Zúrich, Suiza
Lara
No sé qué es peor: que Nadine me haya convencido de salir o que haya tardado treinta y siete minutos en decidir qué ponerme. Sí, los cronometré con precisión.
Yo no salgo. No de noche, no a bares, y mucho menos con la intención de conocer gente. Porque, ¿qué se supone que debo decirle a la gente? «¿Hola, me gusta el chocolate, el orden y no hablar con extraños?» Suena peor que una aplicación de citas mal diseñada.
Y tengo experiencia en ese tema.
Empujo la puerta del bar con más fuerza de la necesaria. Está lleno, demasiado lleno para mi gusto. Hay ruido, risas, luces bajas y olor a perfume caro mezclado con sudor. Genial. Estoy llegando tarde y empiezo a preguntarme si mi amiga aún sigue aquí o si me ha dejado a mi suerte como castigo por mi indecisión con la ropa.
Miro hacia un costado, escaneando el lugar, y en mi apuro, no veo al tipo que viene saliendo del baño con una copa en la mano. Nos chocamos. O mejor dicho, él me embiste como un tren suizo en hora pico. Su bebida se derrama, por suerte no en nuestra ropa.
—¡Eh! —me quejo, sobándome el brazo—. ¿Podrías fijarte por dónde vas?
El hombre gira hacia mí. Alto. Camisa negra. Mirada glacial. Y esos ojos grises tan intensos que por un segundo —solo un segundo— hacen que olvide por qué estoy molesta. Pero él no me da tiempo a pensar porque abre su boca y de inmediato sé que no me gustará lo que dirá.
—Interesante —responde con una sonrisa ladeada—. Me chocas, derramas mi copa y encima me echas la culpa. ¡Qué nivel de descaro!
—Yo te choqué porque tú saliste sin mirar. Si hubieras prestado atención en lugar de posar como modelo de revista de perfumes, otro gallo cantaría.
Levanta una ceja en señal de diversión. Me analiza como si yo fuera un acertijo sin sentido que no vale la pena resolver.
—¿Siempre tan encantadora o solo los viernes?
—Solo con los arrogantes.
Se ríe por la nariz, da un sorbo a lo que queda de su bebida y suelta un suspiro resignado.
—Bueno, ha sido una interacción… interesante. Que tengas una buena noche.
—Mejor aún si no te vuelvo a ver.
Lo dejo ahí, apoyado contra la pared con su cara de «nada me afecta» y avanzo entre la multitud hasta que por fin veo a Nadine agitando una mano como una desesperada.
—¡Lara! Pensé que ya no venías —dice, y suelta un gritito emocionado mientras me abraza.
—No encontraba qué ponerme. Esto no es lo mío.
—Pero lo lograste. Y justo a tiempo para conocer a Tobias.
El hombre junto a ella me sonríe y me ofrece la mano. Alto, amable, con una mirada tranquila que contrasta con la energía desbordante de Nadine.
—Mucho gusto —dice—. Nadine habla de ti todo el tiempo.
—¿Ah, sí? —murmuro, mirándola de reojo.
—Claro —responde ella con una sonrisa culpable—. ¿Y sabes qué? Justo está por llegar su mejor amigo. ¡Va a encantarte!
—Ahí está —dice Tobias, alzando la mano para llamar a alguien detrás de mí.
Me doy vuelta lentamente, y mi corazón cae hasta los tobillos. Por favor, que no sea… No.
No puede ser. Es él. El tipo del altercado.
—Noah —saluda Tobias con alegría—. Te presento a Lara, la mejor amiga de Nadine. Lara, este es Noah Bieri, mi hermano del alma.
Noah me ofrece la mano como si no nos hubiésemos insultado hace tres minutos.
—Un placer —dice, con una cortesía tan exagerada que casi me da urticaria.
—El gusto es mío —replico con mi mejor sonrisa diplomática.
Nos damos la mano y siento electricidad estática o molestia contenida. Lo mismo da.
—¿Nos acompañan a la pista? —dice Nadine, arrastrando a Tobias con ella.
Niego con la cabeza y ella se encoge de hombros. Los veo alejarse y justo cuando me doy media vuelta, Noah ya está a mi lado.
—O sea que no eres grosera siempre, sino que fue un regalo especial para mí.
—¿Tú no eres energúmeno siempre? Es decir que, ¿estás en oferta hoy?
Se ríe con gracia. ¿Acaso no puede ser más encantador? Que no se note el sarcasmo.
—Esto será interesante.
—No tiene por qué serlo. Podemos simplemente ignorarnos. —propongo.
—Tobias y Nadine no lo permitirán. Ya los conozco. Van a intentar convertir esto en una cita doble de amistad o algo así.
Resoplo. Tiene razón. ¡Rayos!
—Entonces lleguemos a un acuerdo.
Él me mira con ese aire de suficiencia que ya me tiene harta.
—¿Qué tipo de acuerdo?
—Fingimos que nos caemos bien. Solo cuando ellos estén delante. Nada más.
—¿Y detrás de cámaras seguimos ignorándonos con educación?
—Exacto.