Manual de supervivencia para cuidar a un niño

Capítulo 3: Crocante de Realidad

Zúrich, Suiza

Lara

La habitación de invitados es pequeña. Acogedora, sí, pero pequeña. La cama apenas nos da espacio para respirar sin tropezarnos. Una cómoda con tres cajones y un armario de dos puertas es todo lo que hay. Noah deja su mochila en el suelo con un suspiro exagerado, mientras yo empiezo a vaciar la maleta que traje de casa.

Doblo la ropa con cuidado, como si eso me diera algún tipo de control sobre lo demás. Pantalones, camisetas, ropa interior… Acomodo todo en una mitad del armario, dejando el resto vacío para él.

—Listo —anuncio, dándome la vuelta—. Te dejé espacio.

Él abre el armario, examina el hueco y arquea una ceja.

—¿Esto es lo que entiendes por «espacio»? Lara, ¿acaso te mudaste con todo tu clóset?

—Traje lo necesario —me cruzo de brazos—. Hay ropa para el clima frío, ropa para estar en casa, pijamas, ropa para salir… ¿Qué querías? ¿Que viniera con una mochila?

—Pues sí, un poco. Como las personas normales.

—Oh, perdón, señor minimalismo. No sabía que el protocolo incluía vivir con tres camisetas y un pantalón.

Él rueda los ojos mientras comienza a sacar su ropa, doblándola de cualquier manera y empujándola en su lado asignado.

—Sabía que esto iba a pasar —gruñe—. Eres una acaparadora.

—¡Soy organizada! Que es diferente. Y si quieres más espacio, puedes usar una de las maletas para guardar cosas debajo de la cama.

—¿Ah, y ahora me vas a enseñar a guardar ropa también?

—¡No te estoy enseñando nada! Solo intento ayudarte porque es claro que no sabes hacerlo solo.

Nos miramos con los ojos entrecerrados, el ambiente tenso, como si una chispa pudiera incendiar la habitación. Luego, al unísono, suspiramos.

—No podemos hacer esto —murmuro—. No frente a Emil. No con Emil aquí.

—No —admite él, frotándose la nuca—. No vale la pena.

El silencio se instala entre nosotros mientras termino de guardar un par de calcetines. Al menos ya quedó claro que esto no será fácil. Compartir espacio con Noah es como vivir con una roca: fría, obstinada e inflexible.

Minutos después bajamos a la cocina. Me siento un poco menos tensa después de haberme lavado la cara y de acomodar lo poco que ahora llamo mis cosas. Noah va directo a la nevera, saca un imán en forma de casco de bombero y cuelga un papel con su horario de turno.

Lo observo desde la mesa, cruzada de brazos. La hoja está dividida en colores y fechas. Sus días libres, sus guardias de veinticuatro horas, sus salidas nocturnas. Prácticamente, va a vivir en la estación.

—¿Y esto qué significa? —pregunto, señalando los bloques rojos.

—Guardias de veinticuatro horas —responde sin mirarme, como si esperara que entendiera automáticamente—. Estoy una noche sí, una noche no, esta semana. La próxima rota.

—Genial. —Mi voz suena más seca de lo que quisiera—. Así que estarás medio presente y la otra mitad me toca a mí.

—Es mi trabajo, Lara —dice, ahora sí mirándome—. No es que tenga opción.

—Y yo tampoco, ¿verdad? Porque aquí estoy, sin mis cosas, metida en una casa que no es mía, ayudando a criar a un niño que acaba de perder a sus padres. Y tú… —me señalo a mí misma—. Tú cuelgas tu horario como si esto fuera una habitación de hotel.

Él me mira, frunce el ceño y ladea la cabeza.

—Tú tampoco tenías mucho que dejar atrás, ¿o sí?

Me quedo en blanco. —¿Qué dijiste?

—Vamos, Lara. No finjas que tu agenda estaba muy ocupada. «Tu vida» consistía en leer en pijama y subir recetas a Instagram. ¿O me vas a decir que abandonaste Wall Street por esto?

—¿Sabes qué? —me levanto con molestia, causando que la silla rechine contra el suelo—. Eres un imb…

Noah aprieta los labios. Sabe que se pasó.

—Solo digo que si alguien puede adaptarse más fácil, eres tú —añade con menos fuerza.

—No tienes ni idea de lo que dejé atrás —susurro, y me obligo a no soltar más—. Y aunque lo supieras, no te importa.

Volteo hacia la encimera, reprimiendo las ganas de gritar. Respiro hondo. Una. Dos. Tres veces. Y entonces recuerdo a Emil, dormido allá arriba. Pequeño. Solo. Roto.

Miro a Noah, quien ahora también parece arrepentido. Su espalda está rígida y sus manos descansan abiertas sobre la encimera, como si estuviera conteniéndose de seguir discutiendo.

—Mira, lo siento —dice al fin, con voz grave—. Esto… esto es difícil para ambos.

Asiento, sin confiar en mi voz todavía.

—Solo quiero que Emil esté bien —hablo, sentándome otra vez—. Lo demás puede esperar.

Él también se sienta, esta vez sin protestar. —Tienes razón. Lo importante ahora es él.

Nos quedamos ahí, frente al horario, frente a la nevera llena de imanes que alguna vez Nadine pegó con cariño. La casa ya no es la misma, y nosotros tampoco. Pero tenemos una cosa clara: Emil merece algo mejor que esta batalla de egos.



#2929 en Novela romántica
#973 en Chick lit
#1026 en Otros
#361 en Humor

En el texto hay: humor, amor, padresprimerizos

Editado: 10.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.