Tomo la bolsa y regreso la caja al interior de la bolsa.
Salgo rápidamente del auto para retornar a la tienda, había notado la familiaridad que tenía con la dependienta. Así que la única opción razonable es regresar y preguntar por ella.
De vuelta en la tienda busco a la joven que me atendió. Al ubicarla me dirijo rápidamente hacia ella.
—Sucedió un inconveniente. —digo con cierta brusquedad.
—¿Disculpe?
Noto la confusión en su rostro.
—Cuando salía de la tienda otra clienta tuvo un pequeño accidente en la entrada, al detenerme a ayudarla parece que equivocamos las bolsas. —explico poniendo la bolsa que llevaba en el mostrador y vaciando su contenido.
Mi interlocutora que por el broche que lleva en el pecho se llamaba Jazmín, queda perpleja.
—¿Sabe cómo puedo contactarla?
—Oh, pues… Verá…
—Jazmín… —al mencionar su nombre me mira a los ojos. Parece sorprendida así que señalo su nombre en el uniforme.
Entiende, asiente y se sonroja.
—Jazmín, me urge encontrarla para poder arreglar este inconveniente. Creo que lo entiende.
—Claro que sí.
—Entonces dígame dónde puedo encontrarla.
—Lo siento, no puedo darle esa información. Si desea, puede dejarla aquí —menciona señalando el mostrador. —, luego lo llamaré para que pueda recoger lo que le pertenece.
—Jazmín, pienso que no me ha entendido: yo no deseo esperar Quiero lo que he comprado ahora mismo. Si usted no me dice dónde puedo encontrar a la otra clienta, haré llamar a su supervisor para solucionar esto de una vez.
Me mira horrorizada. Cierto es que podría esperar, pero algo me impulsaba a actuar de esa manera, ni siquiera yo mismo me entendía.
—Joven, yo… —hace el intento de hablar.
—Sé que la conoce y si no quiere que hace un escándalo y la acuse de ladrona, me dirá ahora mismo dónde ubicarla.
—Pero...
—¡Ahora! —alzo un poco la voz y ella sale presurosa hacía la trastienda.
No me gusta actuar de esta manera, con prepotencia, sin embargo, a veces no hay más alternativa.
Aún no logro descifrar qué es lo que me impulsa a querer ver nuevamente a aquella chica de ojos color miel y estoy dispuesto a averiguarlo.
Jazmín, regresa luego de unos minutos con un pequeño papel. Sin decir palabra lo tomo. Al abrirlo veo que es una dirección.
Recojo las cosas que he traído y salgo de la tienda.
…
He llegado a una calle poco transitada, vuelvo a revisar la dirección que me dieron y no entiendo. Creí que me habían dado la dirección de su casa y me encuentro en una iglesia, al frente solo hay un parque.
¿Es acaso una broma de mal gusto?
Estoy considerando el irme de ahí y hacer un lío mayúsculo en la tienda cuando veo a la niña de ojos color miel venir corriendo por una de las esquinas. Se ve acalorada y sin detenerse a ver a parte alguna ingresa a la iglesia.
Pero, ¿qué…?
Me tomo unos minutos en decidir lo que haré. Decido ingresar en aquel lugar, buscarla y acabar con este asunto de una vez por todas.
Ingreso por la puerta principal que está abierta parcialmente, de inmediato escucho la música proveniente de un piano que acompaña a un reducido coro de niños.
Sigilosamente, continúo con mi incursión en este ambiente desconocido para mí.
Debo confesar que nunca he ingresado a una iglesia, al menos desde que tengo uso de razón. Fui bautizado a los pocos meses de nacido, según las fotos que tiene mi madre, más que un acto de fe, en mi familia ha sido algo protocolar y tradicional.
De pronto la música cesa y las risas ahogadas de algunos niños resuenan. Cuando tengo la visión de todo el cuadro quedo extasiado.
Al fondo del salón en el que me encuentro, un grupo de niños de alrededor de 10 años se encuentran conformando una media luna en torno al piano que se encuentra a un lateral de aquel ambiente.
Quien está sentado en el instrumento es un sacerdote, a juzgar por la vestimenta, y frente al grupo a manera de director de orquesta se encuentra la dueña de los ojos color miel.
Aquellos ojos que se quedaron grabados en mi cabeza desde que los vi hace menos de dos horas. Haces de luz del sol que se empieza a filtrar a aquella hora del día por los vitrales de la iglesia y juguetean sobre su cabello. Por un momento se ve color rubio y luego a capricho de la luz, parece fuego.
Por segunda vez en este día quedo mudo de la impresión.
¿Por qué ella causa este efecto en mí?
No puedo más que quedarme ahí viendo cómo se desarrolla la escena que está frente a mis ojos: los niños riendo, el sacerdote mascullando algo con evidente mal humor y ella ahogando una sonrisa detrás de la mano.
Aun nadie se ha dado cuenta de mi presencia y prefiero que siga así, porque no puedo dejar de verla. Entonces ellos continúan su práctica.