Capítulo 39.7: El peso de lo que no se dice

"A veces, el mayor dolor no está en lo que pasa. Está en lo que callamos"

Era un sábado tranquilo en Café y Tribu , o tan tranquilo como podía ser con Jimena corriendo detrás de Kafka y las madres discutiendo si el pan de plátano necesitaba más canela.

María Fernanda limpiaba la barra cuando Laura, con su cuaderno lleno de ideas, se acercó con una mirada que no era la de siempre.

—María Fernanda, ¿puedo decirte algo? Pero no aquí. Afuera.

En el callejón trasero, donde el aire olía a tierra mojada, Laura bajó la voz:

—A veces siento que estoy aquí, pero no estoy. Como si mi cuerpo estuviera en el café, pero mi cabeza estuviera atrapada en lo que no le dije a mi mamá antes de que se fuera. Y no sé cómo sacarlo.

María Fernanda asintiendo, sintiendo el eco de sus propios silencios. Recordó las noches en que no le había dicho a Jimena cuánto la amaba por miedo a que sonara a despedida. O las veces que no le había agradecido a Juan Carlos por quedarse cuando no tenía por qué.

—Yo también guardo cosas —admitió—. Pero a veces, decirlas en voz alta, aunque sea a una pared, las hace menos pesadas.

"Las palabras que callamos nos definen. Las que soltamos nos liberan"

Esa tarde, organicen un círculo en el café. No lo llamaron terapia, porque sonaba demasiado grave. Lo llamaron: El rincón de las palabras guardadas.

Cada madre escribió en un papel algo que nunca había dicho:

• Un agradecimiento.

• Una disculpa.

• Un deseo.

Luego, las que quisieron, lo leyeron. Laura habló de su madre. Mercedes, de un hermano que no veía en años. María Fernanda, de su miedo a no ser suficiente para Jimena.

Las palabras llenaron el aire. Y aunque no borraron el pasado, aligeraron el presente.

Paso para no rendirse hoy:

Escribe una cosa que no hayas dicho, pero que necesitas soltar. No tiene que ser grande. Tuya en solitario.

Si puedes, compártela con alguien que no te juzgue. Si no, dile al espejo.

Porque las palabras no dichas pesan más que las que se escapan. Déjalas ir.