Marina no lloraba.
No porque no quisiera, sino porque no sabía cómo.
Había entrenado tanto su cuerpo para contener, que hasta la tristeza aprendió a quedarse quieta dentro.
Desde pequeña, había entendido que mostrar lo que uno siente no siempre genera alivio. A veces, lo que hace es convertirte en alguien a quien pueden culpar. O salvar. O dejar.
Y ella, si algo no toleraba, era que alguien más decidiera qué hacer con su dolor.
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Estaba sola en su departamento.
Taza en mano, computadora abierta, una canción instrumental sonando sin ganas.
Todo estaba limpio, en orden, en silencio.
Menos su cabeza.
Revisó por décima vez el chat con Sebas. No había mensajes nuevos.
No iba a haber.
Y eso no la sorprendía.
Lo que la sorprendía era lo mucho que eso le importaba.
¿Por qué dolía tanto que él no estuviera, si se suponía que ella había sido la que puso límites?
Pensó en el manual.
En cada regla.
En cada línea escrita como si fuera un escudo.
Lo cierto es que nunca fue una estrategia contra el amor.
Fue una estrategia contra la pérdida.
Porque a Marina no le daba miedo querer.
Lo que le daba pánico era que alguien la quisiera un rato y después se cansara.
Que alguien la viera sin defensas y decidiera que era demasiado.
Demasiado intensa.
Demasiado fría.
Demasiado complicada.
Por eso atacaba primero.
Por eso usaba la ironía.
Por eso lanzaba reglas como advertencias disfrazadas de ocurrencias.
No era valiente.
Era precavida.
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Abrió su cuaderno. El de verdad. No el de las notas del celular.
El de las páginas manchadas, con tachones, con fechas sin sentido.
Y escribió, sin pensar demasiado:
Regla #11: No le contés a nadie cuánto te dolió, porque si lo decís, se vuelve real.
Después la miró por un largo rato.
Pensó en borrarla.
No lo hizo.
Solo cerró el cuaderno.
Y se repitió a sí misma, como quien reza:
“Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien.”
Aunque sabía que no.
Y en ese momento, se prometió que si Sebas volvía, no iba a hacer preguntas.
No iba a buscar explicaciones.
No iba a fingir que no le dolió.
Iba a escuchar.
Aunque fuera tarde.
Aunque fuera para decirle que ya no lo estaba esperando.