Los niños del pueblo hablaban de una casa que no tenía puerta, solo un hueco negro en la pared, y de una mujer que vivía allí, que no era ni vieja ni joven, sino una sombra entre las sombras.
Perdí a mi hermanito menor una noche de luna nueva.
Escuché sus gritos desde el bosque, un sonido que desgarraba el alma, pero cuando llegué al claro… no había nada.
Solo la casa sin puerta, abierta como una boca esperando tragarse el mundo.
Entré temblando, y la oscuridad me envolvió.
La mujer estaba allí, con ojos brillantes y manos huesudas que se movían como ramas secas.
—Ven, niño —susurró—.
Pero su voz no era voz, era un crujido, como si rompiera huesos con cada palabra.
Vi los restos de otros niños, amontonados en un rincón, con piel tirante y huesos rotos, y el olor… un hedor a carne podrida que me hizo vomitar.
Intenté correr, pero sus garras me sujetaron.
Su boca se abrió hasta lo imposible, mostrando dientes afilados y babosos.
Nunca supe cómo escapé, pero corrí hasta perder el aliento.
Desde entonces, cada noche, siento que la bruja está fuera de mi ventana, esperando que salga.
Y sé que si lo hago, seré su próxima cena.
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Editado: 24.08.2025