Luz de Navidad

Capítulo 3

Siento miedo de hacer algo y romper aquel hechizo, pero poco a poco se va desvaneciendo la magia. 

Los niños vuelven a elevar las voces y yo me veo obligado a volver a la realidad.

Cuando termina la canción se dan cuenta de mi presencia. Todos giran a ver al intruso que ha irrumpido en su práctica.

La chica de los ojos color miel me mira interrogante. De pronto, como si recordara algo, se disculpa con los niños y el sacerdote. Se dirige hacia mí con una sonrisa y en el trayecto veo que recoge de una de las bancas la dichosa bolsa que ha causado tanto embrollo.

—Hola, aquí tienes. —me dice ofreciéndomela.

No sé qué responder, tengo su bolsa aferrada en la mano y no la quiero soltar. Cuando el intercambio termine tendré que irme.

—Jazmín, me llamó. Lamento mucho la confusión tenía prisa por llegar aquí. —continúa hablando. 

No estoy pidiendo explicaciones, supongo que ante mi mudez trata de aliviar este momento incómodo, me siento tan tonto. No sé por qué me siento así, nunca he sido una persona tímida o que se inhiba delante de los demás, pero con ella...

—Está bien, no hay problema. —menciono, recobrando un poco el control de mí mismo. Aunque no hago ningún movimiento para entregar la bolsa.

—Muchas gracias, por venir hasta aquí. —dice con una sonrisa. —Tenemos que continuar con el ensayo, si quieres te puedes quedar.

Sé que lo dice solo por amabilidad y acepto la invitación inmediatamente.

—Me encantaría.

Ella me mira desconcertada, yo estoy feliz por dentro. 

Tanto que incluso he olvidado el por qué de la prisa en hacer la dichosa compra del anillo: tenía que estar en una fiesta que celebraba uno de mis amigos, la fiesta era en la playa, un viaje de aproximadamente 3 horas y no volvería hasta antes de la cena de mis padres. Ahora esa fiesta estaba muy lejana y hasta me parecía irreal. 

Había traspuesto el umbral a una realidad desconocida, mi mundo frívolo y sin sentido, estaba desvaneciéndose y me sumergía en otro tan distinto y cálido que me embriagaba. No quería regresar.

Aferrando en la mano la delgada tira que sostiene la bolsa de la joyería, como si desprenderme de ella podría hacer que todo termine, sigo al ángel de ojos color miel. Sí, es un ángel, porque solo uno podría cantar como ella lo hace. Me invita a sentarme en una de las bancas del templo. Obedezco y ahora soy el privilegiado espectador de su canto.

Luego de otro ensayo, el sacerdote se levanta y se despide. El pequeño piano queda solitario.

—Bien chicos, seguimos sin música. —anuncia ella.

Me indigna un poco esta situación. 

El sacerdote no era un músico excelente, sin embargo, la música hacía especial al coro.

Sin saber qué estoy haciendo me dirijo hacia el piano y ocupo el lugar recientemente abandonado. Todos me miran asombrados y los niños buscan una explicación en su guía. Ella solamente sonríe.

—Bueno, parece que volvemos a tener música. ­—informa con una sonrisa.

Mis dedos tiemblan al tocar las teclas, hace mucho tiempo que no hago esto. Hace años que olvidé aquel sueño de niño.

Pero, así como el manejar bicicleta una vez que has aprendido, nunca lo olvidas.

La música vuelva a inundar el recinto y por primera vez en mucho tiempo me siento vivo.

 

—Tocas muy bien, mucho mejor que padre Juan. —el comentario me toma desprevenido.

Hace poco hemos despedido al último niño del coro. Digo hemos, porque me quedé con ellos todo el ensayo.

—A propósito, no me dijiste tu nombre.

Cierto. Aún no me he presentado.

—Lo siento. David, un gusto.

—Yo soy Lucía, igualmente.

Al fin el ángel tiene nombre.

—Tú cantas maravillosamente. —dijo sincero.

Ella solo sonríe.

—¿Te parece?

—Lo sé.

Niega con la cabeza, luego de cerrar y guardar todo, salimos por una puerta lateral, si mal no recuerdo por aquí salió el mencionado padre Juan.

Salimos a un pequeño patio. Y luego, por una pequeña puerta llegamos a la calle. En la vereda, se me queda mirando.

—Bueno, muchas gracias por tu ayuda. Y nuevamente disculpa la confusión con las bolsas. No era necesario que vengas hasta aquí, pero Jazmín me dijo que era urgente para ti.

Era urgente porque quería volver a verla.

Al final y a regañadientes, tuve que hacer el intercambio y ahora cada uno tenía la bolsa que le correspondía.

—No fue nada, al final se canceló el compromiso que tenía.

—Oh, entonces supongo que debo estar agradecida por la cancelación, así pudiste ayudarme con los niños. En serio, muchas gracias.

Solo me quedo mirándola. De pronto con ella soy tímido.




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