Mar De Sombras

No era solo un sueño

—¡No me acuerdo de nada, lo juro! —gritaba Emma, sentada en la fría sala de interrogatorios. Sus manos temblaban sobre la mesa metálica, y sus ojos, enrojecidos, delataban las horas sin dormir. —¿En serio no recuerdas nada, niña? —dijo el oficial, mirándola fijamente con desconfianza—. Sabes que si eres cómplice, será peor para ti--. Sara, la otra oficial, cruzó los brazos al otro lado de la mesa. Su expresión era dura, incrédula. —No soy cómplice de nada. ¡Déjenme en paz!—dijo Emma, levantándose de golpe. Agarró su mochila con brusquedad y salió de la sala sin esperar permiso y El eco de sus pasos quedó rebotando en los pasillos grises de la estación, tan fríos como el silencio que la seguía

MAR DE SOMBRAS

Las paredes sangraban. Una figura sin rostro la observaba desde el rincón más oscuro del cuarto, susurrando su nombre con una voz que no era humana.

—Emma...

Despertó de golpe, empapada en sudor. Su respiración era agitada, y el corazón le latía con fuerza descontrolada. Se llevó una mano temblorosa a la cabeza y se quedó sentada en la cama unos segundos, tratando de calmarse.

—Se sintió tan real… —susurró para sí misma.

Se levantó, caminó hasta el espejo y se miró con atención. Tenía ojeras profundas y los ojos vidriosos. Algo en ella no se veía del todo bien. Como si una parte de aquel sueño aún se aferrara a su reflejo. Con un suspiro resignado, fue a buscar su ropa. Se metió a la ducha, con la esperanza de que el agua se llevara esa sensación extraña. Pero al bajar a la cocina, la casa estaba en silencio. Demasiado silencio No había nadie Tomó una manzana, su bolso, y salió rumbo a la preparatoria, sin saber que el verdadero horror apenas estaba comenzando.

Después Emma caminaba por la calle con sus audífonos puestos, la música a todo volumen. La preparatoria le quedaba cerca, así que solía aprovechar ese tramo corto para distraerse del mundo. Eran las siete de la mañana. El sol apenas comenzaba a filtrarse entre los árboles, y las calles aún estaban medio dormidas. De pronto, escuchó un ruido extraño a lo lejos. Frunció el ceño, pero no se quitó los audífonos. ¿Quién estaría despierto a esta hora además de un estudiante? —pensó, quitándole importancia.

Sintió una presencia detrás de ella y, antes de reaccionar, alguien se le abalanzó por la espalda.

—¡Casi me matas del susto! —dijo Emma al darse la vuelta y ver que era Aurora, su mejor amiga.

Aurora soltó una carcajada mientras la abrazaba.

—Claro, si siempre andas en la luna y con la música a todo volumen… ¡cualquiera te asusta!

Emma la miró y sonrió y Caminaron juntas rumbo a la preparatoria, charlando como cada mañana.

—Oye, Emma —dijo Aurora de pronto— la semana que viene, el viernes por la noche, planeamos ir a la playa con los chicos. ¿Quieres venir?

Emma asintió sin pensarlo mucho.

—Sigo teniendo la misma pesadilla desde la semana pasada —añadió después de un momento, en voz más baja.

Aurora la miró de reojo.

—¿La del monstruo y la sangre?

Emma asintió, con una expresión seria.

—Sí, pero cada vez se siente más… real Y eso me está empezando a asustar de verdad.

Al llegar a la preparatoria, Emma se sentó en su lugar de siempre. Aún era temprano y no había casi nadie en el salón. Apoyó los brazos en el pupitre y se recostó un poco. Solo por unos minutos.

Sin darse cuenta, se quedó dormida.

Cuando abrió los ojos, algo no estaba bien. Todo estaba demasiado callado. No se escuchaban voces, ni risas, ni pasos en los pasillos. Levantó un poco la cabeza, desconcertada. No había nadie en el salón. Se incorporó por completo, frunciendo el ceño, y salió al pasillo.

Miró a ambos lados. Vacío.

De pronto, las luces del instituto comenzaron a parpadear, como si algo estuviera fallando... o como si algo se estuviera acercando.

Entonces escuchó su nombre, susurrado justo detrás de ella.

—Emma...

Se giró de golpe, el corazón a mil, y vio a Aurora.

Pero algo estaba mal.

Aurora estaba de pie en medio del pasillo, con el uniforme escolar… completamente ensangrentado. Su expresión era de miedo, como si no pudiera hablar. Como si quisiera advertirle algo.Emma dio un paso atrás. Aurora levantó la cabeza… y entonces la vio: no tenía ojos. Solo dos cavidades oscuras, vacías. Su rostro se había deformado en una expresión muerta.

Emma gritó con todas sus fuerzas.

Y despertó.

Estaba otra vez en el salón, con la cabeza apoyada en el escritorio. Había vuelto a quedarse dormida.

Aurora y Laura, su otra amiga, se acercaron rápidamente.

—¿Estás bien? —preguntó Aurora, preocupada.

Emma las miró unos segundos, aún alterada, y asintió.

—Sí… solo vi una araña —mintió, intentando sonreír.

Aurora y Laura se miraron entre sí, como dudando un poco, pero no dijeron nada más.

—Vale… cualquier cosa, nos dices —respondió Laura.

Emma asintió de nuevo, forzando una sonrisa.

—Vale, gracias.

Pero por dentro, no podía dejar de pensar en esa mirada sin ojos.

Después de tranquilizarse, Emma trató de concentrarse en clase. El maestro llegó y, tras tres largas y aburridas horas, finalmente sonó el timbre del primer descanso.

Emma salió al patio con Aurora y Laura. Buscaron un lugar tranquilo y se sentaron en unas bancas, a la sombra.

Mientras hablaban de cualquier cosa, Emma se quedó mirando a lo lejos. Un chico pasaba solo por la zona donde a veces jugaban ajedrez. Había algo en él que llamó su atención, sin saber exactamente qué. Se quedó embobada por unos segundos.

Aurora se dio cuenta enseguida.

—¿A quién ves con ojitos de amor? —dijo con tono burlón, dándole un pequeño codazo.

Emma reaccionó de golpe y desvió la mirada, como si la hubieran atrapado haciendo algo prohibido.

—¿Y ese chico quién es? —preguntó, tratando de sonar casual.




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