No debería estar escribiendo esto. Me advirtieron que si lo hacía, no viviría para contarlo, pero la gente tiene que saber lo que encontré en la Mina 96.
La entrada estaba sellada desde hacía décadas. Los lugareños decían que el derrumbe fue solo una excusa del gobierno para ocultar “lo que había abajo”. Yo pensé que eran historias estúpidas… hasta que encontré la reja forzada y sentí el aire frío salir desde el túnel. Un frío que olía a muerte, como sangre vieja.
Avancé con mi linterna, pero a los pocos metros la luz comenzó a parpadear. Sentía que el túnel respiraba conmigo, como si la roca se agrandara y se contrajera. Entonces la escuché: una voz débil, como un lamento, llamándome por mi nombre.
—…Steve…
El eco me golpeó en el pecho. Nunca le dije mi nombre a nadie del pueblo. Caminé más rápido, y en las paredes comencé a ver marcas, como arañazos, pero demasiado profundas para ser hechas por manos humanas. Cada rasguño parecía formar símbolos, y algunos aún goteaban un líquido oscuro.
En el fondo del túnel, la luz reveló un hueco inmenso, como una caverna sin fondo. Dentro… había algo. No era humano, ni animal. Su piel era pálida, pero se movía como si flotara, y sus ojos eran dos huecos negros que absorbían la luz.
Cuando mi linterna murió, lo sentí detrás de mí. Su respiración… no, no era respiración, era como el sonido de piedras chocando bajo el agua. Algo frío me tocó el hombro.
Y ahora lo escucho otra vez. Está afuera. No sé cómo, pero está justo afuera de la puerta. Si alguien lee esto, no entres a la Mina 96. No mires sus ojos. No…
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Editado: 24.08.2025