Mala Mía

Pequeña Domi

Por otro lado, la carrera seguía y Yudi no se detenía. Mientras tanto, el chico misterioso sacó un drone de su mochila, lo encendió con rapidez y lo soltó al aire. El aparato zumbó y empezó a grabar la carrera desde arriba. El tipo no perdió tiempo, sacó su celular y, mientras el drone volaba, comenzó a hacer una llamada.

Voz 1:
—Hey, Marcos, soy yo. Necesito que hagas algo por mí.

Marcos:
—Sí, ¿qué necesitas?

Voz 1:
—¿Crees que puedas subir un video o mejor mandarlo a una prensa como anónimo?

Marcos:
—Sí, claro. ¿De qué trata el video? No quiero problemas, Dan.

—(pausa)

—Se me olvida que no te gusta que te llamen por tu nombre por teléfono.

Voz 1:
—No te preocupes. El video... solo es... un poco de diversión en unas carreras clandestinas.

Marcos:
—Está bien. Espero el video. Y espero que no sea para tus trabajos macabros.

Voz 1:
—Tranquilo, Marcos.

—(sonríe con algo de malicia)

—Nos vemos pronto.

◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇

Cortó la llamada, guardó el teléfono en su bolsillo, y no hizo más que observar cómo el drone seguía grabando la carrera.

◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇◇

El motor ruge bajo mis pies, vibrando a través de cada célula de mi cuerpo. La calle está llena de luces parpadeantes y el asfalto brilla con la humedad de la noche. Mis manos se cierran sobre el manillar, los dedos apretados con fuerza, casi como si temiera que la moto me fuera a escapar. No hay tiempo para dudar. La carrera está en pleno apogeo, y mi único pensamiento es no frenar.

La velocidad me consume. Cada giro, cada acelerón me hace sentir que soy parte de la moto, que soy el viento cortando la oscuridad. El otro corredor intenta pasarme en la siguiente curva, pero yo no lo dejo. Con un giro rápido, doblo el manillar y la moto responde como un animal salvaje, sin perder ritmo. El ruido del motor sigue como una melodía brutal en mis oídos, mis ojos fijos en la carretera que avanza a toda velocidad.

—¡Vamos, Yudi!—me grito a mí misma, apretando los dientes. No puedo dejar que nadie me alcance. Este es mi momento.

La curva siguiente me lanza al límite. Siento cómo el neumático de la moto roza el asfalto, y un mal movimiento podría mandarme al suelo. Pero no me freno, no hay tiempo para miedos. Respiro hondo, esquivo el obstáculo, y sigo con más fuerza. La meta está a la vista.

Solo un poco más.

Mis manos se aferran al manillar con la misma determinación, y acelero al máximo. El motor ruge como un animal salvaje mientras dejo atrás a los demás, cruzando la línea de meta con una explosión de energía. La moto se detiene, y por un segundo, el mundo se desvaneció a mi alrededor.

Estoy ganando. Lo hice.

La moto sigue rugiendo mientras freno, el ruido retumbando en mis oídos. Lo hice. La multitud empieza a acercarse, sus gritos me llenan de una satisfacción que no tiene que ver con la victoria, sino con demostrarles que puedo. Las chicas no lo podían creer, algunas ni siquiera sabían qué decir. Yo solo sonreí, pero no por haber ganado, sino por haber demostrado que, aunque nos subestimen, siempre hay un camino para nosotras.

—¿Lo ves?—les dije a mis amigas, riendo.
—Esto es solo el principio.

Pero no todos estaban tan felices con mi victoria. Lucas, ese imbécil, estaba echando chispas. Lo veía desde lejos, maldiciendo, gruñendo entre dientes. No le gustaba perder, especialmente no contra una chica. Pero lo peor para él es que no solo había perdido, sino que me había perdido a mí, la que ni siquiera le había prestado atención.

Me daba risa ver cómo nos subestiman, y no porque fuera una lección para ellos, sino porque las cosas como esta siempre les dan en el ego.

Al final, recibí mi dinero, y aunque era mucho más de lo que pensaba, no me dejé llevar. Esto es lo que se gana después de tantas horas, noches, y apuestas.

Invité a mis amigas a comer, pero no pasó mucho antes de que el caos llegara. La policía se plantó en el lugar, como si ya supieran que algo iba a estallar. Mierda. La palabra salió de mi boca sin pensarlo. El lugar se volvió un juidero. La gente empezó a huir, saltando a sus motos y arrancando a toda velocidad.

Nosotras no quedamos atrás. Las chicas y yo corrimos a las nuestras, pero no iba a ser tan fácil. Los poli nos pisaban los talones, y tuve que tomar una decisión rápida. Dividirse.

No era la primera vez que esquivaba a la policía, pero esta vez sentía que estaba jugando con fuego. Usé el GPS para localizarme, buscando cómo llegar a donde estaban las chicas, y con las luces de las motos a lo lejos, me sentí como si estuviera en una maldita película de acción.

Después de unos giros, esquivando las calles que ya no podía reconocer, logré perderlos. Pero sabía que no podía bajar la guardia. No iba a dejar que un par de polis arruinaran la noche.

Lo que hice después de llamar a las chicas fue enviarles la ubicación. Después que nos encontramos, decidimos ir a un restaurante a festejar la victoria de esta noche. Al llegar al restaurante, vi las llamadas de Martín. Había tanta adrenalina que no me percaté de nada, así que me quedé parada afuera. Las chicas, al parecer, notaron que algo pasaba, porque no dudaron en preguntar.

Sol: —Yudi, ¿pasa algo?

Yudi: —No, qué va. Solo es Martín. En un rato las alcanzo.

Sol me miró con los ojos entrecerrados, como si no terminara de creerme, pero no insistió. Karla le dio un leve codazo en el brazo, como diciendo “déjala”. Las chicas asintieron y entraron al restaurante, pero no sin mirar hacia atrás un par de veces.

Saqué el celular y llamé a Martín.

(Vibración telefónica)

Yudi: —Hola Martín, lo siento, estoy ocupada con las chicas y no pude ver las llamadas. ¿Papá ya está en casa?

Martín: —Sí, señorita. Su padre me ha pedido traerla de regreso y he tratado de contactarme con usted. No sé qué decirle, está muy preocupado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.