Mar y sangre

Capítulo 25 : Torres del cisne.

El calor seguía pegando fuerte, pero esta vez no era excusa. El grupo se encontraba frente a la reja oxidada del conjunto residencial "Torres del Cisne". La maleza crecida, los portones entreabiertos y el silencio absoluto creaban una atmósfera tensa. Felipe miró a los demás con firmeza.

—Entramos en formación. Revisamos primero la torre más cercana. Si algo se mueve, se elimina.

Kevin asintió, al igual que Yuly, Margaret, Nino y Tico. Los niños se mantenían cerca, con machetes en mano, decididos a probar que no eran solo unos pelaos más.

Pasaron con cautela entre carros abandonados, algunos con los vidrios rotos, otros oxidados por la brisa marina. En el camino, unos pocos zombis erraban sin rumbo, arrastrando los pies entre los escombros.

—Uno a la derecha —avisó Kevin.

Felipe levantó el machete y con precisión le partió el cráneo al infectado. Otro se acercó desde la sombra de una caseta de vigilancia, pero Margaret se le adelantó, clavando una barra metálica en su cabeza. Los niños, sin quedarse atrás, eliminaron a uno que salía por entre unos arbustos.

—Bien hecho —dijo Yuly, algo sorprendida por la destreza de los pelaos.

Llegaron a la entrada de la primera torre. Las puertas estaban cerradas, pero no con seguro. Kevin empujó con cuidado y el rechinar reveló un vestíbulo polvoriento, pero sorprendentemente limpio de muertos.

—¿No hay rastro de pelea aquí —dijo Margaret—. Ni sangre, ni cuerpos… es raro.

—Eso no es malo —respondió Felipe—. Revisemos piso por piso.

Subieron por las escaleras. El edificio tenía cinco pisos, dos apartamentos por piso. Recorrieron cada rincón, abriendo con precaución las puertas, revisando baños, clósets, muebles. Todo estaba desordenado, pero sin signos de violencia. Como si la gente se hubiera ido de prisa… o simplemente nunca hubiera llegado.

—¿Será que esta torre estaba deshabitada cuando comenzó todo? —preguntó Kevin.

—Puede ser —respondió Felipe—. O alguien la limpió antes que nosotros y la dejó así.

Tico se asomó por una ventana.

—¡Hay carros allá afuera! Podemos usarlos para bloquear esta entrada.

—Buena idea, pelao —dijo Kevin.

Salieron y entre todos empujaron un viejo sedán y una van hacia el frente de la torre. Tardaron un par de horas en acomodarlos de forma que ningún zombi pudiera colarse fácilmente. También usaron tablas y muebles encontrados para reforzar.

—Ahora revisemos la segunda torre —ordenó Felipe—. Si está igual que esta, podemos considerarlas ambas como futuras bases.

Se adentraron en la segunda torre. Esta vez, el ambiente era distinto. Aunque no había cadáveres, había olor a encierro, a humedad, a abandono prolongado. Revisaron rápidamente. Algunos apartamentos tenían comida vencida en las alacenas, otros estaban completamente vacíos.

Durante el recorrido, comenzaron a conversar entre ellos. Margaret mencionó que podrían dividir el conjunto por sectores, uno para dormir, otro para almacenamiento, otro para cultivo.

—Esto tiene potencial —dijo—. El lugar es amplio, las torres están bien construidas. Con unas buenas barricadas podríamos resistir bastante.

—Incluso podríamos montar un sistema de vigilancia desde los pisos más altos —agregó Nino, emocionado.

Kevin sonrió.

—Y pensar que ustedes dos fueron los que nos metieron esta idea en la cabeza —dijo mirando a los niños.

—Alguien tenía que hacerlo —respondió Tico con una sonrisa orgullosa.

Subieron por las escaleras, notando que en algunos apartamentos había cosas empacadas, como si alguien hubiera intentado huir. Al llegar al piso más alto, se detuvieron en una terraza amplia desde donde podían ver el mar a lo lejos.

—¿Qué opinan? —preguntó Felipe.

—Tiene potencial —dijo Kevin—. Si limpiamos cada torre como esta, podríamos tener espacio para el doble de personas.

—Y hasta zonas para cultivo, entrenamiento, y vigilancia —agregó Margaret—. Aquí podríamos crecer sin estar tan expuestos.

Nino y Tico miraban con orgullo lo que habían descubierto. Yuly, en silencio, pensaba en lo que significaría dejar la fortaleza, pero comprendía que necesitaban opciones. Demasiadas amenazas rondaban allá.

Felipe anotó observaciones en una libreta que cargaba.

—Vamos a bloquear esta torre también —dijo—. Mejor prevenir.

Salieron todos de nuevo y, con esfuerzo, movieron un camión de carga vacío y una camioneta vieja para cerrar los accesos más directos. Usaron pedazos de madera y sillas plásticas reforzadas en puntos ciegos. No era perfecto, pero al menos los haría sentir más seguros durante la noche.

Una vez terminado el trabajo, regresaron a la torre que habían asegurado primero. Subieron hasta el cuarto piso, donde habían encontrado un apartamento amplio con colchones todavía en buen estado.

Felipe fue el último en entrar. Cerró la puerta, revisó que estuviera bien asegurada y se dejó caer en el suelo junto a los demás.

—Mañana seguimos —murmuró, con los ojos cerrándose por el cansancio.

Y así, por primera vez en mucho tiempo, durmieron con la esperanza de estar construyendo algo nuevo. Algo mejor.




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