Manual para no enamorarse de vos

CAPITULO 8. Regla #7: No asumás que los demás olvidan lo que vos intentás esconder. (Si, otra vez)

El algoritmo era un traidor.

Eso pensó Marina cuando, a las once y cuarenta y tres de la noche, mientras desplazaba la pantalla del celular sin esperar nada, apareció un video sugerido con el título: “Frases que encontré en libros usados”.

No le dio mayor importancia. Hasta que escuchó la voz. Una chica, joven, leía frases subrayadas, citas escritas a mano, notas dejadas entre las páginas de novelas prestadas y vendidas. El típico contenido romántico y simple que solía ignorar.

Hasta que llegó esa.

—“No confundas el deseo de compañía con el de cercanía” —leyó la chica, y luego comentó—. Esta me partió. No sé quién la escribió, la encontré entre las páginas de un libro en una biblioteca callejera. Pero wow... alguien necesitaba decirse esto.

Marina se quedó helada.
Congelada.
Petrificada.

No por la frase.
Sino por lo que venía después.

—Y esta otra me dio escalofríos —continuó la voz—: “No asumás que los demás olvidan lo que vos intentás esconder.”

La pantalla mostraba la hoja que ella había arrancado, con su letra. Su letra.
La reconocía como se reconoce un error en voz alta.
Esa segunda frase no estaba cuando dejó el papel.
Esa frase la había escrito él.

En algún momento, Sebas había vuelto a dejar la nota.
Y alguien más la había encontrado.
Y ahora estaba ahí, flotando en internet, como un pedazo de historia compartida sin permiso.

---

Al otro lado de la ciudad, Sebas también lo vio.

La misma hora.
La misma sugerencia absurda.
El mismo impacto seco al escuchar su frase en boca de una desconocida.

—“No asumás que los demás olvidan lo que vos intentás esconder.” —repetía la chica en el video—. Qué forma tan elegante de decir: te leyeron, aunque no digas nada.

Sebas tragó saliva. No podía explicarse cómo ese papel había vuelto a circular.
No sabía si reírse, asustarse o salir corriendo.

Sabía que Marina también lo había visto.
No tenía pruebas.
Pero lo sabía.

Y lo peor es que esa coincidencia…
le hizo desear escribirle.
Contarle que sí, fue él.
Que la encontró. Que no supo qué hacer con esa frase clavada como una astilla.
Y que la reescribió para entenderla.

Pero no lo hizo.

Se quedó en la cama, mirando el techo.
Pensando que tal vez el universo no une personas.
Solo repite errores hasta que uno los enfrenta.

Y esa noche, por primera vez, ambos supieron que ya no estaban escondiendo nada.

Solo estaban esperando a que el otro lo dijera primero.




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