Jaden
Reservé el hotel dos días atrás, aunque no lo admitiera en voz alta. No era un impulso, ni un simple capricho. Necesitaba un espacio donde el ruido del pueblo no nos alcanzara, donde ella y yo pudiéramos hablar sin excusas ni interrupciones. Un lugar que no pareciera ni su consultorio ni mi ferretería, sino un terreno neutral… aunque al final todo terminara inclinándose hacia lo mismo: nosotros.
La suite estaba en el último piso, con un ventanal que ofrecía una vista amplia de las luces nocturnas. La mesa ya estaba preparada cuando llegamos: velas encendidas, vino esperando en la cubitera, y una música suave de fondo que no elegí yo, pero agradecí. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí fuera de lugar. Como si este escenario de película me quedara grande.
Ella entró primero, con ese vestido negro que parecía hecho para torturarme. Ajustado en la cintura, sencillo y elegante, pero con la capacidad de volverme estúpido con solo mirarla. Se detuvo un instante frente al ventanal, como si necesitara un respiro antes de girar hacia mí. Cuando lo hizo, juro que tuve que tragar saliva para no decir lo primero que se me cruzó: quédate conmigo.
—Vaya —murmuró, arqueando una ceja—. No pensé que fueras del tipo que reserva hoteles con cena incluida.
Sonreí de lado, buscando refugio en la ironía.
—Tampoco lo pensé yo… hasta que me di cuenta de que contigo siempre necesito más espacio.
Se rio bajito, con ese sonido que me perfora el pecho. Y entonces supe que no había vuelta atrás: esa noche iba a hablar, aunque me odiara después.
Nos sentamos. El camarero entró en silencio, sirvió el vino y dejó los platos de entrada. Apenas se fue, sentí su mirada clavada en mí.
—Así que… ¿me trajiste a un hotel? —preguntó, jugando con el tenedor como si fuera una extensión de sus pensamientos.
—No es lo que piensas.
—¿Y qué pienso? —replicó con una sonrisa traviesa.
Respiré hondo. Si iba a soltarlo, no podía andar con rodeos.
—Piensas que esto es solo sexo. Que todo esto —dije señalando la mesa, las velas, el vino— es un preámbulo para lo mismo de siempre. Y no voy a mentirte: sí quiero eso contigo. Pero esta vez no se trata solo de eso, Maya.
La vi tensarse. Sus labios se apretaron en silencio, como si no supiera qué contestar.
Aproveché el silencio y seguí.
—Quiero que escuches algo que no he dicho en años. Algo que te debo desde aquella vez en el club, cuando todo se salió de control.
La mención la sacudió. Lo vi en su mirada, en la forma en que apretó el tenedor con demasiada fuerza.
—Jaden… —susurró, pero no dijo más.
Me incliné hacia ella, bajando la voz hasta casi un murmullo:
—Yo estaba en la universidad, tú apenas en el colegio. Le había jurado a tu hermano que nunca me metería contigo, y por eso me callé. Por eso no dije nada cuando ese imbécil empezó a presumir que te había tenido.
El aire entre nosotros se volvió denso, tan espeso como el vino en la copa. Su respiración tembló apenas. Yo tragué saliva, sintiendo la garganta seca.
—Pude detenerlo, Maya. Pude defenderte, pero elegí callar. Y ese silencio me ha pesado todos estos años.
Ella dejó el tenedor sobre la mesa, con un golpe seco. Su mirada estaba clavada en mí, mezcla de rabia y vulnerabilidad.
—¿Y pretendes que te dé las gracias por decírmelo ahora? —su voz fue un susurro afilado.
Me recliné en la silla, hundiéndome en mi propio error.
—No. Solo pretendo que sepas la verdad. Y que entiendas que nunca fue falta de valor contigo… sino miedo de perderlo todo: a tu hermano, a ti, a mí mismo.
El silencio volvió, pero esta vez era distinto. Cargado de mil cosas que ninguno sabía cómo nombrar.
Su silencio me taladraba más que cualquier grito. Hubiera preferido que me arrojara la copa de vino en la cara, que me insultara, que me dijera que era un cobarde. Pero no. Se limitó a observarme, con esa mirada fría que me hacía sentir como si estuviera desnudo en medio de la calle.
—¿Sabes lo que fue para mí escuchar esos rumores en los pasillos? —su voz salió firme, controlada, pero sus manos temblaban sobre el mantel—. ¿Lo que fue tener que mirar a la gente a la cara mientras pensaban que yo era… que era una más?
Sentí un nudo en la garganta.
—Lo sé, Maya.
—¡No, no lo sabes! —su mano golpeó la mesa, haciendo vibrar las copas—. Porque mientras yo me rompía tratando de demostrar que no era eso que decían, tú… tú te callaste.
No aparté la mirada. No podía darme ese lujo.
—Me callé porque era más fácil. Porque tenía miedo. Pero me arrepiento. Cada maldito día desde entonces.
Ella me observó en silencio, como calibrando si creía en mis palabras o no. Su respiración se volvió más lenta, más pesada, y por un segundo pensé que se levantaría y se marcharía. Pero en vez de eso, se recostó en el respaldo de la silla y soltó una risa amarga.
—Siempre fuiste bueno para eso —murmuró—. Para escapar.
Las palabras dolieron más de lo que esperaba.
Me incliné hacia adelante, con los codos sobre la mesa, sin apartar mis ojos de los suyos.
—Puede que tengas razón. Puede que haya escapado antes. Pero esta vez no pienso hacerlo. Estoy aquí, contigo, poniendo mi maldito orgullo sobre la mesa, porque no quiero que esto —dije señalando el espacio invisible entre nosotros— se convierta en otro silencio que nos persiga diez años más.
Ella cerró los ojos un momento. Cuando los abrió, había algo distinto en ellos: seguía siendo rabia, sí, pero también una chispa de algo más. Vulnerabilidad.
—¿Y qué quieres que haga con todo esto, Jaden? —preguntó, con un hilo de voz—. ¿Que te perdone? ¿Que finja que nunca pasó?
Negué despacio.
—Quiero que me escuches. Que entiendas que nunca fuiste “una más”. Que desde ese día en el club no he podido olvidarte.
Sus labios se entreabrieron, como si las palabras hubieran abierto una grieta que no esperaba. La tensión en sus hombros bajó apenas, y fue ahí cuando me atreví a extender la mano sobre la mesa, buscando la suya.
#308 en Joven Adulto
#1688 en Otros
#521 en Humor
profesion drama amigos romance, amor lujuria pasión, amor romance dudas odio misterio
Editado: 18.09.2025