Narrado por Alexander Vance
El amor es una distracción. Una debilidad. Algo que nunca ha tenido cabida en mi vida.
Lo único que importa es el control. Poder. Dinero.
Y ahora, mi hijo.
Manejo un imperio multimillonario. Empresas que facturan cifras que otros solo pueden soñar. Estoy acostumbrado a la perfección, a que todo funcione como un reloj suizo, sin errores, sin caos.
O al menos, así era antes de que Ethan llegara a mi vida.
No estaba en mis planes convertirme en padre. Nunca quise una familia, ni una esposa, ni nada que me atara a alguien de manera emocional. Pero una noche de fiesta, una mujer de la que apenas recuerdo el nombre y una mala decisión cambiaron todo.
Ella apareció meses después, embarazada. No buscaba amor, ni siquiera dinero. Solo quería deshacerse de la carga.
Y así lo hizo.
Dejó al bebé en la puerta de mi penthouse con una nota y desapareció.
Me hice responsable. No porque quisiera, sino porque él es mío. Mi sangre. Y si hay algo que no tolero es la irresponsabilidad.
Pero ser CEO y padre soltero al mismo tiempo ha resultado ser un reto incluso para mí. Desde que nació, he contratado más niñeras de las que puedo contar. Ninguna ha durado. Todas terminan renunciando.
Ethan no se apega a nadie. Y yo tampoco.
Pero necesito a alguien que se quede. Alguien que lo cuide mientras yo manejo mis empresas.
—Señor Vance, su próxima entrevista está aquí —anuncia mi asistente por el intercomunicador.
Respiro hondo y me enderezo en mi silla de cuero negro. Otro intento más. Otra niñera que, seguramente, durará menos de una semana.
—Hazla pasar.
La puerta se abre y entra una mujer de cabello castaño, mirada firme y una expresión que no grita miedo, sino determinación.
—Señor Vance, soy Sophie Carter. Vengo por el puesto de niñera.
Me observa directo a los ojos. Sin titubear.
Interesante.
—Señorita Carter, ¿sabe con quién está tratando? —pregunto, con el tono calculado que uso en los negocios.
—Por supuesto —responde sin vacilar—. Alexander Vance, CEO de Vance Enterprises. Un hombre que ha construido un imperio desde cero y que, según la opinión pública, es tan frío como eficiente.
Levanto una ceja. Su respuesta no es la típica. No es aduladora ni temerosa.
—Interesante descripción —comento—. ¿Y qué la hace creer que está calificada para este puesto?
—Amo a los niños. He trabajado con ellos por años y sé que tengo lo necesario para cuidar de su hijo —responde con confianza—. Pero, si soy honesta, también necesito este trabajo.
Directa. Sin rodeos.
—¿Por qué lo necesita? —pregunto, apoyándome en el respaldo de mi silla.
—Porque tengo cuentas que pagar y porque creo que puedo marcar la diferencia en la vida de un niño que necesita estabilidad.
Frunzo el ceño.
—¿Y qué la hace pensar que Ethan necesita estabilidad?
Sus labios se curvan en una pequeña sonrisa.
—Porque ha cambiado de niñera demasiadas veces. Eso solo significa que aún no ha encontrado a la persona adecuada.
No responde con halagos ni disculpas, sino con hechos.
Me gusta.
—Las otras niñeras no han durado —digo con frialdad—. Ethan no se apega a nadie y no tengo tiempo para juegos emocionales. Si acepta el puesto, deberá seguir mis reglas al pie de la letra.
—Lo entiendo —afirma sin dudar—. Pero si voy a cuidar de Ethan, también necesitaré conocerlo. ¿Cuándo puedo verlo?
Directa otra vez.
Me inclino hacia adelante y la observo fijamente, esperando encontrar una grieta en su determinación.
Pero no hay ninguna.
—Ahora mismo —digo finalmente.
Me levanto y ella hace lo mismo.
Algo en mi instinto me dice que esta mujer podría ser diferente.
Atravesamos el pasillo hasta llegar a la oficina contigua, donde dejé a Ethan. Prefiero mantenerlo cerca mientras trabajo, aunque eso signifique interrumpir reuniones importantes con sus llantos o risas.
Abro la puerta y lo encuentro sentado en una alfombra, rodeado de algunos juguetes. Su niñera temporal está en una esquina, revisando su teléfono sin mucho interés en él.
—Puede retirarse —le digo con frialdad.
La mujer levanta la vista con sobresalto y asiente antes de salir apresurada. No me molesto en mirarla de nuevo.
Sophie, en cambio, mantiene su atención en Ethan.
Él levanta la cabeza y la observa con curiosidad.
Y entonces, para mi sorpresa, le sonríe.
No suele hacerlo con extraños.
Sophie se acerca con calma, sin invadir su espacio, pero sin titubear. Se agacha hasta quedar a su altura.
—Hola, Ethan —saluda con voz suave, pero sin fingir un tono infantil forzado.
Él la mira fijamente, como analizándola. Luego, sin decir nada, agarra unas hojas arrugadas del suelo y se las muestra.
Mis cejas se fruncen.
No suele hacer eso.
Sophie toma las hojas con cuidado y las observa con una sonrisa genuina.
—¡Vaya, qué colores tan bonitos! ¿Los hiciste tú?
Ethan asiente con entusiasmo y señala con su pequeño dedo una mancha azul.
—Azu' —murmura.
Sophie asiente.
—Sí, azul. Es un color muy bonito. ¿Cuál es tu favorito?
Él duda un segundo antes de señalar otra parte del dibujo.
—Rojo.
Mi mandíbula se tensa.
No porque me moleste lo que veo, sino porque me desconcierta.
Ethan nunca ha mostrado interés en interactuar con alguien tan rápido.
Sophie levanta la mirada y me encuentra observándolos.
Por primera vez en mucho tiempo, no sé qué pensar.
Tal vez esta mujer realmente sea diferente.
Después de un rato observándolos interactuar, decido que es momento de regresar a mi oficina.
—Vamos —digo con firmeza.
Sophie se pone de pie y me sigue sin dudar. No pregunta, no titubea, simplemente camina con la misma seguridad con la que entró a esta oficina.
Al llegar, cierro la puerta detrás de nosotros y tomo asiento en mi escritorio. Ella hace lo mismo en la silla frente a mí, con la espalda recta y la mirada fija en la mía.
#261 en Novela romántica
#116 en Chick lit
padresoltero, niñera y ceo, ceo posesivo celoso malhumorado.
Editado: 12.04.2025