Maldición, ese beso fue lo mejor que me ha podido pasar.
No puedo sacarlo de mi mente. Anoche, cuando nos separamos, sentí que mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo en mis oídos. Y esta mañana, cuando desperté, lo primero que vi fue a Alexander entrando a mi habitación.
—Buenos días —dijo con su tono grave y autoritario, pero había algo diferente en su mirada.
Antes de que pudiera reaccionar, se acercó y me besó de nuevo. Fue un beso lento, pausado, como si quisiera asegurarse de que lo que pasó anoche no fue un error.
Y ahora estamos aquí, en la mesa del comedor, tratando de actuar con normalidad. Ethan está entretenido con su cereal, ajeno a la tensión que hay entre su padre y yo. Alexander y yo estamos comiendo huevos con pancakes, pero cada vez que nuestras miradas se cruzan, siento que mi cuerpo se estremece.
No sé qué va a pasar con esto. No sé qué significan esos besos para él. Pero lo que sí sé es que, por primera vez en mucho tiempo, algo en mi vida se siente diferente. Algo en mi vida se siente bien.
—Tengo un amigo que me habló esta mañana. Tiene una marca de ropa y quiere que tú se la modeles.
Me detengo en seco. El tenedor queda suspendido en el aire, a medio camino entre el plato y mi boca, como si el tiempo se congelara por un segundo. Parpadeo, atónita, mientras miro a Alexander con incredulidad.
—¿Yo? —pregunto, con la voz apenas audible, como si necesitara confirmar que no he escuchado mal.
Alexander asiente con esa calma tan suya, como si lo que acaba de decir no fuera una bomba cayendo sobre la rutina de mi vida. Da un sorbo a su café sin apartar la vista de mí, como si evaluara cada una de mis reacciones.
—Sí, tú. Le hablé de ti y le mostré una foto de anoche. —Hace una pausa, como si recordara la imagen exacta—. Le encantó tu imagen, tu porte… dijo que serías perfecta para su nueva campaña.
Siento que el corazón me da un pequeño brinco, uno de esos que te dejan sin aliento por un momento. ¿Perfecta? ¿Yo? El tenedor aterriza en el plato sin que me dé cuenta, y bajo la mirada, aturdida.
—Alexander… yo no soy modelo —murmuro, entre una risa nerviosa y una ola de inseguridad que me sube por el pecho.
—No lo eres porque nunca te has dado la oportunidad —responde con esa firmeza tranquila que me hace sentir vista… y al mismo tiempo vulnerable—. Pero créeme, Sophie, podrías serlo. Tienes todo lo que se necesita. No es solo lo físico… es lo que transmites. Y eso no se aprende. Lo tienes o no. Y tú lo tienes.
Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba. Me revuelvo en mi asiento, incómoda con el elogio. Siempre he soñado en silencio con algo así, lo he imaginado en noches solitarias donde pensaba que nada de eso era para mí. Era una de esas fantasías que guardas en una caja con la etiqueta “imposible”.
—No sé qué decir… —confieso, jugando con la servilleta entre mis dedos, como si enredarla pudiera ayudarme a encontrar claridad. —¿Y si no sirvo para eso? ¿Y si quedo en ridículo?
Alexander se inclina un poco hacia mí, apoyando los codos sobre la mesa. Su mirada se clava en la mía, y es tan intensa que casi me hace olvidar dónde estoy.
—Solo piénsalo —dice con suavidad, pero con una convicción que me atraviesa—. Es una gran oportunidad. Y mereces empezar a creer que estás hecha para cosas grandes, Sophie.
Asiento en silencio, pero mi corazón late más rápido. ¿De verdad me veo capaz de hacer algo así?
El timbre comienza a sonar repetidas veces, con una insistencia que perfora el silencio de la casa.
Alexander y yo intercambiamos una mirada, ambos frunciendo el ceño. Algo no está bien.
—¿Esperas a alguien? —pregunto con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal.
—No —responde con frialdad, empujando su silla hacia atrás y poniéndose de pie.
Lo sigo con la mirada mientras camina hasta la puerta. Su espalda está rígida, sus pasos pesados y medidos. Cuando abre, su reacción me dice que lo que sea que está viendo lo ha tomado completamente por sorpresa.
Se queda en shock. Su mandíbula se tensa, sus manos se cierran en puños a los costados.
—Hola, Alex —dice una voz femenina, suave pero llena de confianza—. ¿No vas a invitarme a pasar?
Desde mi lugar en la mesa, veo a una mujer de pie en la entrada. Ojos grises como el acero, cabello oscuro y perfectamente arreglado, vestida con una elegancia que solo alguien acostumbrado al lujo podría tener.
Pero lo que realmente me deja helada es lo que dice después.
—Quiero recuperar a mi hijo. Cometí un error, pero ahora quiero arreglarlo.
Mi cuerpo se congela.
No.
No puede ser.
Miro a Alexander, esperando ver confusión en su rostro, pero lo que veo es pura rabia contenida.
—¿Qué demonios haces aquí? —su voz es baja, peligrosa, como una advertencia.
—Vine por Ethan —dice ella con total naturalidad, como si su presencia aquí fuera algo lógico, como si no hubiera desaparecido de la vida de su hijo sin una sola explicación.
Alexander suelta una risa seca, sin humor, llena de desprecio.
—No tienes derecho a decir su nombre.
Su mandíbula está apretada con tanta fuerza que parece que va a romperse.
Mis manos comienzan a sudar. No sé qué hacer, no sé qué decir. Pero una cosa es segura.
Si esta mujer cree que puede aparecer de la nada y llevarse a Ethan, está muy equivocada.
Capítulo narrado por Alexander
—¡Mamá! —grita Ethan con emoción mientras corre hacia ella.
Siento que el suelo se abre bajo mis pies cuando veo cómo su pequeña figura se aferra a la mujer que lo abandonó. Sophie está a mi lado, inmóvil, y cuando giro la cabeza para verla, noto cómo su rostro se apaga poco a poco.
Ethan toma la mano de su madre y la lleva a su habitación, como si nunca se hubiera ido, como si los últimos cuatro años no hubieran significado nada.
Escucho la voz de Sophie romperse en un susurro casi inaudible:
#235 en Novela romántica
#105 en Chick lit
padre soltero, bebe amor celos millonario, ceos posecivos y amor
Editado: 30.05.2025