Mamihlapinata: Mirada sin palabras

Capítulo 1

Isabella Conti provenía de una familia acomodada de la Ciudad de Nueva York y con 24 años había logrado obtener una carrera en Finanzas Corporativas y una experiencia laboral que le daba capacidad de liderar en el ámbito de los negocios. Tenía la suerte de tener a sus padres vivos y siempre apoyándola en todo lo que necesitaba; su hermano Mario también formaba gran parte de ese apoyo y a pesar de llevarle cinco años y ser el hermano mayor, nunca la trataba como una niña, sino más bien la veía como alguien a quien podía hacerle aprender.

Hoy era un día especial e importante para Isabella porque empezaba una nueva experiencia en su vida: hace una semana había sido admitida como Analista Senior del área financiera de una gran corporativa; luego de haber estado en la industria de la manufactura ahora pasaría a estar en una de servicios. FISHER SERVICES se encargaba de brindar servicios de consultoría a pequeñas empresas y el trabajo de Isabella era lidiar con los líderes de estas firmas para apoyarlos en el ámbito económico.

Luego de haberse bañado y alistado para su primer día de trabajo, Isabella se acercó a la cocina para encontrar a su mamá ya preparándole el desayuno. Manuela era una señora de cincuenta y cinco años que se había dedicado a la casa y a los hijos toda su vida y como tal, el cariño que sentía por ellos y viceversa, era un lazo fuerte. Isabella la consideraba como su hermana y siempre compartía sus preocupaciones con ella; solo había un suceso en su vida que no había podido compartir con ella y no sabía si algún día lo haría. La decepcionaría como hija, siempre pensaba y eso la hacía correr lejos de ese temor.

La casa donde vivían era una de dos pisos, con jardín y terraza. Tener un lujo así en aquella ciudad era un privilegio, uno que ellos se podían dar. Isabella estaba muy agradecida por ello pero nunca su familia ni ella había alardeado del poder económico con el que contaban. Era una familia muy sencilla y siempre ayudando al prójimo y a los que más necesitaban. La cocina no era tan amplia pero su espacio era suficientemente cómodo para que Isabella y su madre se sienten a la mesa para poder conversar y compartir el desayuno: la mesa de madera pequeña adornaba la cocina y solo se utilizaba en casos como éste; normalmente utilizaban la mesa grande del comedor para ingerir los alimentos.

Isabella jaló la silla de madera oscura para sentarse, al mismo tiempo en que su mamá colocaba un plato con huevos revueltos con jamón, una tostada y un jugo de melón con naranja.

—Gracias mami por el desayuno.

—De nada mi vida. Pero no te acostumbres, solo es por hoy. —Le sonrió e Isabella le devolvió la sonrisa.

No era costumbre que su madre le preparara el desayuno, frecuentemente Isabella lo hacía. Pero había ocasiones como esta donde Manuela la quería consentir. La había visto crecer tan rápido que a veces quería que su hija vuelva a ser esa pequeña de pelo corto castaño corriendo por la casa desnuda, gritando que ya era grande y ya no usaba pañal. Sus ojos contuvieron las lágrimas, su pequeña Isa ya era una mujer: todavía mantenía esos ojos grandes café, su pelo castaño pero largo y ondulado, esas cejas pobladas como su padre y esos labios pequeños como los suyos. La mezcla perfecta de ella e Ignacio. Mario había salido más parecido a su padre, con su altura, su pelo laceo y negro, ojos de igual color y pequeños; a diferencia de Isabella que había decidido darle la bendición de parecerse más a su madre.

—Estoy nerviosa y no sé por qué. No es como si fuera la primera vez que voy a trabajar —dijo Isabella, mientras degustaba un bocado del delicioso platillo que su madre le había preparado. Bajó la mirada para que Manuela no viera cómo realmente se sentía. Como un salto al vacío.

—No puedo decir que te entiendo porque nunca he estado en tu posición, aunque a veces me arrepiento de ello… —le respondió Manuela, absorta en sus pensamientos y tomando un sorbo de su jugo de plátano con fresa—, pero he estado en situaciones similares como tú. Cuando naciste… —Y ese día era uno de recuerdos—, fue como si nunca hubiera tenido a Mario. No me malinterpretes.

Ambas rieron ante eso y suerte que Mario no vivía en esa casa porque ya se hubiera acercado a decir algo respecto a eso. Celoso lo definía; de niño tenía frecuentes peleas con su hermana por el cariño de su madre, como si ella fuera capaz de querer a uno más que al otro.

—No lo digo por los años que pasaron luego de tenerlo, sino porque fue como volver a empezar, de nuevo los nervios de cómo serías, cómo te educaríamos, si haríamos lo correcto contigo y con Mario. Si el trabajo sería suficiente… tantas cosas. —Isabella lo pensó y se dio cuenta que sí, se parecía. Ella pensaba similar: si estaría en el camino correcto, en la empresa, industria y puesto correcto. Si eso la haría feliz—. Pero aprendí que la vida es eso, aprender, y si algo no te gusta puedes modificarlo. —Acarició la mejilla de su hija, sonriendo, y dio un mordisco de su tostada con queso—. Así que no tengas miedo, y ya sabes que tu papá y yo estaremos para ti cuando lo necesites.



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En el texto hay: sexo, romance y drama, amor

Editado: 01.10.2018

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