Varias semanas pasaron desde la noche de su encuentro, Hunzahua la buscaba en cada mujer que veía, y por más que buscara en su mente, no lograba descifrar su secreto. Por otro lado, la experiencia le había recordado a Mabel como en un solo segundo se puede quedar en evidencia, no quería volver al hogar de los Vulturi, y menos tener que ver como su hermano ruega por su clemencia, así que por más fascinación que Hunzahua le causara, decidió no volverlo a buscar. Pasaba los días en su casa, sólo salía a la hora de cazar, se servía un oso y tal vez un siervo y eso era todo.
Era primero de marzo de 1701, Mabel, con una perfecta actuación, logro amistarse con las más altas personalidades de la ciudad, se pasaba los días tomando el té y haciendo costuras en casa de sus amigas, que más que amigas, eran mujeres sedientas de alardear de hasta lo que no tenían, pero de cierto modo, hacían que Mabel considerará su vida más llevadera.
Salía Mabel de la casa de doña Rufina de Hernández, cuando en su camino coincidió con María dolores de Gandía, la esposa de un reconocido explotador de oro en la ciudad. Se habían hecho bastante cercanas, pues maría dolores no era como el resto de mujeres estiradas, con las que Mabel frecuentaba, ella no había sido rica toda su vida, por lo que era humilde, además tenía la misma edad que Mabel, o por lo menos eso creía ella. Se podría decir que era su única amiga verdadera.
—Señorita Cullen, que gusto verla.
—Gracias María dolores ¿Cómo está?
—Muy bien, ahora mismo me dirigía a ver las nuevas adquisiciones de mi marido.
— ¿Qué tipo de adquisiciones?
—No lo sé, dijo que era una sorpresa.
—¡Vaya! que interesante.
—¿Le gustaría acompañarme?
—En realidad no me dirigía a ningún lugar, así que supongo que está bien.
Cogidas de gancho María dolores y Mabel caminaban con sus largos y costosos vestidos por las empedradas calles de Santa Fe, después de un corto recorrido, llegaron a la casa de su familia. Allí se encontraba Don Ricardo Gandía, su marido, y las señoritas Ester y Visitación Gandía, sus hijas. Todos saludaron muy amablemente, y las hicieron sentar en los grandes muebles renacentistas de la estancia, dos esclavas negras les sirvieron el té mientras esperaban a que don Ricardo trajera la sorpresa para su esposa, dos minutos después entró don Ricardo con alguien siguiéndolo, se colocó en frente de las damas y dijo:
—María dolores, en honor a nuestro décimo aniversario, te traje esté presente, su nombre es Hunzahua Bachue y será tu esclavo personal.
Mabel quedó pasmada, no podía con la sorpresa, por un momento se le paralizo el mundo mientras miraba a Hunzahua y esté la miraba directo a los ojos, sabía que no podía llorar en ese momento, pero las lágrimas se le salieron de los ojos. Le gustaba imaginar que Hunzahua estaba bien, con su familia, volando y siendo libre cada noche. Verlo ahí, a merced de su dueño, era como una pesadilla, sólo habían pasado unos segundos, a lo lejos veía a María dolores y a don Ricardo abrazarse, intentó disimular sus lágrimas, se paró, y camino hacia ellos.
—Disculpen, de verdad los felicito, pero debo irme.
—¿Qué te paso Mabel? ¿Por qué lloras? —Preguntó inquieta.
—Es por la alegría de verlos tan felices.
—¡Oh! que bella eres, pero no puedes ir sola, mira que ya ha oscurecido —dijo María Dolores.
—Estaré bien.
—Claro que no, Hunzahua por favor acompáñala, que tengas buena noche Mabel nos vemos otro día.
—Hasta luego María dolores, hasta luego don Ricardo —Hizo una pequeña reverencia.
—Que tenga buena noche —Dijo él.
Mabel miro a Hunzahua y salió por la puerta, Hunzahua salió detrás.
—Así que no es usted producto de mi imaginación —Afirmó el hombre.
—¿Eso creías?
—Sí, usted simplemente desapareció.
—Pues, soy tan real como tú.
—Eso parece.
—¿Cómo es que estas aquí? —Preguntó ella.
—Mi dueño cayo en la quiebra y nos vendió a todos —Respondió, Mabel pudo ver la tristeza en su cara.
—¿No has pensado en huir?
—Sí, pero esperaba encontrarla.
—¿A quién? —Confundida preguntó.
—A usted.
Mabel, sorprendida, le dedicó una pequeña sonrisa y siguieron su camino.
—Señorita Mabel ¿Me va a decir cuál es su secreto? —Dijo Hunzahua cuando llegaron a la puerta de la casa de Mabel.
—Creo que es hora de que te vayas.
—No hasta que no me diga su secreto —Acorralándola contra la puerta.
—No te lo puedo decir.
—¿Por qué no?
— Porque moriría si lo hago —Un vacío se formó en el estómago de Hunzahua, no soportaba la idea de que esa misteriosa mujer muriera, justo después de haberla esperado tanto.
—No quiero que muera, no después de haberla encontrado —Hunzahua se acercó un poco.