A la mañana siguiente, me desperté con el sonido estridente de la alarma de mi teléfono. Era hora de ir al instituto. Tomé el celular de la mesita de noche junto a mi cama, apagué la alarma y me levanté para ducharme y prepararme.
Ya lista, salí de mi habitación y me dirigí directo a la cocina a desayunar.
—Buenos días, Rosa. ¿Has visto a mi papá? —pregunté mientras me acercaba.
Rosa, la señora que ayudaba en casa, me respondió con su voz dulce:
—Tu papá se fue temprano, mija. Dijo que Dante te acompañaría al instituto.
Por un momento pensé que era una broma, pero en ese instante sentí una presencia a mi espalda. Al girarme, tropecé torpemente con Dante. Él apenas se movió, como si hubiera previsto el accidente, y me preguntó con su tono calmado:
—¿Te molesta que vaya contigo?
Me acerqué lo suficiente para que solo él pudiera oírme y le susurré:
—¿De verdad crees que puedes conmigo? Qué tierno.
Sin decir más, fui a sentarme a la mesa. Rosa me sirvió unos plátanos maduros con salami y cebolla, bañados en abundante limón, justo como me gustaban. Dante se sentó frente a mí, sirviéndose también su desayuno.
Intenté ignorarlo mientras comía, pero era más difícil de lo que pensaba. De vez en cuando mis ojos se encontraban con los suyos casi sin querer, atrapándome en esa mirada intensa.
Perdida en mis pensamientos mientras lo observaba, me sobresalté cuando Dante levantó la mirada y preguntó:
—¿Estás bien?
Parpadeé, reaccionando, y respondí rápidamente con un simple:
—Sí.
Cuando terminé de desayunar, Dante ya me estaba esperando en su carro. Caminé hacia él sin decir ni una palabra, concentrada en mi teléfono.
Todo el camino hasta el instituto fue un completo silencio. Al llegar, mis amigas corrieron a recibirme, rodeándome con un abrazo. Karla y Sol quedaron impactadas cuando vieron a Dante.
—¿Quién es el guapo que viene contigo? —preguntó Sol, con una sonrisa traviesa.
—No me digas que ese es el tal Dante —añadió Karla, casi susurrando.
Les respondí que sí, que él era mi guardaespaldas. Karla comentó enseguida que era muy guapo, y Sol no tardó en agregar que no había exagerado en lo más mínimo cuando les conté de él. Rodé los ojos, restándole importancia al asunto.
Cuando sonó la campana, entramos al salón. Dante iba detrás de mí, así que antes de cruzar la puerta lo detuve, levanté la mano y, señalándolo con mi dedo índice, le advertí que no pensara en entrar.
Pero Dante, muy en su papel, me bajó la mano con calma y dijo:
—No me digas cómo hacer mi trabajo.
¡Dios mío, qué molesto era!
Sin inmutarse, entró al salón y me ignoró por completo. Eso no me gustó nada, pero no iba a dejarme molestar tan fácilmente.
Dante habló con la maestra y le explicó por qué debía quedarse en clase. Pensé que no lo permitirían, pero al parecer Dante era muy convincente.
Al terminar la clase, salimos del salón. Justo en ese momento, una chica corrió directamente hacia Dante.
Mis amigas y yo nos quedamos observando en silencio.
La chica, sin decir nada, lo besó. Me quedé en shock. ¿Acaso era su novia? me pregunté.
Ella me miró, pero no fue una mirada cualquiera. Fue una de esas miradas que te dicen "tú eres la intrusa aquí."
Dante la apartó enseguida, diciéndole con tono serio que no debía hacer eso mientras estaba trabajando. La chica, sin parecer afectada, se acercó a mí.
—Hola —dijo—. Me llamo Briana.
No entendía nada. ¿Acaso era una broma de Dante? Porque si lo era, no estaba funcionando. Y ese beso había sido demasiado...
Aun así, le sonreí falsamente y me presenté también. Cuando dije que Dante era mi guardaespaldas, él intervino de inmediato.
La miró fijamente y, con una voz baja pero firme, le pidió que se fuera. No entendí por qué actuaba así. ¿No era su novia? Entonces, ¿por qué la trataba de esa forma?
Briana se negó a irse. Vi cómo el rostro de Dante cambiaba: claramente, estaba enfadado.
Sin más, la tomó del brazo y la llevó lejos de mí.
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Dante:
—¿Qué demonios crees que haces? No puedes venir y besarme como si fuera de tu propiedad —le reclamó Dante.
Briana:
—No me digas que te enamoraste de la chica —se burló Briana—. A Jorge no le gustaría saber eso.
Dante:
—¿Qué diablos estás diciendo? ¿Te escuchas? —replicó Dante, visiblemente molesto.
Briana:
—No lo sé... —rió Briana—. Dicen que el peligro atrae, y tú no dejas de mirarla. Creo que mientras más te acercas, más se derrite tu corazón de hielo.
Y con eso, Briana se fue, dejándolo solo, pensativo.
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¿Acaso Briana tenía razón?
Aunque Dante siempre había creído que no era capaz de amar —nunca lo había hecho antes—, por qué ahora sería diferente.
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Después de ver cómo Briana se alejaba, Dante se quedó unos segundos mirando el vacío, como si sus pensamientos lo arrastraran lejos.
Finalmente, regresó hacia donde estaba yo, todavía de pie con mis amigas, que no dejaban de mirarlo como si esperaran un drama de telenovela.
Se paró frente a mí, serio, pero sus ojos no tenían la misma dureza de antes.
Yo crucé los brazos, esperando que dijera algo, cualquier cosa.
—Lo siento por eso —dijo finalmente, su voz algo más baja de lo normal.
Me encogí de hombros como si no me importara, aunque por dentro me hervía la curiosidad.
—No es asunto mío —respondí, dándome la vuelta para caminar hacia la cafetería.
Dante, por supuesto, no me dejó sola. Caminó a mi lado en silencio, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
Cuando ya estábamos casi llegando, se detuvo y me sujetó suavemente del brazo, obligándome a girar hacia él.
—Ella no es mi novia —dijo, mirándome directamente a los ojos—. Nunca lo ha sido. Y no es alguien en quien puedas confiar.