Desperté con el sonido del shofar.
No, no es una metáfora. Literalmente alguien sopló un cuerno como si estuviéramos por entrar a Jericó.
¿Es mucho pedir que el Armagedón empiece después de las 10 a.m.?
Me puse los primeros jeans que encontré, una camiseta arrugada, y bajé arrastrando los pies hacia la cancha donde ya todos estaban en círculo, sonrientes, despiertos y demasiado felices para ser humanos normales.
Natali me saludó agitando una botella de agua como si fuera Pocahontas bautizando el día.
—¡Hoy hay dinámicas de integración! ¡Guerra espiritual! ¡Carrera con versículos!
¿Carrera con qué? ¿Versículos? ¿Acaso vamos a correr mientras gritamos Salmo 91?
Nos dividieron en equipos. A mí me tocó con Percy, Javier, Natali… y una chica llamada Rebeca que parecía tener el Espíritu Santo y cuatro Red Bulls en el cuerpo.
Percy llegó con una cinta roja en la cabeza, como si fuera Rambo versión Monte Sinaí.
—¡Vamos a ganar en el nombre del Altísimo! —gritó, alzando una botella de Gatorade como si fuera aceite de unción.
Hermano, bájale dos ángeles a tu intensidad.
Primera prueba: Carrera de fe.
Tenías que correr con una Biblia en la mano, leer un versículo en voz alta, y luego saltar una cuerda mientras citabas otro.
—¿Qué somos? —gritó Percy.
—¡El ejército de Dios! —respondimos a medias, porque nadie había desayunado bien.
Cuando fue mi turno, corrí como si huyera de las malas decisiones.
—¡Salmo 23:4! —grité—. “Aunque ande en valle de sombra y de muerte…”
Y justo ahí tropecé con una raíz.
Caí con la dignidad de Sansón rapado, mi Biblia voló como paloma de paz, y Percy gritó:
—¡LA PALABRA NO CAE! ¡RECÓGELA, MARA!
Si me muero, que pongan en mi tumba: "Aquí yace Mariana. La única que resbaló en un versículo".
Me levanté como pude, con tierra en la frente y una risa mal contenida.
Segundo juego: Conoce tu versículo.
Te daban una referencia bíblica y tú tenías que explicarla con mímica.
A Percy le tocó “Jonás y el pez”.
Se tiró al suelo, fingió nadar, se metió dentro de un saco, y terminó gritando desde dentro:
—¡¡NO QUIERO IR A NÍNIVE!!
Este chico necesita teatro. O liberación. O ambas.
A Javier le tocó “David y Goliat”.
Cogió una piedra imaginaria, me miró directamente (porque yo estaba del lado contrario) y me la lanzó con fuerza invisible.
—¡PAH! —gritó—. ¡Caíste, filistea!
¿Disculpa? ¿Me estás llamando Goliat?
—¡Ya verás, pequeño David! —le respondí, levantando una escoba como lanza.
El líder de dinámicas tuvo que intervenir.
—¡Chicos, sin violencia bíblica, por favor!
Lo siento, Señor. Prometo no desearle plagas a Javier… por hoy.
Después vino el momento de la pausa, donde nos dieron juguito de guayaba y empanadas. Natali sacó su libreta de oración mientras yo intentaba buscar sombra para esconderme de la próxima actividad.
Y entonces, cómo no, Steve apareció.
No caminaba. Flotaba.
El sol le daba justo en la cara y parecía el afiche de una película cristiana.
Se acercó a donde estábamos y me saludó como si nada.
—¿Qué tal tu mañana?
—Estoy en guerra, pero con estilo —respondí, tragando empanada.
Steve rió, otra vez.
¡Ese bendito “ja-ja” que me saca de comunión!
—¿Vas a participar en la alabanza esta noche?
—¿Yo? No. A menos que necesiten a alguien que toque la pandereta con torpeza.
—Podríamos hacer un dueto —dijo él, tan casual como si no acabara de lanzar una bomba emocional.
—¿Tú cantando y yo arruinándolo? Perfecto.
—Tal vez no lo arruines —añadió con una mirada directa.
Señor, si esto es prueba de humildad, ya entendí el mensaje. ¡YA ENTENDÍ!
Antes de que pudiera decir algo más, Percy regresó gritando:
—¡Mariana! ¡Te toca la prueba del Espíritu!
—¿Cuál es esa?
—Tienes que encontrar un versículo… ¡mientras te hacen cosquillas!
¿QUÉ? ¿¡ESO ESTÁ EN LA BIBLIA!?
Percy me sujetó los brazos, Javier empezó a leerme Mateo 5 en voz alta mientras me hacía cosquillas, y yo, gritando:
—¡Bienaventurados los que... ¡JAJA! ¡los que... ¡JAJAJAA! ¡¡LOS QUE PADECEN POR MI NOMBRE!!