Me mudé hace una semana.
El departamento era barato, demasiado barato para estar en el centro de la ciudad.
La única cosa rara era que el casero me pidió, casi suplicando, que no moviera el sofá del living.
No pregunté por qué.
La primera noche, mientras intentaba dormir, escuché pasos suaves en el pasillo.
Pensé que era el vecino… hasta que recordé que el pasillo de mi departamento termina en mi cuarto.
Me levanté, encendí la luz.
Nada.
Pero sentí algo: una presión en el aire, como si alguien estuviera justo detrás de mí.
Pasaron días.
Y cada vez que estaba en el living, notaba algo extraño: siempre sentía que alguien me observaba desde la esquina donde estaba el sofá.
Al principio intenté ignorarlo… pero un reflejo en la pantalla apagada del televisor me mostró algo.
No era una sombra: era una mujer.
Alta, con el pelo pegado al rostro como si estuviera mojado.
Me miraba fijo, pero cuando giré, no había nadie.
Anoche, decidí mover el sofá.
Debajo, había marcas profundas en el piso… como arañazos, pero en forma de dedos.
Alguien había estado aferrándose ahí, tratando de salir.
No me dio tiempo a procesarlo: sentí un peso sobre mí y un aliento frío en la nuca.
Una voz me susurró al oído:
—Ahora tienes que quedarte tú.
No recuerdo haber caído al suelo.
Pero esta mañana, el sofá estaba de nuevo en su sitio.
Y desde la oscuridad, en la esquina, puedo verme a mí mismo… sentado, mirándome.
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Editado: 24.08.2025