La noche que los vi, no escuché nada.
Solo un zumbido tan grave que parecía venir de mis huesos.
Salí al patio y vi una luz suspendida en el cielo. No brillaba… palpitaba.
No recuerdo cuándo empecé a flotar.
Desperté en una sala fría, con paredes que parecían moverse como si respiraran.
No había mesas, solo ganchos del techo.
Algo me sujetaba los tobillos.
No vi sus rostros, pero sentí sus manos: largas, delgadas, con una piel fría y húmeda como pescado.
Uno de ellos se inclinó sobre mí y metió algo por mi boca.
Era como un gusano transparente, retorciéndose mientras bajaba por mi garganta.
No podía gritar. Solo tragué.
Cuando desperté en mi cama, pensé que había sido una pesadilla.
Hasta que me vi al espejo: mi vientre se movía, como si algo dentro empujara desde adentro hacia afuera.
El zumbido volvió.
Caí al suelo, paralizado.
Ahora escucho voces. No en mi cabeza… en mi estómago.
Me dicen que pronto será el momento.
Que la luz vendrá otra vez para abrirme.
Si encuentras este mensaje, no mires al cielo.
No es que te vean…
Es que ya saben dónde estás.
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Editado: 24.08.2025