Madre por Contrato

Capítulo 8

Llegamos a la mansión y voy directamente a mi habitación, mientras Alexander se queda con Ethan para ver películas. Cierro la puerta y me apoyo contra ella, soltando un suspiro.

Me quito los zapatos y me dejo caer sobre la cama, mirando al techo. Mi mente sigue reproduciendo la conversación que tuvimos en la heladería, cada palabra, cada mirada. No puedo creer que me haya abierto de esa forma con él, contándole sobre mi pasado, sobre lo difícil que fue crecer en un hogar de paso sin nadie que me quisiera realmente. Pero lo más extraño es que, por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien realmente me escuchaba.

Maldita sea, ese hombre es perfecto.

La forma en que se ve con su traje impecable, su voz profunda y autoritaria... y aún así, cuando está con su hijo, cuando se permite bajar un poco la guardia, hay algo en él que es terriblemente atractivo. Pero es ridículo que siquiera lo piense. Soy solo la niñera, una empleada más en su vida.

Me giro en la cama y escondo la cara en la almohada. Debo dejar de pensar en él de esa forma. No tiene sentido. Alexander Vance no es el tipo de hombre que se fija en alguien como yo.

Pero entonces recuerdo sus palabras antes de entrar a la mansión:

"Nos estás cambiando, Sophie... a Ethan y a mí."

¿Por qué me dijo eso? ¿Qué significaba exactamente?

Mi corazón late con fuerza en mi pecho, pero sacudo la cabeza. No. No debo hacerme ilusiones. Él solo quiere lo mejor para su hijo. Y yo solo estoy aquí para eso. Nada más.

Llega la noche y es hora de que Ethan se acueste a dormir. Camino hacia su habitación y lo encuentro bostezando mientras abraza su peluche favorito. Me acerco con una sonrisa y le ayudo a cambiarse, asegurándome de que esté cómodo.

—Hora de dormir, campeón —le digo con suavidad mientras lo acomodo en la cama.

Ethan toma mi mano antes de que pueda levantarme y me mira con esos ojos grandes y llenos de inocencia.

—Sophie, ¿puedes leerme un cuento?

Su voz es un susurro lleno de ternura, y mi corazón se derrite. Asiento y tomo un libro de la mesita de noche, sentándome en el borde de su cama.

Empiezo a leer, modulando mi voz para hacer diferentes tonos según los personajes. Ethan sonríe y se acomoda más contra la almohada, con su manita aún sujetando la mía. A medida que avanzo en la historia, su respiración se vuelve más lenta, sus párpados comienzan a cerrarse y, finalmente, cae en un sueño profundo.

Me quedo un momento en silencio, observándolo. Se ve tan tranquilo, tan seguro. Paso una mano con suavidad por su cabello y apago la lámpara de su mesa de noche.

Cuando me doy la vuelta para salir, me detengo en seco.

Alexander está de pie en la puerta, apoyado contra el marco con los brazos cruzados. La luz tenue del pasillo ilumina su rostro, y sus ojos están fijos en mí con una expresión que no logro descifrar.

—Él realmente confía en ti —dice con voz baja.

Siento un extraño nudo en el estómago.

—Es un niño increíble —respondo, manteniendo mi tono suave.

Alexander asiente, pero no se mueve. Su mirada es intensa, casi como si estuviera analizando cada uno de mis gestos. La habitación está en completo silencio, salvo por la respiración tranquila de Ethan.

Trago saliva y doy un paso hacia la puerta.

—Buenas noches, señor Vance —murmuro, intentando ignorar la forma en que mi pecho se acelera bajo su mirada.

Camino por el pasillo hasta mi habitación, sintiendo su presencia detrás de mí hasta que cierro la puerta.

Me recuesto contra ella, cerrando los ojos por un momento.

Me pongo mi pijama e intento dormir, pero no logro hacerlo. Doy vueltas en la cama, mirando el techo, escuchando el leve tic-tac del reloj en la pared.

Son las 11 de la noche y sigo sin poder conciliar el sueño. Suspiro con frustración y decido que lo mejor será ir a la cocina por un vaso de agua.

Salgo de mi habitación en silencio, descalza, cuidando de no hacer ruido para no despertar a nadie. Pero cuando paso por la sala, me detengo en seco.

Alexander está ahí, sentado en uno de los sofás con la mirada perdida en el vaso de whisky que sostiene entre sus dedos. La luz tenue de la lámpara a su lado resalta sus facciones y la sombra de la preocupación en su expresión.

Antes de que pueda seguir mi camino, su voz interrumpe mis pensamientos.

—Si ya estás aquí, siéntate conmigo.

Parpadeo, sorprendida. No sé si es una orden o una invitación, pero asiento y camino hasta sentarme en el sofá frente a él.

—¿No puedes dormir? —pregunta sin mirarme, girando el vaso entre sus manos.

—No... —murmuro, acomodándome. —¿Tú tampoco?

Alexander suelta una risa baja y sin humor.

—Yo nunca duermo bien.

No sé qué responder a eso. Lo observo en silencio, notando la tensión en su mandíbula, la forma en que sus dedos presionan el vaso como si necesitara aferrarse a algo.

—¿Algo en qué pensar? —me atrevo a preguntar.

Finalmente, levanta la vista y me mira. Sus ojos oscuros parecen analizarme, como si estuviera debatiendo si responder o no.

—Demasiadas cosas.

Su respuesta es vaga, pero no insisto. Solo nos quedamos ahí, en la silenciosa madrugada, con el suave sonido del hielo chocando contra el cristal en su vaso.

Me abrazo a mis propias manos, sintiendo el aire frío de la noche colarse por las ventanas. Alexander sigue girando el vaso entre sus dedos, como si las respuestas a sus pensamientos estuvieran en el licor.

—¿Quieres? —me pregunta de repente, levantando un poco su vaso.

—No, gracias —respondo con una pequeña sonrisa—. No suelo beber whisky.

—¿Entonces qué bebes? —arquea una ceja, mirándome con algo de curiosidad.

—No lo sé... vino, tal vez. Algo más suave.

Alexander asiente, como si estuviera almacenando la información en su mente. Luego deja su vaso sobre la mesa de centro y se recarga en el sofá, observándome con intensidad.




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