El último vals antes del infierno
las risas de las personas al rededor de la sala llenaban el lugar, y el ligero tintineo de las copas brindando, me ponían nerviosa, a mi lado mi padre agarraba a mi madre por la cintura, mientras ambos ponían atención a lo que sea que el hombre frente a ellos les ofrecía.
La música aún resonaba en mis oídos cuando el auto se detuvo frente a la reja principal de la mansión Santoro. Bajé la mirada hacia mis manos. Aún estaban frías, como si el aire del baile se hubiese colado bajo mi piel y ahora no quisiera irse. Afuera, la noche era un velo espeso. Ni siquiera la luna se atrevía a mirar.
—¿Roxy? —Lexi me rozó el brazo con suavidad—¿Estás bien?
—Sí —mentí. No sabía mentirle a mis hermanas, pero esa noche no quería que me hicieran preguntas. No quería confirmar lo que ya intuimos desde hacía días: algo estaba mal. Muy mal—.
La reja se abrió con ese chirrido que siempre me recordó a una bestia hambrienta. El chofer aceleró despacio por el camino de piedra. A cada lado, los jardines de mamá dormían en sombras. El perfume de las rosas, que normalmente me calmaba, esta vez se sentía como una despedida.
Catalina estiró las piernas, fastidiada por el vestido.
—Juro que si papá nos hizo venir tan tarde solo para un brindis absurdo, voy a asesinarlo.
No respondí. Ninguna lo hizo. Porque las tres sabíamos que esa llamada urgente al final del baile no era un simple capricho. No cuando todos los representantes de las mafias aliadas estaban presentes. No cuando papá se había ido sin decir palabra, y su mano derecha —Ilya— había aparecido en su lugar, con la mandíbula tensa y los ojos afilados.
—¿Notaron cómo se le acercó el padre de Salvius a nuestro padre, antes de irse? —preguntó Lexi, apenas un susurro—.
—el padre de Salvius siempre ha estado cerca de papá. Es parte de su juego —dijo Cata, como si quisiera convencerse—.
Pero yo lo sabía. Esa mirada no había sido política. Había sido personal.
incluso antes de que Silvius me sacara a bailar un tranquilo vals, lo note tan distante, es como si no quisiera estar conmigo en ese momento, cuando él me dejó junto a mis padre ni me miró y siguió de largo.
—No te lo tomes personal Roxanne—me Había dicho mi madre cuando él desapareció por el salon—.
Cuando el coche se detuvo frente a la escalinata, el silencio se hizo más espeso. Las puertas dobles de la mansión estaban abiertas. Y dentro, la luz cálida de los candelabros no lograba borrar la tensión que se sentía en el aire.
Mamá nos esperaba en lo alto de las escaleras. Impecable, como siempre. Pero había algo en su postura que me heló la sangre. no era el imponente castillo detrás suyo, al que llamaba hogar, si no, que Katrina Santoro nunca temblaba. Esa noche, su mano izquierda temblaba apenas.
—Suban. Ya es hora —dijo—.
la Sala de mi casa estaba vacía, salvo por Baris Santoro e Ilya, que murmuraban en un rincón. Papá giró al vernos entrar. En su rostro no había rabia ni afecto. Solo cansancio. El tipo de agotamiento que no viene de los negocios, sino de cargar culpas.
—Siéntense —ordenó—.
Nos sentamos. No cruzamos miradas entre hermanas. Solo esperábamos.
—No quería que fuera así —comenzó, sin preámbulo—Pero el momento ha llegado.
Ilya le murmuró algo más al oído, y papá asintió. Luego nos miró como si nos viera por primera vez.
—Hice lo que creí correcto. Ustedes son mis hijas. Las únicas herederas de este imperio. Y en este mundo... nada se da sin ataduras.
Mi estómago se contrajo.
—¿Qué hiciste? —pregunté, aunque ya lo sabía—.
—Las comprometi. A las tres. Con hombres de las mafias más poderosas, que aseguran nuestra permanencia. recuerden que nuestra regla de la mafia, es extender nuestro poder—se dirigió a mis hermanas con cara seria pero tristeza en sus ojos—Catalina a ti te comprometi con un heredero de París. Lexi con uno de rusia. Y tú, Roxanne... tú te casarás con Salvius King.
Mi mundo se rompió en un silencio absoluto. ¿por eso estaba tan raro?, Como si todo lo demás, el salón, la lámpara de cristal, el perfume de mamá, las respiraciones de mis hermanas, hubiera desaparecido.
Salvius.
Mi mejor amigo. El único que conocía mis sombras y mis furias. El único que no me temía. ¿Y ahora... mi prometido?
—¿Desde cuándo lo sabías? —pregunté, la voz tan baja que apenas se oyó—.
Papá me sostuvo la mirada. No mintió.
—el acuerdo se comentó desde que tenías quince. Él accedió años después cuando cumplió dieciocho. Ambos sabíamos que era lo único que garantizarían tu futuro.
Futuro.
Una palabra tan vacía como mi pecho en ese momento.
Y sin embargo, lo peor no fue la traición. Lo peor fue que una parte de mí... ya lo sospechaba. Y otra, muy escondida, no podía dejar de preguntarse qué Salvius también lo había sabido todo este tiempo.
Y me había seguido mirando como si no fuera suya, incluso me ignoró esta noche.
Como si todavía tuviéramos elección.
—aún no dan fecha para sus bodas mis niñas—dijo nuestra madre con dulzura—pero, las familias de sus prometidos las quieren ver y conocer—les comento a mis hermanas ya que a mi la familia King ya me conocía—.
—poder—dije yo mirando a mi padre—lo único que te a interesado es el poder, no te juzgo padre.
—no puedes hacerlo—dijo el obligándome a levantarme—eres mi heredera, futura reina de la mafia italiana y futura emperatriz de la Mafia de londres, hija mía, estoy seguro que hubieras tomado la misma decisión que yo si estuvieras en mi puesto.
yo quite mis manos de las suyas y con el ceño fruncido, y un poco de rabia hable.
—de todo los hombres en el mundo, ¿escogiste a Silvius?, a mi mejor amigo, la dicha aquí es que yo no lo quiero aceptar, pero tengo que—mire a mi madre—el poder es el deber de una mafia poderosa.
—y tu representaras a esta Mafia—me dijo mi madre mientras me sobaba la espalda—.