Luz Entre Los Pinos

MONTESANTO Y MARIANA DE LOS ÁNGELES

Era la noche de alabanza.

Luces bajas, guitarras afinadas, un par de chicos acomodando cables como si estuvieran montando un concierto de Hillsong en versión rural. Natali estaba sentada a mi lado con una manta y su Biblia, como si esperara un milagro… o a Marcos Witt en vivo.

Yo, mientras tanto, me estaba metiendo en una guerra interna.
Señor, si él me vuelve a sonreír así, voy a hablar en lenguas, pero no de las celestiales.

Steve estaba afinando su guitarra, con los ojos cerrados y ese peinado descuidado que parecía decir “me importa poco la moda, pero igual parezco salido de un videoclip”.

Sabía su nombre. Claro que lo sabía.

Pero no sabía su apellido.

Ni su edad.

Ni si era real o un producto de mi imaginación y de los ayunos mal hechos.

En medio del servicio, la líder nos pidió escribir en papelitos algo que queríamos entregarle a Dios.

Yo escribí:

“Mi sarcasmo, pero solo el que no hace reír a la gente.”

Y de paso dibujé un pan para representar mis ganas de comer porque no habíamos cenado aún.

Después de varias canciones (y varias miradas no intencionadas al guitarrista celestial), se acercó a nuestro grupo un chico flacucho con gafas y carpeta en mano.

—¿Tú eres Mariana… de los Ángeles?

Yo asentí, acostumbrada ya a que mi nombre completo sonara como el de una monja fundadora de un convento.

—Steve me pidió que anotara a los que van a subir a cantar el domingo. Dice que tienes buena voz.

—¿Steve qué?

—¿Montesanto? El del grupo de alabanza. ¿No lo sabías?

Momento exacto en que mi alma abandonó mi cuerpo.

¿Montesanto?

¿El chico con voz angelical se apellidaba como si hubiera nacido en el Monte Sinaí y bautizado con agua del Jordán?

Ya está. El Señor me está haciendo bullying.

Mariana de los Ángeles y Steve Montesanto. Sonaba a título de telenovela evangélica.

Capítulo 1: Ella oraba por señales. Él era la señal.

De repente, me sentí observada.

Steve se acercó con su sonrisa que rompía toda mi concentración en las Escrituras.

—¿Todo bien? —preguntó con esa voz que me hacía dudar si estaba en el campamento o en una nube.

—Sí… solo… me enteré de tu apellido.

Él se rio.

—¿Ah, sí? ¿Y?

—Suena… muy espiritual.

—Es real. Montesanto. Herencia italiana.

—¿Y tú crees que sobrevivamos un campamento con ese nivel de nombre?

—Tú te llamas Mariana de los Ángeles —replicó él, riéndose aún más—. Si esto fuera una película cristiana, estarías en la portada con una paloma.
¿Quién le dio permiso de coquetear bíblicamente?

—Bueno, Montesanto —dije con tono desafiante—, te aviso que no canto en público desde que mi prima se casó y me apagaron el micrófono sin querer.

—Podemos intentarlo mañana. Solo ensayo. Privado. Sin palomas.

—Lo pensaré —respondí, aunque ya sabía que mi alma había dicho que sí.

Después de eso, Steve volvió al escenario.

Yo me senté otra vez con Natali, que me miró como quien mira a alguien que acaba de ver al profeta Elías.

—Te sonrió por quinta vez hoy —susurró con un codazo.

—¡No fue sonrisa! ¡Fue… expresión de paz!

—Mhm. Claro. ¿Y qué vas a hacer cuando te proponga cantar juntos?

—Ayunar. Hasta que se le olvide.

Esa noche, al regresar a la cabaña, todo el grupo de chicas empezó a hablar del servicio.

—¿Viste cómo tocó la guitarra Steve?
—¿Cómo se llamaba esa última canción?
—¿Y vieron la cara de Mariana cuando él la miró?

Yo me tapé la cabeza con la almohada.

—¡Ustedes no saben nada de guerra espiritual! —grité dramáticamente.

Natali se acostó a mi lado.

—Pero sí sabemos de amor cristiano.

—¿Y qué saben?

—Que cuando Dios quiere unir dos nombres raros, lo hace.

Todas rieron.

Yo… me rendí.
Quizás esto no sea una novela cristiana, pero si el Señor quiere que Montesanto y Mariana de los Ángeles canten a dúo… quién soy yo para oponerme.



#5587 en Novela romántica

En el texto hay: 13 capitulos

Editado: 21.06.2025

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