Madre por Contrato

Capítulo 5

Alexander

Estoy en mi oficina, tratando de concentrarme en unos negocios, pero mi maldita mente sigue atrapada en el mismo momento.

"Ojalá fueras mi mamá."

La voz de Ethan resuena en mi cabeza como un eco molesto, insistente. Me ha costado años perfeccionar mi autocontrol, construir una barrera entre mis emociones y mi trabajo, pero hoy esa barrera parece una broma.

Golpeo la mesa con la mano abierta, frustrado. No debería importarme. No debería molestarme. Y sin embargo, lo hace.

Apoyo los codos en la mesa y presiono los dedos contra mis sienes. ¿Por qué demonios Ethan dijo eso? ¿Y por qué se lo dijo a ella? La niñera ni siquiera ha estado aquí un día entero. No es más que una empleada. Un contrato firmado. Una transacción.

No es su madre.

No puede ser su madre.

Aprieto la mandíbula y vuelvo a la pantalla de mi computadora, obligándome a centrarme en los documentos que tengo frente a mí. Proyecciones financieras, estrategias de inversión, contratos pendientes. Todo lo que realmente debería estar ocupando mi mente. Pero las líneas se mezclan y se desdibujan porque mi atención sigue regresando a la maldita escena de esta mañana.

Ethan con esa sonrisa inocente, mirándola con adoración.

Y Sophie, sin inmutarse.

No titubeó, no pareció incómoda, simplemente lo trató con naturalidad. Como si fuera lo más normal del mundo.

Eso es lo que más me irrita.

Me reclino en mi silla, mirando por la ventana de mi oficina. La vista de la ciudad desde aquí es impresionante: rascacielos, luces parpadeantes, el constante movimiento de un mundo que nunca se detiene. Justo como mi vida.

Trabajo.

Éxito.

Dinero.

Eso es lo que importa.

No sentimientos. No lazos innecesarios.

Y sin embargo, aquí estoy, en medio de una jornada laboral, perdiendo el tiempo dándole vueltas a algo que no debería afectarme en absoluto.

Golpeo el escritorio con los nudillos. Basta.

Tomo el teléfono y llamo a mi asistente.

—Reprograma mis reuniones para la tarde. Voy a salir un momento.

—¿A dónde, señor Vance?

—A casa.

Cuelgo antes de darle oportunidad de cuestionarlo.

Me levanto, agarro mi saco y salgo de la oficina con paso firme.

No sé por qué estoy haciendo esto.

Pero necesito ver qué diablos está pasando.

Entro a la mansión después de un día agotador en la oficina. Me deshago del saco y lo cuelgo en mi brazo mientras camino por el pasillo con pasos firmes. La tensión en mi espalda no ha disminuido, pero no es solo por el trabajo. No puedo sacarme de la cabeza lo que ocurrió esta mañana, las palabras de Ethan, la forma en que miró a Sophie como si deseara que fuera algo más que su niñera.

Cruzo el umbral de la sala y lo primero que escucho es la risa de mi hijo. Una risa fuerte, genuina, como no la había escuchado en mucho tiempo.

Frunzo el ceño y me detengo antes de que me vean.

Ethan está en el suelo, rodeado de bloques de construcción, y frente a él está Sophie, con una sonrisa suave mientras le ayuda a ensamblar lo que parece un castillo torcido. Su expresión es cálida, paciente, como si este momento fuera lo más importante para ella.

—¡Mira, Sophie! ¡Es mi castillo! —exclama Ethan con entusiasmo, alzando la estructura improvisada.

—Es un castillo impresionante —responde ella, con esa voz dulce y tranquila—. Pero creo que necesita una torre más alta.

Ethan asiente con emoción y busca más bloques, completamente absorto en su pequeña obra maestra.

Me cruzo de brazos y entrecierro los ojos.

No entiendo por qué me molesta esto.

Debería estar satisfecho de que Ethan esté feliz. Debería estar aliviado de que Sophie esté cumpliendo con su trabajo.

Pero hay algo en la escena que me incomoda.

Quizás es la facilidad con la que Ethan se ha apegado a ella. La forma en que la mira con tanta confianza y admiración.

O tal vez es la forma en que Sophie le devuelve esa mirada.

Me aclaro la garganta.

Ambos giran la cabeza en mi dirección.

—¡Papá! —Ethan se pone de pie de inmediato y corre hacia mí. Lo levanto sin esfuerzo y él me rodea el cuello con sus pequeños brazos.

—Veo que te has divertido —comento, con la voz más neutral que puedo.

—Sí, Sophie es la mejor —responde él sin dudar.

Mis ojos se posan en la mujer frente a mí. Ella me sostiene la mirada con la misma seguridad de siempre.

No se intimida.

—Es la hora de cenar —digo, más para mí mismo que para ella.

Sophie asiente y recoge los bloques mientras Ethan baja de mis brazos y corre hacia el comedor.

Me siento en la cabecera de la mesa mientras Ethan y Sophie ocupan los asientos contiguos. La mesa está elegantemente servida, como siempre, pero la diferencia es que esta vez hay conversación.

Ethan parlotea sin parar sobre su día, sobre cómo Sophie le enseñó nuevas palabras mientras leían, cómo le preparó una merienda especial y cómo jugaron a construir castillos.

Yo solo observo.

Sophie lo escucha con atención, asiente, sonríe, hace preguntas como si realmente le importara cada detalle.

No puedo recordar la última vez que Ethan habló tanto durante la cena.

—Papá, ¿puede Sophie cenar con nosotros todas las noches? —pregunta Ethan de repente, mirándome con sus ojos brillantes.

Sophie abre la boca, como si estuviera a punto de decir algo, pero me adelanto.

—Eso depende de Sophie —respondo, sin apartar la mirada de ella.

—No quisiera incomodar... —dice ella con cautela.

Ethan frunce el ceño.

—Pero yo quiero que estés aquí.

Por primera vez en toda la noche, Sophie parece titubear.

Y yo solo puedo mirar la escena con una sensación que no logro identificar.

No es enojo.

No es molestia.

Es algo más profundo.

Algo que no me gusta en absoluto.




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