Cartagena.
Seis años antes.
—Dame un beso más, sino me muero.
Aquella súplica hizo que Cataleya temblara desde la planta de los pies hasta las puntas de su melena castaña.
—No digas mentira Henry.—pidió con un tono coqueto intentando escapar del norteamericano que había conquistado su corazón. Fue amor a primera vista—Es imposible que te mueras si te niego un beso. Si has podido vivir hasta ahora sin mis labios, podrás hacerlo unos minutos.
Él la atrapó y la pegó a cuerpo, donde ella sintió cada músculo tenso y el calor que desprendía de su piel bronceada.
—La locura hará que pierda la cabeza y me mate cuando tenga que volver a Estados Unidos, lejos de la chiquilla de ojos avellana que me tiene hechizado desde el primer día que la vi.—afirmó con una voz gruesa, potente y segura.
Cataleya tuvo que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Era un hombre hermoso. Un metro noventa y dos de pura seguridad. Sus ojos verdes eran una debilidad para la muchachita que poco conocía del mundo y temía descubrirlo. Los mechones claros de su cabello, iluminados por los últimos rayos del Sol, lo convertían en el príncipe con el que ella tanto había soñado y finalmente había encontrado.
Henry llegó a su vida en el mismo día que Cata cumplió los dieciocho años y en pocas semanas la conquistó. Era un hombre de mundo, había viajado a varios países, era sofisticado, educado y todo un caballero. Cataleya se sonrojó recordando que también besaba como un dios. Sus labios eran ardientes al igual que sus manos paseando por sus curvas.
—Si me besas justo ahora no verás el amanecer.—advirtió. Él miró detrás de ella, las vistas que tenía de aquella playa de arena blanca en Cartagena donde estaban apenas los dos, luego volvió a mirarla humedeciéndose los labios y haciéndole el amor con la mirada.
—¿Quién necesita ver un amanecer, cuando tiene en sus brazos la mujer que hizo el Sol descubrir el verdadero significado de la envida en el instante que la vio brillar?
Cataleya se quedó sin habla, se perdió en su mirada y volvió a entregarse a sus besos que la dejaban sin aire.
—Eres deliciosa florecita.—murmuró rompiendo el beso y ella sintió como él bajaba los tirantes de su vestido de estampa floral.
Ansiosa Cataleya se alejó de él volviendo a subir sus tirantes, con una timidez que se hizo notar en sus mejillas sonrojadas.
—Lo siento. —se disculpó avergonzado.—No quería que te sintieras incómoda.
—No te preocupes, es solo que, como bien sabes, yo jamás he estado con un hombre y eso me da miedo.—confesó Cataleya y su príncipe encantador volvió a acercarse a ella.
—¿Eso es lo que te impide entregarte a mí y permitirme amarte como tanto deseo hacerlo?—cuestionó y ella asintió apenada.—Florecita, yo soy un hombre de palabra. Me he enamorado de ti y te juré que cuando decidas ser mía, no habrá ninguna otra mujer más en mi vida. Estoy enamorado de ti y este amor ya no me cabe en el pecho. Necesito entregártelo, hacer que lo sientas y tener el placer de tenerte en mi brazos.
—No lo sé Henry.—respondió nerviosa. —Deseo que mi primera vez sea especial, con el amor de mi vida. El hombre que pedirá mi mano a mi mamá y me hará vivir un cuento de hadas. Es lo que he soñado toda mi vida.
—¿Y crees que existe momento más hermoso que este que estamos viviendo ahora?—preguntó Henry apartando un mechón del bello rostro de la chiquilla que lo tenía cautivado con su inocencia.—No quiero utilizarte, si eso es lo que piensas. Solo tengo esta necesidad de amarte sin límites, y si me das la oportunidad de hacerlo haré que todos tus sueños se hagan realidad.
—¿Vas a ir a mi casa a hablar con mi mamá?—preguntó con la ilusión brillando en su mirada y el asintió demostrándose decidido.
Cataleya se estremeció cuándo el la tomó en sus brazos, la besó apasionadamente dejándola embriagada con su sabor y luego la miró a los ojos.
—Demuéstrame que mi amor es correspondido florecita.—suplicó. —Déjame enseñarte a amar, a descubrir el placer en mis caricias y tomar el tesoro de tu virginidad. Pues estoy seguro de que todo este tiempo lo has estado reservando para mí.
—¿Y después que pasará?—preguntó Cataleya preocupada y él acarició su rostro mirándola con ternura y deseo.
—Mañana es el cumpleaños de tu mamá, ¿no es así?
—Así es. —asintió entusiasmada.—Celebraremos una fiesta de cumpleaños en nuestro restaurante. Será algo humilde, pero haré que sea hermoso, como se lo merece mi mamita.
—¿Pues qué mejor presente que presentarle a tu novio, el hombre que tu corazón eligió amar, a la mujer que te dio la vida?—ofreció Henry y Cataleya saltó a sus brazos llenándolo de besos.
—¿Hablas en serio?
—Muy en serio florecita. Mañana entraré en el restaurante de tu mamá contigo y le pediré permiso a la señora Dolores para amarte y cuidarte el resto de nuestras vidas.—afirmó volviendo a pasear las manos por su cuerpo.—Ahora vivamos este momento, con este majestuoso atardecer como testigo de nuestra entrega. Dame la dicha de ser el primero y el único hombre de tu vida.
Cataleya se permitió vivir aquella experiencia de amor en los brazos del hombre al que había entregado su corazón, y fue feliz entregándose a sus besos y a sus deseos de hacerla sentirse mujer por primera vez.
Cuando sus cuerpos se calmaron después de una entrega repleta de pasión, deseo y mimos, el cielo se había convertido en uno bellísimo manto oscuro lleno de estrellas.
Cataleya se acurrucó en el costado de Henry y apoyó la cabeza en su pecho. Sus corazones aún latían acelerados y el alma de la joven bailaba en su interior por vivir algo tan mágico.
Llena de ilusión Cataleya observó cada detalle del hombre tan bello que tenía al lado, y bajó los ojos al muslo de Henry, donde se dio cuenta de que tenía una marca de nacimiento similar a la forma de la luna creciente. Hasta aquel pequeño detalle era hermoso en él.