Madre por Contrato

Capítulo 2

Narrado por Sophie Carter

Llego a casa y suspiro al sentir el silencio del lugar. Vacío, como siempre. Vivo sola desde que cumplí la mayoría de edad. No tengo familia, ni a quién llamar después de un día difícil. Estoy acostumbrada a esta soledad.

Camino hasta la pequeña sala y dejo mi bolso sobre el viejo sofá. El departamento no es gran cosa, pero es mío. Lo conseguí con mucho esfuerzo después de años de trabajos inestables. Nada ha sido fácil para mí.

Nunca conocí a mis padres. Crecí en un hogar de paso, y todo lo que sé sobre mi origen es lo que me contaron las autoridades: me encontraron tirada en un bote de basura cuando era solo una bebé. Un inicio trágico, supongo, pero no me gusta pensar en eso.

Me deshago de mis zapatos y me dejo caer en el sofá. El contrato de Alexander Vance sigue en mis manos, dentro del sobre elegante en el que lo envió. Lo miro fijamente, como si pudiera responder todas mis preguntas sin necesidad de abrirlo.

—¿Realmente quiero hacer esto? —murmuro para mí misma.

Porque, si soy honesta, esto no es solo un trabajo.

Alexander Vance no es un hombre común. Es poderoso, autoritario y frío. Todo en él grita peligro, pero al mismo tiempo, estabilidad. Y eso es justo lo que necesito.

Respiro hondo y abro el sobre.

Las condiciones

Mis ojos recorren cada cláusula con atención. Algunas son lo esperado: salario alto, disponibilidad total para Ethan, confidencialidad absoluta. Pero hay otras que me sorprenden:

1. Cero involucramiento emocional.

No solo con Ethan, sino también con Alexander. No sé por qué recalca tanto esto, pero lo anoto mentalmente.

2. Sin vida pública.

Nada de redes sociales, ni entrevistas, ni salir en fotos con Ethan. Es un hombre reservado y quiere que su hijo también lo sea.

3. Disponibilidad absoluta.

Nada de rechazar llamadas, nada de tomar días libres sin avisar con semanas de antelación.

Cierro los ojos y exhalo lentamente.

Esto es demasiado.

Pero no tengo opción.

El dinero que ofrece no solo pagaría mi alquiler, sino que me daría una oportunidad para comenzar de nuevo. Para ahorrar, para dejar de sobrevivir y empezar a vivir.

Tomo la pluma y, con una última exhalación, firmo el contrato.

—Es solo un trabajo —me repito en voz baja, aunque en el fondo algo me dice que estoy entrando en un mundo del que no será tan fácil salir.

Flashback – Los niños siempre se van

Mientras firmo el contrato, un recuerdo enterrado en mi memoria regresa con fuerza.

El olor a madera vieja y desinfectante llena mi mente. El sonido de risas infantiles, de pasos apresurados en los pasillos del hogar de paso. Yo tenía cinco años la primera vez que entendí lo que significaba ser abandonada.

Había una niña nueva en el hogar, Emma. Tenía rizos dorados y ojos grandes y brillantes. Nos hicimos amigas rápido. Jugábamos con muñecas de trapo en un rincón del jardín y hablábamos sobre cómo sería tener una familia. Ella estaba segura de que una mamá y un papá vendrían pronto por ella.

—Nos van a adoptar juntas —me dijo un día, con una sonrisa radiante.

Quise creerle.

Pero, una semana después, Emma se fue.

Recuerdo el momento exacto en el que se la llevaron. Una pareja elegante entró al hogar, la llamaron por su nombre y la abrazaron con cariño. La señora le acomodó el abrigo con ternura, mientras el hombre le entregaba un osito de peluche. Emma tomó mi mano por última vez.

—Voy a volver por ti, Sophie —susurró.

Pero nunca lo hizo.

Me quedé parada en la puerta, viendo cómo se alejaba con su nueva familia. Lo último que vi de ella fue su mano, agitándose en el aire antes de desaparecer por completo.

Yo tenía cinco años. Y ese fue el día en que entendí que nadie vuelve.

Después de Emma, hubo otros niños. Todos con sus maletas listas, con la esperanza brillando en sus ojos. Y uno por uno, se fueron.

Pero a mí nunca me eligieron.

Limpio las lágrimas con rapidez, como si al hacerlo pudiera borrar también los recuerdos. No quiero seguir pensando en el pasado. Ya no soy esa niña en el hogar de paso esperando ser elegida. Ahora tengo un contrato en mis manos, un empleo con un sueldo que podría darme la estabilidad que siempre he deseado.

Suspiro y me obligo a dejar de lado los sentimientos. Me pongo de pie y camino hasta la cocina, esperando distraerme con algo tan simple como preparar la cena. Pero cuando abro la nevera, la realidad me golpea.

Vacía.

Solo quedan un par de huevos, una botella casi vacía de agua y una lata de atún. Nada más.

—Genial —murmuro, tomando la lata con resignación.

Busco el abrelatas y, después de forcejear un poco, logro abrirla. No me molesto en servirla en un plato; simplemente tomo un tenedor y comienzo a comer directamente desde la lata. No es la cena más deliciosa ni nutritiva, pero es lo único que hay.

Camino con el atún en la mano hasta la mesa pequeña que tengo en la sala. Me siento en una de las sillas viejas y sueltas, escuchando el sonido del silencio a mi alrededor.

A veces me gusta la tranquilidad, pero otras veces me pesa demasiado.

Miro alrededor del departamento. Es pequeño y modesto, con muebles de segunda mano y paredes desnudas. Siempre pensé en decorarlo, en comprar cuadros o plantas, pero nunca tuve el dinero para cosas innecesarias. La prioridad siempre ha sido pagar el alquiler y sobrevivir con lo que tengo.

Pero pronto eso cambiará.

El contrato de Alexander Vance sigue sobre la mesa, junto a la pluma con la que lo firmé. Lo miro fijamente mientras llevo otra cucharada de atún a mi boca.

Un contrato con cláusulas estrictas. Con condiciones que me atan a una vida de servicio absoluto. Pero también con una promesa: estabilidad, dinero, un futuro.

Suspiro y dejo la lata de atún a un lado. Me siento agotada, pero mi mente sigue trabajando, imaginando cómo será este nuevo empleo.




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