La puerta de mi habitación cerrada para no ser interrumpida, iluminación perfecta y nada de ruidos que me pudieran interrumpir, todo listo para comenzar a pintar. Me senté en mi escritorio con una hoja de papel y abrí el set de pinturas que me había regalado Jake para tomar un lápiz. Comencé a mover el lápiz sobre una hoja plasmando lo que venía a mi imaginación. Cuando terminé, miré el retrato que había hecho de Jake, y sonreí con satisfacción, era bastante similar a él. Deseaba regalarle el dibujo a Jake en retribución a su regalo de cumpleaños.
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—Hija, cuídate mucho, no abras la puerta a nadie sin antes ver por la mirilla y llama si necesitas algo —dijo mamá por quincuagésima vez mientras yo desayunaba—. Recuerda que el dinero está…
—…en la tercera gaveta, mamá —concluí por ella—. Ya lo sé, no te preocupes, si Dios lo permite estaré bien —añadí para que ella se tranquilizara.
Llevaba repitiendo lo mismo desde que se había planificado aquel viaje. La fecha de aniversario de mis padres sería mañana, y como regalo, mi padre había planeado un viaje de tres días para celebrar aquella fecha tan importante para ellos, por lo que me quedaría sola y mamá estaba histérica con aquella situación, y con razón, era la primera vez que me quedaría sola después de mucho tiempo.
Mamá se acercó a mí para darme un abrazo seguido de un dulce beso en la frente. Sus besos siempre me transmitían paz y amor, habían sido parte de la luz en el medio de mi oscuridad.
—Te quiero, mi niña bella —dijo ella cuando se separó de mí.
—Yo también te quiero, mamá —contesté con una sonrisa antes de darle un beso en la mejilla
Seguidamente se acercó papá para darme un abrazo y despedirse con un “nos vemos en tres días”.
Los acompañé hasta la puerta, donde subieron a un taxi y me despedí agitando la mano. Cuando el taxi desapareció de mi vista, entré nuevamente en casa para ponerme un abrigo —pues estaba haciendo bastante frío— y recogí mi mochila para marchar a la escuela.
Después de las clases me dirigí hacia la biblioteca, sin embargo, no encontré allí a Jake. Tomé mi teléfono para llamarlo, pero no respondió mis llamadas, por lo que salí de aquella estancia para buscarlo, me preocupaba que le hubiera pasado algo malo, era muy raro que no asistiera a los repasos y tampoco lo había visto en todo el día.
Finalmente, después de recorrer varias estancias, lo encontré en la salida junto a Katherine.
—Jake, ¿podemos hablar un momento? —inquirí cuando llegué hasta él.
Jake se giró en mi dirección y me miró por un minuto pensativo, con su mirada endurecida, y finalmente accedió a mi petición.
—Hoy no puedo repasarte matemáticas —explicó con una voz distante cuando nos separamos de Katherine.
Intenté ignorar las alarmas que me decían que algo estaba mal con su expresión vacía y desorientada, deseaba que no fuera nada más que mi imaginación.
—No hay problema en ello—respondí con una pequeña sonrisa forzada. Abrí la mochila para buscar el retrato—, solo quería…
—Me tengo que ir —me interrumpió él deteniendo mi acción, y sin esperar respuesta, se marchó junto a Katherine.
Las alarmas que se habían disparados anteriormente, sonaron con mayor fuerza, pero de nada servía que pudiera escucharlas, si Jake no me contaba lo que le sucedía. Así que, solo me mantuve en mi puesto mientras lo veía marchar.
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Estar sola en la casa de día era una cosa, pero de noche se sentía un gran vacío, los pocos sonidos que emitía la televisión eran absorbidos por las paredes de la sala y fuera de la misma solo se escuchaban el ruido de algún que otro carro al pasar. Era extraño no escuchar a mamá o papá hablar entre susurros o sentados en el sofá, ya había hablado con ellos por videollamada, pero no era lo mismo que tenerlos conmigo.
El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos y me provocó un sobresalto. En un instante mi mente se llenó de pensamientos negativos, quizás era un ladrón, o un asesino, quizás alguien peor. El timbre volvió a sonar con mayor insistencia poniéndome más nerviosa.
Tomando valor me acerqué hacia la puerta y al observar por la mirilla encontré a Jake en la entrada. Abrí la puerta con asombro de verlo allí, lucía algo desorientado y de su boca salía un fuerte olor a alcohol.
—¿Qué haces aquí? —pregunté sin comprender que hacía a las nueve de la noche en la puerta de mi casa y en aquel estado.
—Así que esta es la verdadera Allison Smith —dijo Jake examinándome de arriba abajo con sus cansados y nublados ojos.
Su comentario hizo que dirigiera la mirada hacia mi atuendo, llevaba un piyama gris con una capucha que tenía orejas de conejo, y unas pantuflas con la misma temática, me veía ridícula.
—Solo dices tonterías, estás borracho —respondí restándole importancia a su comentario.
—Los borrachos siempre dicen la verdad —replicó él con una sonrisa de medio lado—, y la verdad es que te he visto con cientos de ropas diferentes, más y menos llamativas, pero así estás más bella que nunca.
Ese comentario hizo que mi corazón se aceleraba y la frase me pareciera la más hermosa del mundo, sin embargo, controlé mis emociones y acallé cualquier sentimiento que mi engañoso corazón deseara gritarme.
—Eso no importa, dime qué haces aquí —insistí.
—En este estado no podía ir hasta mi casa, está muy lejos —explicó Jake y antes de que pudiera reaccionar entró a la casa.
Protesté ante su atrevimiento, pero él hizo oídos sordos y tomó asiento en el sofá.
—Te llamaré un taxi —dije cerrando la puerta principal.
—¿No te da miedo estar sola? —inquirió dejándome muda, cómo sabía que estaba sola.
—No —contesté de forma tajante.
—Pues a mí sí —respondió él dirigiendo una mirada de vulnerabilidad hacia mí. Había visto muchas expresiones suyas, pero ninguna como aquella, la cual era muy similar a la de un niño pequeño con un gran miedo—. Mi madre no está en casa, y no deseo estar solo, no puedo estar solo. Antes tenía un perro que me hacía compañía, pero murió y mamá no me dejó tener otro.