Capítulo 44.5: La carta que no envié

“A veces, las cartas más importantes no se envían. Se escriben y ya está”

Era medianoche, y el cuaderno rojo estaba abierto sobre la mesa, iluminado por la luz tenue de una lámpara que parpadeaba.
Jimena dormía en su cuarto, abrazando a Lola, la muñeca que ya no era solo un juguete, sino un pedazo de su historia.

María Fernanda tomó un bolígrafo
y, sin pensarlo demasiado, comenzó a escribir:

Querido Andrés,

No sé si te odio o si simplemente me cansé de esperar que fueras alguien que no eres.

Durante años, cargué con tu ausencia como si fuera mi culpa.
Como si yo hubiera roto algo que nunca estuvo entero.

Pero hoy, mientras veía a Jimena dibujar casas con tres puertas, entendí que no necesito que vuelvas para estar completa .
No necesito tus promesas.
No necesito tus razones.

Jimena y yo tenemos una tribu.
No es perfecta, pero es nuestra.
Y en ella, he aprendido que el amor no se mendiga.
Se construye.

Gracias por irte.
Porque si no lo hubieras hecho,
no habría encontrado a Carla, a Ángela, a Mercedes.
No habría encontrado el valor de abrir un café que no solo sirve tazas...
sino historias.

No te deseo mal.
Pero tampoco te deseo en mi vida.
Espero que encuentres lo que buscas.
Yo ya encontré lo mío.

“El perdón no siempre es decir ‘está bien’. A veces es solo dejar ir”

María Fernanda dobló la hoja y la guardó en el fondo del cuaderno.
No lloró.
No sonrió.

Solo respiró,
como si hubiera soltado una piedra que llevaba años cargando en el pecho.

Paso para no rendirse hoy:

Escribe una carta a alguien que te lastimó.
No para enviarla,
sino para liberarte.

Luego, guárdala donde nadie la encuentre.
Ese acto es tuyo.
Y solo tuyo.