Estoy haciendo los arreglos para el último ensayo que tendré con los niños, mañana es Noche Buena y estoy a cargo del coro de la parroquia de padre Juan.
Es mi segundo año con el coro de niños. El día en que mi padre me corrió de casa y llegué a la parroquia, luego de la noticia del viaje de Lucía, me quedé conversando con padre Juan. Una de esas conversaciones en las que liberas todo y vacías el alma.
Fue como la música, pero al contrario de la solitaria acción de tocar una pieza musical en la que desfogas todos tus sentimientos, el hablar con otra persona y escuchar su punto de vista me dio esa otra perspectiva que estaba buscando.
Fui invitado a quedarme en la parroquia, al fin y al cabo, no tenía dónde ir, así que acepté.
Me introduje en un mundo hasta ahora desconocido por mí, tenía que levantarme al amanecer, hacer mi cama, lavar mi ropa, aprendí a cocinar y todas las cosas que se supone debería haber aprendido hace mucho tiempo atrás.
Si bien fue un poco chocante al principio, no me he arrepentido de esa decisión. Me siento una persona útil que al fin ha encontrado su lugar en el mundo. Me siento completo y en paz conmigo mismo.
Estuve un año viviendo en la parroquia, pero luego decidí que era tiempo de hacer algo más con mi vida, si bien me gustaba estar aquí, sentía que debía salir y vivir por mi cuenta.
Empecé a trabajar en una constructora y ayudo en algunos proyectos pequeños de la comunidad, sigo con el coro de niños, pues siento que se lo debo a Lucía.
Lucía…
Tengo grabada en la memoria nuestro primer encuentro, aquellos bellos ojos que me hechizaron. Padre Juan no sabe por qué se fue, solo que aquel día, antes de mi llegada ella fue a despedirse.
No tengo claro quién es ella en realidad, por qué estuvo en la fiesta de mis padres, por qué se fue al extranjero de manera tan abrupta. En fin, no sé nada de ella, sin embargo, eso no impide que la piense todos los días.
Poco a poco los niños van llegando y empezamos con los ensayos.
Es un día un poco caótico, ellos están intranquilos y me cuesta mucho tenerlos calmados. Cuando al fin creo que he logrado que sigan mis instrucciones y se encuentran ordenados de espaldas al altar mirando hacia la puerta de entrada ellos se echan a correr hacia ella. Me encontraba de espaldas a la puerta y me siento frustrado. ¿Qué pasa con ellos hoy?
Doy la vuelta para llamarles la atención y entonces quedo petrificado.
Frente a mis ojos hay un cuadro, el más hermoso que haya visto: Lucía está rodeada de los niños que revolotean alrededor de ella, tratando de ganar un abrazo y un beso de su parte.
Todo ocurre en unos segundos, pero yo los siento como una eternidad, cada escena se desarrolla como en cámara lenta. Puedo ver cada uno de sus movimientos. Saluda a cada uno de los niños y luego se queda ahí, mirándome.
—Hola. —me dice a lo lejos.
—Hola. —respondo en un susurro.
—Lucía, ¿cantarás con nosotros? —interrumpe aquel momento mágico, uno de los niños.
Ella lo mira, sonriendo.
—Claro, por eso vine.
—¡Genial! Te extrañamos mucho, tú eres la mejor.
Los demás niños asienten ante tal afirmación.
Fantástico, soy un cero a la izquierda para ellos.
…
Terminamos el ensayo. Todos se despiden de Lucía con un abrazo y la promesa de que estará mañana en la misa.
Cuando quedamos solos, un silencio incómodo nos envuelve.
Quisiera hacer un sinfín de preguntas, pero no me atrevo.
—¿Quieres tomar algo? —escucho que pregunta.
¿Estaré soñando?
—¿Qué?
—Que sí quieres salir a tomar algo, al terminar aquí.
No, no estaba soñando.
—Claro, me encantaría.
Salimos al acabar de acomodar todo, como antaño.
Nos dirigimos a una pequeña cafetería que queda cerca a la parroquia. Mientras hacemos los pedidos, no puedo dejar de mirarla. Me intriga el por qué de su invitación, cuando antes me rehuía tan obstinadamente.
—Quería disculparme. —me confiesa, sincera.
¿Disculparse? ¿De qué?
Al notar mi cara de confusión ella sonríe.
—Lo siento, creo que debo explicar mucho.
—Pues en eso te doy toda la razón.
Niega con la cabeza riéndose.
—Sinceramente, lo siento.
—¿Por qué?
—¿Recuerdas aquel día en la joyería?
—Por supuesto.
¿Cómo podría olvidarlo?
—Aquel día estabas comprando tu anillo de compromiso.
Asiento.
—Yo ya te conocía, sabía quién eras. No esperaba encontrarte ahí, fue una casualidad.