Nunca supe en qué momento dejó de ser mi hermana.
Al principio, eran sólo susurros en la noche. Yo pensaba que hablaba dormida, como ya en ocasiones lo había hecho… hasta que me di cuenta de que las voces no venían de su garganta.
Una madrugada, entré a su cuarto. El aire estaba espeso, cargado con un olor a carne vieja. Ella estaba sentada en la cama, de espaldas a mí, balanceándose como si tuviera frío.
—No me mires —dijo con una voz que no era la suya.
No obedecí.
Cuando se giró, sus ojos eran completamente negros, y la piel de su cara se movía… como si algo debajo intentara salir.
Las uñas se le habían caído, y en las yemas colgaban pedazos de piel desgarrada.
Sonrió, y su mandíbula se abrió más de lo que un ser humano debería.
Me dijo cosas que nadie debería saber.
Nombres de muertos. Secretos que yo había enterrado. Describió con detalle cómo iba a morir mi madre… y cómo iba a verme beber su sangre.
De pronto, se levantó, y sus huesos comenzaron a crujir mientras su cuerpo se doblaba hacia atrás...
La piel de su abdomen se desgarró lentamente, y una mano, huesuda y cubierta de algo viscoso, salió desde dentro…
Ella me miró, con lágrimas negras cayendo por sus mejillas.
—Ayúdame… —susurró.
Y después… dejó de ser mi hermana.
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Editado: 24.08.2025