Cuento las horas que faltan para el próximo ensayo, haciendo caso omiso a las innumerables llamadas y mensajes que he recibido de mis amigos.
La verdad ya no me interesa, es como si por mucho tiempo hubiera estado viviendo aletargado y de pronto hubiera despertado. Volver a tocar el piano ha sido como volver a nacer. Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Fueron muchos años en los cuales traté de convencerme a mí mismo que era una pérdida de tiempo.
Esa noche he llegado a casa y desempolvando el piano que tenemos me pongo a practicar como loco. Mis manos un poco torpes por la falta de práctica, poco a poco recuperan la destreza de años atrás.
Mis padres por algunos años me dieron gusto en aquella actividad, pero cuando uno de mis maestros les propuso que ingresara al conservatorio e hiciera una carrera como músico, pusieron un alto a las lecciones y empezaron las amenazas con dejarme en la calle si me empeñaba con lo de la música.
En aquel entonces tenía 15 años, decidí que lo mejor era dejar la música y hacer caso a mis padres. Ahora, luego de casi diez años, me doy cuenta de que debí luchar por lo que tanto amaba.
Sí, hoy recién me he dado cuenta de que amo la música.
…
Otro ensayo que termina, nuevamente estamos solos en la iglesia, Lucía me observa mientras con mucho cuidado termino de guardar las partituras y cerrar la tapa del pequeño piano de la iglesia. Soy consciente de la lentitud de mis movimientos que conscientemente realizo y es que deseo que estos momentos duren una eternidad.
—¿Sabes? Tienes una expresión diferente cuando tocas. —comenta Lucía.
—¿A qué te refieres?
—No sé, es como si estuvieras en otro mundo. En estos días que tocaste para nosotros has mejorado mucho a comparación del primer día.
La miré asombrado.
—¿Sabes de música?
Ella sonríe y asiente.
—Un poco, lo suficiente para saber que eres muy bueno. ¿Te dedicas a la música? Profesionalmente, digo.
Es la primera vez que trata de averiguar algo personal sobre mí, los días anteriores únicamente nos dedicamos a los ensayos. Cuando terminábamos ponía alguna excusa y salía corriendo.
—La verdad, no. Llevé clases de piano hace mucho tiempo atrás, pero lo dejé
—Es una verdadera pena, tocas increíble. Es como si fueras otro cuando lo haces.
—¿Tú te dedicas a la música? —le devolví la pregunta.
—Podría decirse que sí. —contesta con una sonrisa.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Me cuentas?
Me mira como evaluando qué respuesta dar.
—Claro, primero terminemos aquí. —dice finalmente.
Sonrío triunfal.
Al terminar nos dirigimos, como siempre, a la salida por la puerta lateral y ella se encamina al parque que está frente a la iglesia. Tenía en mente ir a otro lugar, pero tampoco quiero presionarla cuando al fin ha decidido abrirse un poco más conmigo.
Nos sentamos en una de las bancas que están frente a la iglesia.
—Desde pequeña me he sentido atraída por la música, me encantaba cantar. Hasta hace unos años vivía aquí, por esta zona. Padre Juan me conoce desde siempre, cantaba en todos los coros. No estudié canto hasta hace un par de años atrás. Empecé con canto porque siempre me han dicho que canto bien, sin embargo, me gustaría aprender a tocar algún instrumento. Me lo estoy tomando con calma porque primero debo terminar la carrera universitaria.
—¿Qué estudias?
—Arquitectura.
La miro un poco sorprendido.
—¡Vaya! ¡Qué casualidad! Yo también he estudiado esa carrera.
Ella voltea a verme.
—¿Es en serio?
—¿Por qué te mentiría?
—Supongo que ya terminaste. ¿Estás trabajando?
Esa pregunta me toma por sorpresa. Estoy tentado de contarle alguna pequeña mentira para quedar bien, pero su mirada fija en mí hace que olvide todo como siempre.
Ver aquellos ojos tan claros y puros es mi perdición. Es como si de ellos emanara tanta luz que iluminan todo mi interior. Sé que no soy la mejor persona del mundo, sin embargo, cuando ella me mira quisiera serlo.
—No, aún no ejerzo la carrera. —digo al fin, sincero.
No sé que efecto causa ella en mí que no me atrevo a mentirle.
—Bueno, yo sí estoy ansiosa por terminar, solo me falta un semestre para eso y podré ponerme a trabajar. —me dice cambiando el tema hacía ella.
¿Terminar? Si tiene 18, bueno es lo que supongo que tiene.
—¿Te falta un semestre para terminar? ¿Qué edad tienes?
La pregunta escapa de mis labios sin pensar.
—Tengo 21. —responde con una sonrisa.
Veintiún años. Claro, terminamos la secundaria entre los 15 y 17, si se ingresa a la universidad inmediatamente después a los 21 ya estás terminando la carrera de 5 años.
—Veintiuno. ¿Sabes? Cuando te vi la primera vez supuse que no tendrías más de 18.
Ella sonríe.
—Sí, siempre me pasa. Todos suponen eso, creo que es por lo delgada que soy. —contesta riendo.
Hasta su risa es celestial.
Seguimos hablando de muchas cosas, nunca había conectado tan rápidamente con otra persona, es como si la conociera de siempre. Siento que soy otro con ella, una persona más viva, alegre y real.
Cuando llego a casa ya es de noche. La conversación que tuve con Lucía ha dejado mi mente, mi alma y mi espíritu renovados.
En mi habitación el recuerdo de mi otra vida se hace presente, veo en mi mesa de noche la cajita con el anillo de compromiso. Lo tomo con una mano y al abrirlo puedo admirar su brillo.
No sé si sea buena idea el llevar a cabo ese compromiso algo ha cambiado en mí. Mañana es 24 de diciembre y debo tomar una decisión.