Narrado por Sophie
Ethan volvió a decir que quiere que sea su madre y, como cosa extraña, Alexander esta vez se quedó viéndome a los ojos y me intimidó demasiado.
Su mirada era intensa, profunda, como si buscara algo en mí que ni yo misma entendía. Mi respiración se volvió inestable, y por un momento, sentí que el tiempo se detenía. No hubo frialdad ni desdén en sus ojos, solo un análisis silencioso que me puso nerviosa.
Normalmente, él habría reaccionado con enojo, recordándole a Ethan que no debía decir esas cosas, pero esta vez simplemente guardó silencio. Un silencio que hablaba más que cualquier palabra.
No supe cuánto tiempo pasó antes de que él apartara la vista, pero cuando lo hizo, mi corazón latía descontrolado.
Es la hora del desayuno y, como cosa extraña, Alexander se sienta a mi lado. Siempre lo veía desayunar solo o revisando su teléfono mientras bebía café, pero hoy es diferente.
—¿Te gusta el café? —pregunta de repente, sacándome de mi ensimismamiento.
Lo miro con sorpresa. No esperaba que me hablara, mucho menos que iniciara una conversación casual.
—Sí, pero prefiero el té en las mañanas —respondo con cautela.
Él asiente, como si estuviera almacenando la información. Luego, toma un sorbo de su café y vuelve a preguntar:
—¿Y qué más te gusta?
Parpadeo varias veces. ¿Alexander Vance, el hombre serio y controlador, interesado en saber sobre mis gustos? Esto es nuevo.
—Depende... ¿A qué te refieres? —pregunto, sin saber exactamente qué responder.
—No sé, cosas en general. ¿Comida favorita? ¿Pasatiempos? —dice, encogiéndose de hombros.
—Bueno... —pienso por un momento— Me gusta la pasta, los días lluviosos, leer novelas de romance y...
—¿Novelas de romance? —interrumpe, alzando una ceja.
Siento cómo el calor sube a mis mejillas.
—Sí, me gustan. Son entretenidas —digo, intentando sonar casual.
Él sonríe levemente, y por alguna razón, esa sonrisa hace que mi estómago se revuelva.
—Interesante... —murmura, y continúa desayunando como si nada.
—¿Nunca pensaste en ser modelo?
Casi suelto una carcajada cuando escucho semejante cosa.
—¿Modelo, yo? —repito con incredulidad, sintiendo lo absurdo de la pregunta.
Alexander frunce el ceño, como si no entendiera mi reacción.
—Las personas sin dinero no tenemos esas oportunidades —le digo con naturalidad—. Además, no soy bonita.
Alexander deja su taza de café sobre la mesa con más fuerza de la necesaria y me mira con seriedad, sus ojos grises penetrando los míos.
—Eso es una completa tontería —dice con firmeza.
Me sorprende su tono y la intensidad con la que lo dice.
—No lo es —replico, encogiéndome de hombros—. Es la verdad. Las oportunidades no llegan para todos, y yo nunca tuve los medios para siquiera pensar en algo como el modelaje.
Él cruza los brazos, todavía frunciendo el ceño.
—Sophie, eres hermosa —afirma, sin apartar la mirada de mí—. Y si alguna vez quisieras ser modelo, créeme, podrías hacerlo.
Mi corazón late un poco más rápido. No porque crea sus palabras, sino porque jamás pensé que Alexander Vance me llamaría hermosa.
Intento restarle importancia y me río suavemente.
—Está bien, señor Vance, si alguna vez me canso de ser niñera, consideraré su sugerencia.
Él entrecierra los ojos y sé que no le gustó que lo llamara así.
—Alexander —corrige—. Ya te lo he dicho.
Asiento sin comprometerme demasiado y vuelvo a centrarme en mi desayuno, ignorando la mirada intensa que sigue sobre mí.
Nos paramos al mismo tiempo de la mesa y, sin querer, chocamos.
El impacto es leve, pero suficiente para que me tambalee ligeramente. Antes de que pueda reaccionar, Alexander pone una mano firme en mi cintura, estabilizándome.
Mi respiración se entrecorta. Su toque es cálido, fuerte, y por un instante, mi cuerpo se congela.
Estoy demasiado cerca.
Puedo sentir su olor, una mezcla de madera y algo más, algo que es simplemente él. Alzo la vista y me encuentro con sus ojos grises observándome con intensidad.
Por un segundo, el tiempo parece detenerse.
Pero, como si se diera cuenta de lo que está haciendo, su expresión cambia. Su mandíbula se tensa y rápidamente aparta la mano de mi cintura, dando un paso atrás.
—Ten más cuidado —murmura con voz grave, casi como si estuviera dándose una orden a sí mismo.
Voy a la habitación de Ethan y me quedo viéndolo pintar un rato.
Su manito sujeta los colores con emoción mientras crea un dibujo en una hoja. Me gusta verlo así, tan concentrado y feliz.
Pero mi mente no deja de divagar.
¿Yo siendo modelo?
El comentario de Alexander sigue resonando en mi cabeza. ¿De verdad lo dijo en serio?
Siempre fue mi sueño, para ser sincera. Cuando era niña, veía a las modelos en revistas y desfiles, imaginando cómo sería estar en su lugar. Pero la vida real es diferente. No todas tenemos la oportunidad de brillar.
Suspiro y tomo el pequeño espejo de Ethan, observándome en el reflejo.
La verdad es que soy muy linda...
¿Por qué siempre lo he dudado?
Mi cabello castaño y ondulado cae en suaves mechones, con un brillo natural que pocas veces noto. Mis ojos verdes destacan con la luz de la ventana, y tengo un buen cuerpo, proporcionado y saludable.
El problema nunca fue mi físico, sino cómo me veo a mí misma.
Tal vez... tal vez Alexander no estaba diciendo una locura.
Alexander entra a la habitación con su porte imponente y su expresión seria de siempre.
—Necesito hablar contigo —dice con voz firme.
Levanto la mirada y dejo el espejo a un lado. Me pongo de pie y camino hacia él, sintiendo una ligera tensión en el ambiente.
—¿De qué se trata? —pregunto con cautela.
Alexander se cruza de brazos y me observa por un momento antes de soltar la bomba.
—Necesito que seas mi acompañante esta noche para una gala.
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Editado: 07.05.2025