Habían pasado dos días desde el campamento y Jake parecía más irritado. Su cambio era muy notable para todos, no atendía a clases, se la pasaba gritando a todos, incluso a sus amigos y físicamente estaba hecho todo un desastre; llevaba los cabellos despeinado, sus ropas desaliñadas y parecía un alma en pena al deambular por los pasillos. Era evidente que algo le sucedía, no obstante, nadie se atrevía a decir algo, parecía no importarles su situación.
Al terminar la clase de matemáticas, intenté acercarme a él para hablar, pero fui interceptada por Katherine.
—Deja en paz a Jake —dijo con una mirada que dejaba en claro una amenaza incluida en sus palabras.
—¿No te interesa para nada lo que está haciendo? —inquirí sin comprender por qué no hacían nada por su supuesto amigo.
—Claro que me importa —contestó dejando en claro que era algo obvio—. Pero Jake está roto y necesita un tiempo para recuperarse, pero eso nunca lo entenderías. Yo lo acepto así, con conflictos, con adicciones, con todo lo que sea parte de él, porque lo amo.
No podía creer lo que acababa de escuchar. Para ella era algo normal que Jake se drogara, para ella estar roto lo justificaba todo.
—Estar roto no justifica romper a los demás —respondí con dureza—. Además, tienes una idea muy equivocada del amor. El amor no lo acepta todo, sino que perfecciona a la persona en sus defectos. Es aceptar que está roto, pero también vendarlo. No es dejar que esconda sus heridas cuando claramente siguen abiertas y sangrantes.
Mis palabras la dejaron pensativa y cuando estaba a punto de marcharme detrás de Jake, quien se había marchado del salón hacía unos segundos, Katherine volvió a hablar:
—¿Entonces tú lo amas?
La pregunta me hizo pensar, pero la rechacé casi de inmediato. Lo que sentía por Jake no era amor, sino una gran empatía.
—No, no lo amo. Quiero ayudarlo porque nadie merece encadenarse a las drogas —contesté antes de marcharme.
No pude encontrar a Jake cuando salí del salón, ni siquiera asistió a las otras materias que teníamos en común. En la tarde, tomé una decisión, debía ir a casa de Jake, tenía que hablar con él, saber por qué estaba tan roto como Katherine decía, quizás eso lo ayudara para superar las drogas.
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La casa de Jake era el doble de grande que la mía, y estaba compuesta por dos plantas. Los colores de misma eran gris y blanco, con un tejado gris oscuro casi negro. Además, poseía ventanales que iban desde terminales curvos hasta formas tan simples y geométricas como un rectángulo. Había imaginado que Jake vivía en una gran mansión como las que aparecían siempre en las películas, pero no era así, aunque sí se podía decir que aquella casa sería muy ostentosa para alguien con un salario medio.
Toqué el timbre junto a la puerta y seguidamente se escuchó un sonido dulce y agradable. Instantes después la puerta de madera se abrió dando paso a un señor de unos sesenta años, el cual lucía un traje elegante de color negro que contrastaba a la perfección con las canas que adornaban el cabello, que alguna vez había sido castaño claro.
—Buenas tardes, señorita —saludó el hombre con voz aguda y cansada— ¿En que puedo servirle?
—Buenas tardes, señor —contesté con voz suave mientras intentaba mantener a raya las emociones que deseaban controlarme—. Soy una compañera de escuela de Jake, quisiera saber si él se encuentra —agregué retorciéndome las manos.
—Lo siento, señorita, pero aún no ha llegado —respondió el señor negando con la cabeza.
Solté un fuerte suspiro mientras pensaba que hacer, pues me parecía demasiado incómodo pedir esperarlo, sin siquiera saber a qué hora llegaría. Tampoco podía irme a casa y regresar un rato después, era demasiada distancia.
—¿Quién está ahí, Tomás? —Escuché preguntar a una voz femenina.
—Una amiga del señorito Jake —informó el hombre que me había abierto la puerta hacía unos segundos, girando la cabeza hacia atrás tanto como su cuello le permitió.
Seguidamente abrió un poco más la puerta dejando a la vista a una mujer, que recordé de la reunión de padres que había tenido lugar por la anafilaxia que había sufrido. Ella también pareció reconocerme, pues su semblante cambió de un momento a otro.
Intenté poner excusas tan rápido como ella me invitó con gran amabilidad a entrar, pero fue imposible escapar de sus insistentes palabras y sus ojos llenos de curiosidad. Entré en la casa encontrando una sala de gran amplitud con colores muy similares a los de la fachada, estos le daban un toque minimalista y moderno, pero también impersonal. El protagonista de la estancia era un sofá blanco en forma de L, ubicado frente al enorme televisor y junto a cada lado del sofá se encontraba una pequeña mesa de madera con su respectiva lámpara y a solo un metro de distancia se encontraba una mesa de madera en forma de hexágono.
La madre de Jake me invitó a tomar asiento mientras ella también lo hacía. No pude evitar mirar hacia todos lados para apreciar los detalles de la estancia, los cuadros colgaban de las paredes grises en diferentes tamaños. Había un cuadro bastante grande en el que se encontraba una pareja de unos 20 años y el color sepia que predominaba en la misma me dejaba claro que era una fotografía antigua. La pareja poseía cabellos castaños, aunque la mujer tenía el cabello más claro, y los ojos del hombre eran de un gris penetrante, mientras que la dama los tenía café; sus sonrisas eran débiles y sin acompañamiento de la expresión de sus ojos. Mis ojos pasaron hacia los cuadros que se encontraban perfectamente dispuestos en una mesa rectangular que se encontraba bajo el televisor. En la mayoría de las fotos aparecía un niño pecoso, que pude identificar como Jake, en algunas aparecía con su madre, en otra se encontraba solo forzando una sonrisa a la que le faltaba un diente, lo que me hizo sonreír por su ternura. A medida que fui avanzando en las fotos se fueron apagando las sonrisas hasta llegar a la última, donde un Jake unos años más joven miraba la cámara con seriedad mientras un anciano muy similar al hombre de la primera foto posaba una mano en su hombro.