Mi vida es básicamente un meme de internet: un desastre gracioso pero con el que no te gustaría estar atrapado. Soy Elisa, y mi lema es "¿Improvisamos?". Funciona para todo, menos para mis relaciones, mi cuenta bancaria y ahora, para evitar chocar a toda velocidad con un hombre vestido con un traje tan impecable que parecía recién salido de una revista de hombres aburridos.
El impacto fue épico. Mi bolso, una especie de agujero negro donde van a morir recibos, chicles y sueños rotos, se abrió como una piñata averiada, esparciendo su contenido por toda la acera. Lo peor no fue el hombre, ni mi dignidad herida. Lo peor fue el café.
Mi café con leche de avellana triple extra grande (necesitaba despertar) voló en cámara lenta y aterrizó directamente en el centro inmaculado de su traje gris perla, creando una mancha marrón con la forma perfecta del continente Australia.
—¡Oh, cielos! ¡Lo siento mucho! —balbuceé, intentando recoger mis cosas con una mano mientras con la otra le ofrecía una servilleta usada pero "limpia por un lado".
Él no dijo nada. Solo miró la mancha en su pecho con una expresión de dolor genuino, como si hubiera perdido a un ser querido.
—¿Eres un tornado con forma humana? —preguntó por fin, con una voz tan serena y profunda que contrastaba absurdamente con la situación.
—Solo los martes —respondí, tratando de sonar ingeniosa. Sonó a tonta.—¡Puedo limpiarlo!
Antes de que pudiera reaccionar, saqué de mi bolso un pañuelo húmedo de esos que te dan en los restaurantes de comida rápida y, con la mejor de mis intenciones, me abalancé sobre la mancha.
Big mistake. Huge.
El pañuelo no solo no limpió el café, sino que extendió Australia a todo el Océano Pacífico y dejó unos restos de salsa barbacoa que inexplicablemente llevaba ahí desde la semana pasada.
Él cogió mi muñeca con suavidad pero con firmeza. Sus dedos eran cálidos.
—Por favor, cese su ataque químico-biológico a mi traje —dijo, sin un ápice de humor en la voz, aunque sus ojos, de un verde intenso, brillaban con algo que podía ser… ¿terror?—. Valora mi vida.
—Es que lo siento de verdad. Soy un desastre andante. Mi madre dice que debería venir con señales de advertencia —solté, riendo nerviosamente.
—Sería de utilidad pública —murmuró, soltando mi muñeca y sacando un kit de limpieza para telas de su propio maletín (¿quién lleva eso?).— Mario... Mario Vidal.
—Elisa. Tormenta Tropical Elisa, aparentemente.
Por primera vez, una esquina de su boca se torció levemente. No era una sonrisa, pero se le acercaba mucho.
—Tengo una reunión crucial en cinco minutos. Con el dueño de "Bodas de Ensueño", para ser exactos.
El mundo se detuvo. La sangre se heló en mis venas.
—¿La… la agencia de organización de eventos "Bodas de Ensueño"?
—Sí —dijo, frotando su traje con desesperación.— Espero conseguir el puesto de coordinador principal. Llevo años preparándome para esto.
Yo también tenía una reunión con "Bodas de Ensueño" en cinco minutos. Para el mismo puesto. Yo, que había preparado mi presentación en la fotocopiadora de la biblioteca esta misma mañana porque se me había olvidado.
—¡Vaya coincidencia! —dije con una voz chillona.— ¡Yo también voy para allá! ¡Podemos ir juntos! Así… ¡vigilo la mancha! ¡No vaya a mutar!
Él me miró con recelo, pero asintió. Caminamos los cien metros restantes en un silencio incómodo, solo roto por el sonido de mis chapas de los zapatos golpeando el suelo y su suspiro resignado cada vez que miraba su traje.
Al llegar a la imponente oficina, la secretaria nos miró a los dos.
—El señor Lombardi los recibirá… juntos.
Al entrar, el señor Lombardi, un hombre con bigote y cejas muy expresivas, nos escrutó.
—Vidal y Martínez. Perfecto. He revisado sus currículos. Opuestos totales. Vidal, metódico, preciso, impecable (excepto hoy, veo). Martínez… creativa, espontánea, un tanto… explosiva.
Me sonrojé. Mario se enderezó.
—He pensado que en lugar de una entrevista tradicional, les propongo una prueba —anunció Lombardi.— Tenemos la boda del año: la hija de los Magnussen. Es… complicada. Muy complicada. Quieren una ceremonia con alpacas, una tarta que cambie de color con la temperatura y los fuegos artificiales deben formar la cara de su perro, un carlino llamado Sir Wellington.
Mario palideció. Yo contuve una risa.
—El problema —continuó Lombardi— es que los Magnussen son… especiales. Creen en el amor verdadero, en la química. Solo confiarán en una pareja de coordinadores que irradie… alegría y romance. Que parezcan estar profundamente enamorados.
Mario y yo nos miramos. Él con pánico. Yo con incredulidad.
—Así que aquí está la prueba: trabajarán juntos en esta boda. Pero no como colegas. Como novios. Tienen que convencer a los Magnussen de que son la pareja más feliz y enamorada del mundo. El que lo logre, el que demuestre ser el alma de este proyecto… conseguirá el puesto fijo y exclusivo en mi agencia.
El silencio fue absoluto.
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Editado: 16.09.2025