Mar y sangre

Capitulo 16 : Mareas en silencio.

Habían pasado dos días desde el regreso del grupo a la gasolinera. La muerte de Ricardo seguía pesando como una lápida sobre todos. Su cabeza, encontrada en la entrada de la fortaleza, fue enterrada con una nota anónima que decía “Esto es solo el comienzo”. Nadie sabía quién lo había hecho, pero las sospechas crecían entre miradas silenciosas y charlas a media voz.

—Pudo haber sido cualquiera —decía Samuel, aún débil por la puñalada—. Pero esto no fue un simple ataque de zombis… esto fue un mensaje.

Margaret no respondía. Desde que enterraron a Ricardo, se había encerrado en sí misma. Felipe intentaba mantenerla cerca, pero también necesitaba aire. Por eso organizó una expedición pequeña hacia la costa, en busca de provisiones o gasolina.

—Vamos solo los de confianza —dijo—. Kevin, Alicia, Margaret y yo.

La caminata fue silenciosa, interrumpida por el sonido lejano de aves carroñeras y ramas que crujían a lo lejos. El camino hacia la playa mostraba ruinas de antiguos kioscos, carpas volteadas y charcos oscuros donde antes hubo alegría.

—Mira eso… —susurró Alicia, apuntando al mar.

Un bote medio hundido se mecía con la marea. Cerca, entre escombros y un contenedor oxidado, se escuchó un murmullo.

Felipe levantó la mano. Todos se detuvieron.

—¡Alto ahí! —gritó una voz masculina—. ¡No se acerquen!

Tres figuras emergieron con lentitud. Una chica rubia, de unos veinte años, con la ropa desgastada por la sal y el sol; un muchacho flaco de cabello negro y mirada firme; y un hombre mayor, con barba gris, un brazo vendado y un bate de aluminio.

—No estamos armados —dijo el mayor—. Solo buscamos sobrevivir.

Felipe bajó un poco el machete, pero no del todo.

—¿Quiénes son?

—Emma —dijo la rubia—. Él es Diego, mi hermano. Y él es Luis… no es mi papá biológico, pero es lo más cercano que tengo.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Kevin.

—Buscando madera, botes… algo que flote. Queremos irnos. El centro está perdido —respondió Diego—. Todo está raro allá. No sabemos en quién confiar.

Margaret miró al trío con recelo, pero también con una pizca de compasión. Sabía lo que era estar a la deriva.

—¿Y vienen solos?

—Desde hace semanas —contestó Luis—. Escapamos de un refugio que se volvió una trampa. Después de eso, no confiamos en nadie.

Felipe cruzó miradas con Margaret. No les gustaba la idea de sumar extraños… pero también sabían que, si estos tres hablaban en serio, podrían ser aliados valiosos.

—No podemos prometer nada —dijo Felipe—. Pero pueden venir con nosotros. Hablaremos con el grupo. Si no hacen nada raro, tal vez… los dejemos quedarse.

Emma asintió de inmediato, casi con alivio.

—Gracias. De verdad… gracias.

Mientras volvían por la costa, el sol comenzaba a ocultarse. La brisa traía olor a sal y algo más... como sangre vieja.

Y desde una colina cercana, oculto entre ramas, alguien los observaba a través de unos binoculares. Anotó algo en una libreta, cerró el cuaderno y murmuró:

—Ya los encontraron...




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