CAPITULO 6. Regla #6: No confundas el deseo de compañía con el de cercanía.

Esa tarde, Marina escribió la regla en su cuaderno, con letra rápida pero firme.

No era lo mismo querer hablar que querer que te escuchen.
No era lo mismo sentirte solo que querer compartirte con alguien.
No era lo mismo Sebas que la idea de Sebas.

Se dijo eso mientras cerraba el cuaderno y se servía una taza de té que olvidó beber.

Lo que no sabía es que, unas horas después, Sebas iba a encontrar esa misma frase.
Sin querer. Sin buscarla.
Pero como pasa con las cosas que de alguna forma te están esperando.

Había salido a despejar la cabeza. El mismo paseo de siempre, con los pasos arrastrados y los auriculares puestos sin música. Se detuvo frente a una pequeña biblioteca comunitaria de barrio, una de esas donde cualquiera puede dejar o tomar un libro.

Abrió uno al azar. Una novela vieja, subrayada. Y justo al final, entre dos páginas torcidas, encontró una hoja suelta con anotaciones a mano.
No era parte del libro.
Era parte de alguien.

Y ahí, entre frases dispersas y números sin contexto, leyó:

“No confundas el deseo de compañía con el de cercanía.”

No tenía firma. No tenía fecha.
Pero la letra, la forma, el trazo… le resultaron ridículamente familiares.

No podía asegurarlo, pero lo sintió.
Era de Marina.

Se quedó un buen rato mirando esa hoja como si fuera un espejo.
Y se dio cuenta de que eso que sentía últimamente —las ganas de escribirle, el fastidio cuando no lo hacía, la necesidad de verla aunque no tuviera nada nuevo que decir—, todo eso no era soledad.

Era ella.
Y eso lo asustó más de lo que estaba dispuesto a aceptar.

Guardó la hoja en su bolsillo, como quien no quiere que el viento se lleve una verdad que aún no sabe cómo decir en voz alta.

Y por primera vez en mucho tiempo, no escribió nada.
No porque no tuviera algo que decir.
Sino porque sabía que esa regla no le pertenecía.
Pero igual le dolía.