Oscar se apoyó en el marco de la puerta, con esa sonrisa suya tan descarada.
-Vaya, Dante... no sabía que ahora eras tan bueno cuidando chicas borrachas -dijo con tono burlón, cruzando los brazos-. Aunque, pensándolo bien, si hubieras querido, anoche hubieras tenido el mejor regalo de cumpleaños.
Dante se tensó. No dijo nada. Solo lo miró, con esa expresión que solo usaba cuando estaba al borde de perder la calma.
-¿Qué pasa? ¿No lo hiciste porque eres un caballero? -Oscar dio un paso más hacia mí, rozándome el hombro con sus dedos-. ¿O fue miedo? Porque si no la quieres, hay muchos que sí lo harían... incluso ahora mismo.
El aire se cortó. Dante soltó la taza de café sobre la mesa con fuerza.
-Cuidado con lo que dices, Oscar -dijo con la voz baja y oscura como una tormenta-. No eres tan valiente como para tentar lo que no te pertenece.
Oscar se rió, pero algo en sus ojos brilló con furia.
-¿Ah, sí? ¿Y desde cuándo ella es tuya?
Dante se acercó a mí. Tomó mi cintura con una seguridad que me robó el aliento y me atrajo contra su cuerpo. Me susurró en el oído:
-Solo dilo... y le arranco la sonrisa de la cara.
Yo no dije nada. No podía. El calor entre ellos dos me tenía en vilo. Y una parte oscura de mí... lo estaba disfrutando.
Oscar me lanzó una mirada rápida, como si evaluara cada rincón de mi cuerpo, y luego volvió a clavar los ojos en Dante con una sonrisa desafiante.
-Tranquilo, no me la voy a comer... -dijo con ese tono provocador que me ponía nerviosa-. A menos que me lo pida, claro.
Dante dio un paso hacia él. Su mirada ya no era calmada ni contenida: era puro instinto. Furia animal.
-Te juro que si sigues hablando así de ella, no respondo por mí -gruñó. Su voz era baja, rasposa, como si estuviera conteniendo algo que amenazaba con romperse.
Oscar no se inmutó. Se inclinó apenas hacia mí.
-¿Y tú qué dices, hermosa? ¿De verdad prefieres al que se muerde la lengua antes de tocarte... o a alguien que sí te haría sentir viva?
Antes de que pudiera contestar, Dante me tomó del rostro, lo suficientemente fuerte para que Oscar lo viera, pero lo bastante suave para que yo entendiera: esto no es un juego.
-No necesitas hablar, ya sé la respuesta -me dijo sin apartar los ojos de los míos-. Si te quisiera, no tendría que compartirte ni por un segundo.
Oscar apretó la mandíbula.
-Ah... entonces sí la quieres -soltó, como si acabara de descubrir algo-. Pero no haces nada.
Dante sonrió, una sonrisa oscura, peligrosa.
-Porque cuando lo haga, no va a quedar duda para nadie. Ni siquiera para ti.
El silencio se volvió denso. Podía sentir mi corazón martillando en las costillas. Y por un segundo, me sentí en medio de una guerra silenciosa... donde el premio era yo.
Horas más tardes...
Óscar se apoyó en la barandilla del yate con una copa en la mano, su mirada seguía cada movimiento mío con descaro. Dante apareció sin decir nada, pero su presencia llenó el espacio. La tensión se volvió tan espesa como la bruma del mar.
-No tienes que actuar como si fueras su sombra, Dante -dijo Óscar sin mirarlo-. Ella es libre de hacer lo que quiera... y con quien quiera.
Dante lo observó, con esa calma peligrosa que precede a la tormenta.
-¿Y qué es lo que insinúas exactamente? ¿Que debería haberme aprovechado de ella anoche? -dio un paso más cerca-. ¿Eso crees que debía hacer?
Óscar ladeó la cabeza, todavía con su sonrisa arrogante.
-No puse esas palabras en tu boca.
-Pues las dejaste caer. -Dante alzó la voz, grave, contenida, como una bestia encadenada-. Óscar, créeme... puedo ser muchas cosas, pero jamás sería tan poco hombre como tú. Esa es la diferencia entre nosotros.
Óscar se tensó, pero no respondió.
-¿Tú crees que ella es un premio, verdad? Algo que se gana a golpes bajos, a manipulaciones. Pero acabas de demostrar de lo que serías capaz -Dante se acercó tanto que sus rostros casi se tocaban-. Y te advierto algo: si llegas a hacerle daño, si siquiera te atreves a intentarlo...
Su voz se volvió un susurro helado:
-...te juro que te mato. Y no te lo digo como su guardaespaldas. Te lo digo como el hombre que sí la respeta.
El silencio fue brutal. Óscar apretó la mandíbula, y por primera vez, bajó la mirada.
Dante se giró y caminó hacia mí. Por un instante, lo vi verdaderamente furioso... pero también vulnerable. No me tocó. No me dijo nada. Solo me miró, como si solo yo pudiera calmar la tormenta que ardía en su interior.
Me dirigí a la habitación. No podía creer lo que estaba pasando. Pensaba que las cosas no podrían salirse de control... aunque me molestaba que Oscar creyera que podía hacer lo que quisiera conmigo -ese chico está loco-, por otro lado, fue muy lindo lo que Dante hizo por mí. Y de nuevo lo sentí: mi corazón latiendo tan fuerte que podía escucharlo. En realidad, me estaba enamorando de Dante.
De pronto, Dante entró sin decir una palabra. Cerró la puerta detrás de él y se pasó la mano por el cabello, frustrado. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, mi corazón saltó en mi pecho como loco.
-Lo siento -murmuró, apenas audible-. No quería que escucharas eso.
-¿Por qué no? -di un paso hacia él-. ¿Porque podría pensar que tienes sentimientos?
-Porque los tengo -confesó con voz baja, grave-. Y eso me está matando.
Dante dio un paso más. Sus ojos eran fuego y contención. Me rozó el rostro con los dedos, apenas un suspiro.
-Anoche... cuando estabas tan mal, tan vulnerable, y te lanzaste sobre mí... ¿sabes lo difícil que fue alejarme? -susurró-. ¿Lo mucho que deseaba quedarme contigo?
-¿Entonces por qué no lo hiciste? -pregunté, con la voz quebrada.
-Porque no quería tocarte así. No cuando no podías decidir por ti misma. Yo te quiero despierta, consciente... tú. -Me sostuvo la mirada-. No un error. No una noche borracha. Yo te quiero de verdad.