Sabía que estaba dormida, me pasa muy seguido que entro en ese estado del sueño, en el que puedo recordar lo que hice antes de acostarme. Definitivamente estaba soñando, y como es costumbre en mí, me encontraba consciente de aquel suceso onírico.
Pero, ya no estaba en la cama, me situaba en lo alto de una escalera metálica, al estilo de las películas americanas, suspendida sobre varios pisos de altura. Miré abajo, todo estaba en completa oscuridad, solo podía observar enfrente de mí, edificios altos y apagados que iban desapareciendo conforme miraba el vacío. La sensación era helada, y el sonido de una ciudad se escuchaba, pero muy lejos; tan lejos que pude intuir que se encontraba, después de aquel límite oscuro en el que sucumbió mi vista.
No fue lo único que noté, no me moví porque pude sentir a una persona dándome la espalda, deduje por la altura que se trataría de alguien poco más alto, y por la voz comprendí que debía ser alguien tan joven como yo.
—No te muevas — dijo, con un tono muy seco y sólo asentí con mis acciones, no moví ni un milímetro mi cuerpo.
—No quiero que me mires, es más, olvida que esto sucedió — concluyó para desaparecer haciendo un ruido en la ventana del edificio.
Me sentí aliviada, no estaba empuñando un arma contra mí, pero definitivamente era una situación que por más que quisiera, no iba a olvidar; nunca olvido mis sueños. No pude ver su rostro, pero está claro que yo significaba un error en sus cálculos. Me di cuenta cuando de que, cuando desapareció de ese espacio; todo empezó a oscurecerse como si se tratara de su voluntad. Yo sólo pude quedarme ahí, viendo cómo se desvanecían las imágenes y los sonidos se iban alejando.
No supe quién era él, pero yo me entrometí en su plan y no iba a perdonarlo.