El mar estaba en calma… hasta que dejó de estarlo.
Yo iba en la cubierta, respirando el aire salado, cuando la niebla comenzó a tragarse el horizonte.
El capitán dijo que eran “corrientes frías”, pero yo vi cómo la brújula comenzó a girar sin control.
Bajo nosotros, algo golpeó el casco… no como un pez.
Como si algo grande quisiera entrar.
Bajé a la bodega, y el olor me arrancó un espasmo seco en la garganta.
El agua se filtraba por las paredes, pero no era agua: era espesa, aceitosa, y tenía un tono oscuro, como sangre vieja.
Entre las cajas, vi algo que no debería existir.
Un ojo… del tamaño de mi torso, mirándome sin parpadear.
La madera crujió.
Algo estaba subiendo, y con cada golpe el barco gemía como si fuera un animal herido.
Vi tentáculos atravesar la cubierta, cubiertos de ventosas que no eran círculos, sino bocas… bocas pequeñas con dientes diminutos que masticaban la madera.
Un tentáculo se enroscó en mi pierna.
Pude sentir las bocas mordiendo a través de la tela, rompiendo piel, desgarrando músculo.
Me arrastró hacia la borda.
Cuando caí al agua, lo vi todo: un cuerpo inmenso, lleno de cicatrices y parches de piel arrancada, como si hubiera sobrevivido a mil batallas.
No era un animal… era algo antiguo, con huesos que brillaban bajo la carne translúcida.
Y mientras me hundía, entendí que el mar no era un lugar… era su cuerpo.
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Editado: 24.08.2025