La mina Merian cerró después de que un derrumbe atrapara a veinte trabajadores bajo tierra.
Nunca recuperaron los cuerpos.
Dicen que aún puedes escuchar sus voces… pero no rezan, ni piden ayuda. Susurran tu nombre.
Bajé con dos linternas y un grupo de exploradores urbanos.
El aire se volvió más frío a cada metro, y el olor a tierra húmeda se mezcló con algo dulzón, como carne podrida.
A los quince minutos, mi linterna principal comenzó a parpadear.
Cuando volvió la luz, mis compañeros ya no estaban.
Seguí el sonido de un goteo.
Pero en la oscuridad, el goteo cambió… ahora era una respiración lenta, profunda.
Las paredes parecían moverse, pulsar, como si la roca estuviera viva.
Una mano salió de entre las grietas, con uñas negras y huesos expuestos.
Corrí sin saber a dónde, y vi sombras de hombres con cascos deformados, las cuencas vacías y las mandíbulas desencajadas.
Uno de ellos me susurró al oído, con voz quebrada:
—Baja más… hay espacio para ti aquí.
Tropecé y caí en un túnel aún más estrecho.
Allí no había luz.
Solo voces que se colaban dentro de mi cabeza, cantando un nombre… el mío.
La última imagen que vi antes de que mi linterna muriera fue una pared entera cubierta de bocas abiertas, masticando la roca.
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Editado: 24.08.2025