Luz Entre Los Pinos

ALABANZAS, BRASAS Y UN CASI CRUSH

La noche cayó sobre el campamento como una cobija celestial. Bueno, una cobija con olor a humo de fogata y repelente de citronela, pero cobija al fin.
El cielo se llenó de estrellas, de esas que no se ven en la ciudad porque la contaminación visual y los edificios gigantes te dicen: “no, gracias”.
Pero aquí estaban. Como si Dios me estuviera guiñando el ojo.
Gracias, Señor, por las estrellas... y por el hecho de que no hay señal, así nadie puede ver mis stories de “sufriendo en el nombre de Jesús”.

La fogata ya estaba encendida cuando llegamos. Un círculo de chicos y chicas se sentaban en troncos alrededor del fuego, algunos con guitarras, otros abrazando biblias como si les fuera a hablar en voz alta.

Percy traía una bolsa de malvaviscos (que probablemente pensaba usar como ilustración para alguna parábola extraña).
Javier llegó tarde, con una colchoneta bajo el brazo, porque "se me hace más cómodo para sentarme en el piso del Espíritu".
Natali, cómo no, cargaba su libreta de oración personalizada, una linterna y una sonrisa que ya parecía alimentada con 3 devocionales al día.

Y yo…
Yo estaba sentada ahí como quien llega a una reunión secreta donde no sabe si al final habrá aplausos o sacrificios de chicharrones.

—¡Bienvenidos a nuestra primera fogata del campamento! —dijo una chica de pelo afro con una voz digna de predicar en YouTube—. Esta noche es para conectarnos con Dios, con los demás… y con el propósito que Él tiene para ti.

Ay Dios, por favor, que ese propósito incluya una ducha caliente mañana y una cama que no rechine cuando me muevo.

Se cantaron alabanzas. Muchas. Algunas las conocía, otras me las aprendí por repetición, como mantra de montaña.
Y en eso… volvió a aparecer él.

El guitarrista.
El del aire místico.
El chico que cantaba como si estuviera viendo ángeles en HD.

Se sentó frente al fuego, afinó su guitarra con una calma que me ponía nerviosa, y luego comenzó a cantar.

“Espíritu de Dios, llena este lugar…”

Yo no sé si era el Espíritu o el talento, pero mi corazón empezó a latir como si tuviera batería de alabanza incorporada.
Y ahí estaba yo, Mariana-la-irónica, tratando de fingir que no estaba embobada con un chico que ni siquiera sabía que yo existía.
¿Es pecado enamorarse durante la adoración? ¿Esto es tentación o testimonio en proceso?

Cuando terminó la canción, algunos aplaudieron, otros oraron en voz bajita, y yo fingí buscar un versículo para no quedarme viendo su perfil como boba.

Fue entonces que Natali me empujó discretamente con el codo.

—Anda, pídele que te enseñe a tocar. Él es súper amable. Siempre ayuda a los nuevos.

—¿A los nuevos o a las nuevas? —dije arqueando una ceja.

—Shh —me susurró, sonriendo—. Aprovecha la unción, hermana.

La unción, dice. Lo que yo necesito es autocontrol. Y un abanico.

Para mi desgracia —o bendición camuflada— en ese momento él se levantó… y vino hacia mí.

¡Él. Vino. Hacia. Mí.

—Hola —dijo con esa voz grave pero suave que parecía salida de un podcast cristiano relajante—. ¿Primera vez en un campamento?

Tragué saliva. No aire, saliva. Literalmente me atraganté y tosí.

—Sí, primera… vez. Estoy… wow.
¿Estoy wow? ¿Quién dice eso? ¿Acabo de decir eso en voz alta?

Él sonrió. Y no, no fue una sonrisa casual. Fue esa clase de sonrisa que hace que tu cerebro se apague y solo puedas pensar en versículos como:
“Jehová es mi pastor y nada me faltará…”

—¿Te gusta la música? —me preguntó, señalando su guitarra.

—Sí, mucho. En especial cuando no me la cantan a las 6 de la mañana —bromeé.

Él soltó una carcajada honesta, de esas que hacen que el fuego se sienta más cálido de lo normal.

—Soy Mariana —me apresuré a decir.

—Mucho gusto, sierva —respondió, sin decir su nombre.

¡¿Otra vez con lo de “siervo/sierva”?! ¡Denme nombres bíblicos, pero reales!

—¿Y tú eres…? —le pregunté con mi voz más casual.
Traducción: dime cómo te llamas o te pondré de apodo “Guitarrista de mis pensamientos” para siempre.

—Todos me dicen Steve —contestó finalmente.

Ah. Steve. Claro. Tenías que tener un nombre bonito. No podías llamarte Pancracio. Tenías que ser Steve.

—Bueno, Steve. ¿Tocas algo más además de corazones?

¡¿QUÉ?! ¿¡Eso lo dije en voz alta!?

Él se rió. Yo me quise morir.
Natali me miraba desde lejos con la cara de “¡estás haciendo historia, hermana!”

—También toco el teclado… a veces —respondió Steve, sin perder la calma—. ¿Y tú? ¿Qué haces?

—Yo… yo hago sarcasmo. Y brownies. No necesariamente en ese orden.



#5591 en Novela romántica

En el texto hay: 13 capitulos

Editado: 21.06.2025

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