Todo empezó con sueños raros.
Yo caminaba por pasillos interminables, y al final siempre había una puerta roja.
Cada noche me acercaba más… pero nunca la abría.
Hasta que una madrugada, alguien la abrió por mí.
Al principio no noté nada extraño.
Solo despertaba con los pies fríos, aunque no recordaba levantarme de la cama.
Pero una mañana vi barro en las sábanas… y huellas.
Mis huellas.
Con la marca de uñas, como si hubiera caminado a cuatro patas.
Después vinieron las manchas en las paredes: símbolos dibujados con algo espeso y oscuro.
Ojalá hubiera sido pintura.
Reconocí el olor metálico. Era sangre.
Y estaba seca.
Empecé a dejar una cámara grabando por las noches.
La primera vez que revisé, casi vomité:
Yo estaba sentado en la cama, mirando directo al lente… sonriendo.
Luego, lentamente, me metía la mano en la boca hasta que mis dedos desaparecían por completo.
Cuando los saqué, estaban cubiertos de algo negro.
La última grabación no la he borrado.
Porque en ella, justo antes de que la cámara se apague, me veo durmiendo.
Y detrás de mí… hay algo, moviendo mis labios.
Susurra:
—Ya casi no queda nada tuyo.
Esta mañana desperté con la puerta roja pintada en la pared.
Y en mi lengua, escrita con un corte: “Abre”.
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Editado: 24.08.2025