Mami tu Jefe es mi Papá

Capítulo 2/

Un top amarillo ajustado hasta la cintura, conjuntado con una falda blanca de vuelo hasta las rodillas, y un lazo precioso del mismo color en su cabello.

Cataleya se miró en el espejo repetidas veces en las últimas dos horas, viendo por la ventana como los vecinos entraban en el restaurante para celebrar el cumpleaños de su madre.

Habían muchas caras conocidas, pero no la cara bonita de ojos verdosos que ella esperaba.

Ansiosa Cata bajó las escaleras, entró en el restaurante por la puerta que daba acceso desde su casa hasta la cocina del lugar. Nada más salir saludó a algunos conocidos y puso los ojos en blanco notando la mirada de algunos viejos babosos que eran sus vecinos.

—¡Cata por Dios! —exclamó Rosario, la mejor amiga de su madre. —Lola tu hija está cada día más hermosa. —habló mirando a Dolores y otra vez a Cataleya. —No me extraña que seas el orgullo de tu mamá. ¿Quién no desearía tener una niña tan bella y ejemplar como tú?

—Lo de ejemplar es lo de menos. —contestó Dolores besando la mejilla de su hija. —Es por la belleza de su corazón que estoy orgullosa de ella. Noble, dulce y generosa. La niña de mis ojos.

—Mamá es tu cumpleaños, las palabras bonitas deberían ser dedicadas a ti. —opinó Cataleya con timidez y Dolores ajustó el lazo en su cabello.

—Y en cada cumpleaños, recuerdo que mi regalo más bonito fuiste tú. —afirmó Dolores dejando a su hija emocionada.

Cataleya salió a la entrada después de recibir cientos de halagos por parte de su “tía” Rosario, y fue a esperar ansiosa la llegada de su príncipe.

Dolores no se despegó del umbral de la puerta observando a su niña de lejos, pidiendo que su intuición se hubiera equivocado y que pronto vería a Cataleya sonreír en los brazos del hombre que ella decía amar.

La primera hora pasó rápido, pero la sonrisa de Cataleya comenzó a borrarse de su rostro mientras miraba expectante cada automóvil que entraba en su barrio, pero Henry no llegaba en ninguno de ellos y no tenía un teléfono móvil al que llamar, pues su novio le había explicado que lo mantenía apagado cuando estaba en Colombia para evitar ser molestado en sus días de paz.

Cataleya caminó hasta la esquina bajo la lluvia tropical que comenzó a caer. Su corazón se estrujaba lentamente en su pecho. Se sentía angustiada, estaba preocupada creyendo que algo le había pasado a Henry.

En medio de su desesperación Cataleya vio el camión del hombre que solía vender frutas por las calles de su barrio y lo llamó alzando la mano para hacerle una señal.

—¡¡¡Don Emiliano!!!

El camión pegó un frenazo y la muchachita, con su corazón pendiendo de un hilo, corrió hasta él.

Dolores no tuvo tiempo a reaccionar o impedirla cuando Cataleya se subió a aquel camión a toda prisa, pero entendió que algo no iba bien y en su corazón de madre sintió un profundo dolor. Nadie desea que llegue alguien a partirle el corazón a su hija.

Cataleya no supo cuánto tiempo pasó, ni en qué momento llegó. Ella solo entró por primera vez en el Hotel Charleston Santa Teresa como un autómata, se pegó a la barra de la recepción y soltó una pregunta...una simple pregunta que le brindó una respuesta cruel.

—¿Cómo que el señor Henry Tales no está hospedad aquí? —habló Cataleya con la voz rota y las dos recepcionistas la miraron con pena. No era la primera vez que algo como aquello pasaba.

Una mujer ilusionada por un millonario mujeriego.

—Creo que no me ha entendido bien señorita. —contestó la recepcionista. —En este hotel no está ni estuvo hospedado nadie con ese apellido.

—No, no eso tiene que ser una equivocación. —habló desesperada mirando hacia los lados, buscando un indicio de que Henry existía, de que estaba allí, que fue real. —Yo he acompañado al señor Tales a la entrada de este hotel varias veces en las últimas semanas. Lo he visto salir de aquí y entrar en repetidas ocasiones. ¡Así que, por favor, revise eso bien y dile al señor Tales que estoy aquí y que necesito verlo…por favor!

Suplicó desesperada y comenzó a perder la compostura, asustando a algunos huéspedes que pasaban cerca escuchando su aflicción.

—Señorita voy a tener que pedirle que se retire, sino me veré obligada a llamar a seguridad. —avisó la recepcionista. Cataleya lloraba desconsolada.

Viendo que la chica se había convertido en el espectáculo de la mañana en el hotel, uno de los guardias entró y la convenció a salir.

—No lo entiende, señor. —dijo apresurada intentando volver a entrar. —Sé que el hombre del que hablo estuvo hospedado en este hotel. No estoy mintiendo y mucho menos estoy loca.

—Sé que no miente, la he visto con ese hombre un par de veces. —declaró el guardia y Cataleya lo miró llena de esperanza.

—¿Entonces sabe dónde está? —preguntó expectante. —¿Sabe si el señor Henry Tales sigue en el hotel?

—Se ha marchado ayer en la noche. —contó el guardia mirándola con tristeza. —Pero Henry Tales es uno más de sus nombres. —reveló de repente.

Cataleya lo miró confundida, sin entender a lo que se refería.

—¿Cómo que uno más de sus nombres? —preguntó confundida. —Henry es su nombre...

—Henry, Mitchell, Alexander, Robert. —enumeró el guardia con pesar. —No sé cómo se llama realmente, pero desde que trabajo aquí le he visto acompañado de cientos de señoritas hermosas como usted, y con todas utilizaba un nombre distinto.

—No, no puede estar hablando en serio. —balbuceó Cataleya dando un paso hacia atrás para mirar el hotel.

—Mire señorita, yo tengo una hija de su edad y nada me dolería más que verla en la misma situación que se encuentra usted ahora. Por eso le aseguro que no le miento, y algunos de mis compañeros pueden corroborar la información que le estoy dando. —aseguró el hombre viendo como el brillo en la mirada de Cataleya se apagaba. La habían roto de todas las formas posibles en cuestión de minutos. —Algunas veces le hemos escuchado alardear de sus conquistas, pero nadie aquí sabe cómo se llama en verdad. Cada vez que se ha hospedado en el hotel utiliza un nombre distinto.




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