mi bolsa. Sigo preguntándome, ¿por qué me importa? Y, ¿desde cuándo soy un caballero?

Camino hasta el estacionamiento.  Me siento frustrado, intrigado y desconcertado. Y lo peor de todo es que ni siquiera sé por qué me siento así.

Al llegar al auto e ingresar en él, arrojo la bolsa en el asiento del copiloto con brusquedad. El pequeño objeto gira dejando caer la cajita que llevaba dentro: era alargada y de color azul.

¡Rayos! 




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