—Rayos, Vito, siento mucho lo de Lucía—me dice Ana al otro lado mientras me siento con ropa en la bañera seca para hablar con ella. Le he contado la vorágine de acontecimientos de ayer y la situación me deje con los ojos cargados de lágrimas, pero intento contener las ganas de llorar, realmente no puedo hacerlo.
Debo sostenerme fuerte por mis hijos.
Solo me duele no haber sabido antes de que a Lucía le pasó esto, pero era de esperar que una persona como su madre cayera de pronto con los niños así sin más e hiciera todo lo que hizo. Es cierto que he de hacerme responsable, lo estuve haciendo a mi manera, pero jamás tuve el contacto con los niños que estoy teniendo ahora.
Ana también me retaba por no haber hecho contacto antes.
—No quiero volverme loco con todo lo que está sucediendo, pero me temía que tarde o temprano esto iba a acabar sucediendo—. Suspiro.
—¿Lo de Lucía?
—No, eso jamás podría haberlo previsto. Lo de hacerme cargo de Fatma y Lucas. Son dos niños asombrosos, pero no estoy a la altura de ser el padre ellos realmente se merecen, ¿entiendes?
—¿Quieres acaso que te dé un buen coscorrón?
—...
—Hazte cargo de ellos, yo asumo lo demás y me encantaria conocer a los hijos de mi mejor amigo. Que a final de cuentas son mis sobrinos o algo así.
—Gracias.
—¿Aprendiste a quitarle el pañal a Lucas?
—Sí, no sabía que el popó de los niños era así.
—¿Así cómo?
—No lo sé, ¿adorable?
—Guácala.
—Es decir, ni siquiera me dio asco hacerlo. Solo tenía miedo de hacerlo mal, de hecho, tampoco estoy seguro de que el pañal le haya quedado bien puesto, pero te mostré en las fotos así que tengo tu bendición.
—Suerte que lo moviste porque como estaba pegado, se le iba a pasar todo al pobre.
—Gracias por estar, Ana.
—Gracias a ti por estar también. Por cierto, ¿me pasas los datos de los niños?
—¿Eh? ¿Qué clase de datos?
—Estoy ahora mismo en mi computador para sacar los pasajes.
—¿Qué pasajes?
—¡A Rio de Janeiro! Descuida, los paga la productora.
—¿Acabas de escuchar que te dije que estoy con dos niños chicos?
—¿Qué mejor que hacerles vivir a tus pequeños la primera gran aventura de sus vidas? Acá te espera tu mejor amiga, lista para cuidar de ellos mientras firmas un jugoso contrato que un ingreso inicial de veinte mil dólares. ¡Imagina la rentabilidad que esto podrá tener luego!
—Rayos, Ana.
—Porfis, porfis, pásame esos datos y hoy mismo pueden salir en vuelo hasta acá. Yo prometo ayudarte con los pequeños.
—Bueno, supongo que Ine…
—A ella no le va a importar, te lo aseguro.
Escucho ruidos fuera.
—Creo que se despertó Fatma. Puede querer entrar al baño. Ahora te envío foto de sus cédulas y las partidas.
—¡Yujuuuu! ¡Bravo, amigo!
Le agradezco y corto.
Una vez que me levanto, salgo de la bañera y abro la puerta del baño encontrándome con Fatma. Al quitarle el seguro a la puerta he caído en la cuenta de que he de decirle adiós a la privacidad también.
—¿Puedo entrar al baño?
—Sí, sí. Claro—le digo.
Cedo el lugar, ella entra y yo voy hasta la cama donde descansa Lucas. Lo miro antes de decidir enviarle las fotos a Ana.
A continuación sale Fatma del baño y me dice:
—¿No has dormido, papá?
Trago grueso.
Aún me cuesta escucharle decirme eso. ¿Cómo puede hacerlo así sin más tan a la ligera?
—Un poco. ¿Tú descansaste?
—Sí, la cama es super cómoda.
—Me alegro…
—¿Te molesta si te llamo papá?
—No, en absoluto—miento e intento sacarla le tema—: ¿Quieres que pidamos el desayuno? ¿O sigues durmiendo?
Ella se sienta a mi lado y me sonríe mirandome directamente a los ojos:
—Siempre quise desayunar con mi papá.
Y me abraza.
¡Caraaaay, qué difícil será todo esto!