La voz de mi padre sigue resonando por toda la estancia, sus gritos resuenan en las paredes. Nos encontramos solos en la biblioteca, aunque apostaría que todos los habitantes de la casa han escuchado y entendido cada una de sus palabras. No es la primera vez que recibo una reprimenda de su parte, sin embargo, es la primera vez que creo que no lo merezco.
Sigo escuchando las palabras que salen de la boca de mi padre, sin embargo, no lo escucho. Mi mente se encuentra en otro lado, va tras una bella chica con ojos color miel.
—¡Así que hoy mismos irás a disculparte con Alexa y su familia! ¡Y pondrás de una vez por todas ese anillo en su mano!
¿Qué? Regreso a la realidad.
—¿Me escuchaste?
Miro a mi padre. Sé que es mi padre, pero parece que estoy viendo a otra persona. ¿Acaso los padres no deberían querer la felicidad de sus hijos?
Sé que estoy mirando a mi padre parado frente a mí, con el rostro encendido de la furia que yo mismo he provocado. Sé que es él, pero lo veo diferente…
¿O yo soy el que ha cambiado? Sí, eso debe ser.
—No lo haré. —respondo calmadamente.
Sus ojos echan fuego.
—¿Qué dijiste?
—Que no lo haré, papá. Lo siento.
—Lo sientes, ¿eh? —su tono es sarcástico.
No respondo.
—Pues bien, haré que de verdad lo sientas. —se dirige a su escritorio y empieza a hacer una llamada.
“Ana, por favor, llama a los bancos y cancela todas las tarjetas de David.”
Ana es la secretaria de mi padre.
“¡Lo quiero para ayer!”
—Ahora sí sabrás lo que es sentirlo, mientras no hagas lo que te ordeno no tendrás ni un centavo mío. No más viajes, no más lujos, ni fiestas, ni restaurantes caros.
Lo suponía, era de esperarse.
Y aunque antes tenía miedo a esta situación, ahora me siento liberado. Pasó lo que tenía que pasar, he dejado atrás el miedo y ahora me siento libre.
—Lo siento, papá, pero con eso no conseguirás nada. Yo no cambiaré de opinión. —comento en todo suave.
Aprieta su mandíbula.
—Vete… —susurra.
Asiento.
—Vete de la casa. —menciona cuando estoy por tomar el pomo de la puerta.
Me quedo estático.
—Si no vas a seguir mis órdenes, entonces ya no eres hijo mío. Así que vete y no vuelvas más.
Un frío recorre mi espalda. ¿A este extremo ha llegado?
Me doy la vuelta.
—Papá…
Él se encuentra de espaldas mirando por el ventanal que da al patio. No se mueve.
—Papá. —pruebo nuevamente.
No obtengo respuesta.
Aprieto los puños, siento la impotencia recorrer mi cuerpo. Podría retractarme y eso significaría ser esclavo a sus caprichos.
—Está bien, papá. Adiós. —digo.
Salgo de la habitación sin obtener respuesta alguna.
Voy a mi habitación y empiezo a recoger mis cosas. Supongo que era algo que tenía que hacer tarde o temprano, pero no puedo negar que me duele en la manera que se dieron las cosas. Mientras recojo las cosas que me llevaré, que no serán muchas pues no tengo ni la más mínima idea de a donde ir, mi madre se asoma por la puerta.
—¿En serio te irás?
Asiento.
—¿Qué te cuesta casarte con Alexa? Es bonita.
Volteo a verla. ¿En serio, mamá?
—Lo sé, pero no la amo. —menciono.
Hace un gesto de fastidio.
—Eso del amor está sobrevalorado, hijo. ¿Vas a perder todo lo que tienes por un simple capricho?
—No es un capricho, simplemente no la amo y no quiero casarme con ella.
—¿Acaso tienes novia y no nos dijiste?
—No.
—¿Es pobre, por eso no la presentas?
—No, mamá.
—Oh, vamos. La puedes tener de amante. —dice despreocupadamente.
Me detengo ante ese comentario.
¿Qué está pasando? ¿Por qué de pronto todo el mundo parece tan superfluo y banal?
Miro a mi madre detenidamente.
No, nada en ella ha cambiado. He sido yo quien en unos pocos días ha cambiado radicalmente.
Continúo guardando las cosas que me llevaré, mientras mi madre sale sin hacer más comentarios, lo cual agradezco en el fondo.
Salgo sin despedirme de nadie solo con una pequeña maleta con lo más esencial. Tengo poco efectivo que me puede alcanzar para un día o dos quizás.
Camino lentamente por muchas cuadras y calles, sin rumbo fijo. Luego subo a un autobús y como si algo me guiara a aquel lugar me dirijo a la iglesia en donde vi a Lucía cantar por primera vez.