Capítulo II
Pesadilla en la calle de la muerte.
Era hora de enfrentar las cosas, tomamos una mochila cada uno, las llenamos con comida y botellas de agua, pero si íbamos a salir allí afuera sería necesario tener algo con que defendernos y estoy segura que un par de tijeras no serian suficientes. Para mi suerte quedarme sola con Nicolás en realidad resultó una ventaja, su cerebro trabaja de una forma más veloz que el mío, cuando terminé de formular la idea de conseguir un arma, él había tomado el mango de una escoba y con un poco de alambre y cinta ató un cuchillo a uno de los extremos y me indicó que lo tomara. Él, por otro lado se dirigió al garaje que mamá usaba como depósito ya que no teníamos auto.
Estuvo un buen rato allí hasta que reapareció, me indicó que tome las llaves del portón de la cochera y que lo siga, entendí que ya estábamos listos para marcharnos asique me despedí una vez más de mamá, esa sería la última ocasión en la que la vería, cerré con llave su habitación y encerré junto con ella mi dolor y mis penas, cargar con eso en un mundo así solo es para problemas.
Al entrar al garaje vi a Nico con un machete en la mano, eso era lo que había estado buscando aquel rato que estuvo aquí metido. También había reparado las bicicletas aunque solo se trataba de un par de ruedas pinchadas. Se las arregló para cargar también una barreta y un hacha que habían dejado los dueños anteriores.
Por fin, llegó el momento, saldríamos al exterior, con todas esas cosas merodeando alrededor, me armé de valor y abrí ese enorme portón sin saber con qué nos encontraríamos. Nos subimos a las bicicletas y nos echamos a andar tan rápido como nuestras piernas nos lo permitieron.
Recorrimos casi seis kilómetros en 15 minutos, dejando decenas y decenas de ellos atrás, corriendo sin cansarse, cesando su persecución solo cuando algún pobre infeliz se aventuraba a salir creyendo que nosotros éramos su oportunidad de escapar, pero era lo contrario. Uno diría que con tantas películas sobre esta mierda, la gente estaría preparada para actuar, pero es evidente que no. Es como todas esas veces que nos hacían participar en un simulacro de sismos, era una perfecta coreografía de personas ocultándose debajo de las mesas, luego dirigiéndose ordenadamente a la zona segura, pero en el momento que tiembla la tierra, todo ese entrenamiento es en vano porque el Pánico no obedece razones.
Aun así salir a la calle, solo con la intención de escapar, sin un arma, pues, no hace falta haber visto películas ni nada de eso para intuir que es una pésima idea, pero creo que a las personas aún les cuesta asimilar que esto es real, que esto que está sucediendo también les afecta a ellos.
Iba tan sumergida en mis pensamientos que casi no noté que Nicolás estaba doblando en la esquina de la derecha, a la velocidad con la que iba tendría que haberme preparado para hacer esa curva muchos metros atrás, decidí seguir de largo, si me arriesgaba a doblar de repente de seguro me caería y seria un blanco fácil. Doblé también a la derecha en la próxima esquina y de vuelta a la derecha y de vuelta a la derecha hasta que divise la bicicleta y también a un vecino con intención de robarla. Me detuve en lo que deduzco era la casa de Nicolás, preferí montar guardia afuera, no escuchaba sonidos dentro de la casa y en momentos así, el silencio es el peor augurio.
Tomé el hacha y la barreta que estaban atadas con una soga a la bici. En hora buena, un grupo de vecinos hambrientos de carne y sangre se estaba acercando. Entré a la casa y aseguré la puerta. La escena con la que me encontré al darme la vuelta fue tal cual me la había imaginado al escuchar la llamada telefónica. Platos rotos, utensilios en el suelo, hasta pareciera que hubieran armado una pelea con las sillas, el televisor se encontraba hecho trizas y un hombre yacía en el suelo con un cuchillo en uno de sus ojos. Escuché unos movimientos en una de las habitaciones, sostuve con fuerza esa especie de arma creada por Nico y me dirigí hacia esa habitación. El miedo que sentí era indescriptible, hasta ahora no me había tocado ensuciarme las manos, me ponía muy nerviosa tener que hacer algo así pero no sería necesario hacerlo, por ahora.
Esta vez la escena, más que aterrarme, me partió el corazón. Allí estaba él, arrodillado en el suelo, habían dos pequeños, recostados en la cama con una mujer que probablemente era su madre, se ven tan pacíficos, cualquiera pensaría que se encuentran durmiendo, de no ser por ese tono gris de sus rostros y sus labios morados. Mi primer instinto fue tomar una sábana y arroparlos, pensé que podrían tener frío. Nicolás se deshizo en un mar de lágrimas, tal como lo hice yo horas atrás, solo que su llanto era silencioso, como si en verdad estuviera tratando de contenerse. Me moví al otro lado de la cama y encontré 3 frascos de somníferos vacíos, intuí el resto.
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Editado: 29.03.2020