Dicen que en el Bosque de Las Cruces, si escuchas pasos detrás de ti… nunca debes girarte.
No importa si suena a un niño llorando, o si oyes tu propio nombre.
Si lo haces, algo se lleva tu rostro.
Yo pensé que eran cuentos de borrachos.
Pero aquella noche, mientras buscaba un atajo para salir del bosque, comencé a escuchar hojas crujir detrás de mí.
Los pasos eran lentos, como si me imitaran.
Aceleré.
Aceleraron.
Entonces lo escuché.
—Laura…
Era la voz de mi madre, muerta hace cinco años.
Mis manos temblaban.
La tentación de mirar era insoportable.
Pero recordé la advertencia.
Seguí caminando… hasta que un dedo frío y largo como una rama tocó mi hombro.
Me di vuelta.
No era mi madre.
Era algo sin forma definida, un ente de piel y hueso.
Donde debería estar su cara, solo había un hueco húmedo y negro.
Unas manos con uñas quebradas se aferraron a mis mejillas.
Sentí un tirón brutal… y el dolor más agudo que jamás había imaginado.
Desperté tirada entre los arbustos, con la cara cubierta por vendas improvisadas y la boca reseca.
No veo. No hablo.
Pero todas las noches, escucho pasos detrás de mí.
Y sé que algún día… volverá por el resto.
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Editado: 24.08.2025