La noche de Halloween siempre fue mi favorita… hasta que entendí que no todo lo que brilla es dulce.
Salí con mis amigos a pedir dulces, riendo y disfrazados.
Las casas se veían normales, pero había una que nunca había visto: una vieja casona con ventanas rotas y un jardín cubierto de maleza.
Una anciana salió a abrir la puerta, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—¿Truco o trato? —preguntó, tendiéndonos un plato con caramelos que olían extraño, como a tierra mojada y flores muertas.
Mi amigo aceptó uno y lo llevó a la boca.
Su sonrisa desapareció y sus ojos se volvieron opacos, como si se apagara su alma.
Cayó al suelo, convulsionando.
Intenté ayudarlo, pero la mujer me sujetó del brazo con una fuerza sobrenatural.
—El trato es para todos —dijo con voz rasposa.
Corrí, pero el vecindario entero se transformó en un laberinto.
Las luces parpadearon y las sombras se alargaron, tomando formas retorcidas.
Escuché susurros entre las hojas y sentí que algo me seguía, acercándose con pasos silenciosos.
Finalmente llegué a mi casa, pero algo estaba mal.
La puerta estaba cubierta de caramelos pegajosos y mensajes escritos con sangre:
—“¿Dulce o maldición?”
Desde esa noche, cada Halloween me visitan, pidiendo su trato.
Y sé que si no les doy lo que quieren… esta vez, el truco será para mí.
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Editado: 24.08.2025